La integración a la OCDE es una de las dimensiones que en mayor grado contribuye a entender los fenómenos sociales que han emergido en estos años, el quiebre de las confianzas, una de las peores crisis políticas en tiempos de democracia y también los conflictos con el vecindario.
Un día antes de terminar el primer Gobierno de Michelle Bachelet, el Parlamento chileno ratificó uno de los grandes anhelos de la elite criolla: incorporarnos a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, OCDE, integrada por un selecto grupo de países del primer mundo –Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Canadá, Japón, entre otros– y que, coloquialmente, recibe el nombre del “club de los países ricos”. En términos “simbólicos” –más bien psicoanalíticos…–, los chilenos cumplimos con una suerte de mito o sueño reiterativo que ha acompañado a generaciones: ser los ingleses de América –¿a quién se le ocurriría una analogía como esta para un país tan impuntual?–.
Más allá de la anécdota, creo que como país no fuimos capaces de darnos cuenta del gigantesco paso que estábamos dando y menos de asumir los desafíos y responsabilidades que implica este “ascenso” bastante inesperado. En términos futbolísticos, es como que Magallanes el próximo año pasara a jugar en la Champions League.
El otro día partí una entrevista con la siguiente pregunta: “¿Qué le pasó a Chile?”. Luego de recuperarme del desconcierto inicial, describí un conjunto de variables que, a mi juicio, ayudan en parte a responder esa compleja pregunta, sin embargo, estoy convencido de que la integración a la OCDE es una de las dimensiones que en mayor grado contribuye a entender los fenómenos sociales que han emergido en estos años, el quiebre de las confianzas, una de las peores crisis políticas en tiempos de democracia y también los conflictos con el vecindario.
Tomemos solo como ejemplo el tema ambiental. Hoy en día existe un importante grupo de proyectos industriales, los que incluso contando con permisos ambientales no tienen la validación ciudadana –lo que algunos denominan “licencia social”–. ¿Por qué murieron proyectos como Pascua Lama o HidroAysén? Porque los parámetros de evaluación que hoy tienen los ciudadanos son altamente exigentes, de “primer mundo”, la verdad. Aquí se produce un quiebre entre la realidad local, intereses y expectativas ciudadanas, necesidades del desarrollo e incluso institucionalidad ambiental –quedó equivalente a la de los países OCDE–. Tal es el nivel de esquizofrenia que esas mismas empresas primermundistas aplican en Chile normas distintas –muy inferiores– a las que tienen en sus países de origen.
[cita]Y no solo nos olvidamos del vecindario, sino que también los empezamos a mirar con un cierto aire de desprecio. Metimos a todos en un mismo saco: “Ellos son corruptos, nosotros no”, “somos legalistas, ellos no”, “la política aquí funciona y es transparente, en ese país no”, etc. La crisis política, la caída del cobre –algunos alarmistas ya la comparan con el drama del salitre–, la desaceleración, el déficit de hospitales, el rechazo de reformas como la educacional por parte de todos los actores involucrados, nos han puesto los pies de nuevo en Latinoamérica.[/cita]
Este año, los chilenos hemos podido apreciar en toda su magnitud esta dicotomía. A partir de una suerte de decreto, Chile dejó de pertenecer a Latinoamérica. Pareciera que un gran camión de mudanza nos trasladó al centro de Europa, como nuevos ricos saltando de un barrio popular a un sector acomodado. Y no solo nos olvidamos del vecindario, sino que también los empezamos a mirar con un cierto aire de desprecio. Metimos a todos en un mismo saco: “Ellos son corruptos, nosotros no”, “somos legalistas, ellos no”, “la política aquí funciona y es transparente, en ese país no”, etc. La crisis política, la caída del cobre –algunos alarmistas ya la comparan con el drama del salitre–, la desaceleración, el déficit de hospitales, el rechazo de reformas como la educacional por parte de todos los actores involucrados, nos han puesto los pies de nuevo en Latinoamérica.
Y qué más gráfico que cada revés diplomático, primero con Perú y recientemente con Bolivia en la Corte Internacional de Justicia. Mientras los chilenos seguíamos más preocupados de viajar a Estados Unidos sin visa o de lucirnos en la Expo Milán, el Gobierno boliviano desplegaba una audaz e inteligente estrategia comunicacional para instalar su posición y despertar la simpatía, primero entre sus pares en Sudamérica, y luego en el resto del mundo, rematando con el Papa Francisco. Y lograron posicionar la polaridad entre David y Goliat. Mientras tanto, Chile esperando, apelando a su espíritu inglés, “europeo”, legalista. De aquí hasta que termine el juicio, el desafío chileno será no solo diplomático, también se requiere un robusto diseño comunicacional, tanto en lo interno como a nivel internacional.
Creo que Chile puede seguir aspirando a ser del “club”, pero para eso debe asumir también las contradicciones, debe ser capaz de (re)conocer a sus vecinos, entender sus culturas –de lo contrario el fenómeno inmigratorio que estamos viviendo va a terminar explotando– y también asumir desafíos comunes. No deja de llamar la atención que en el Mercosur no participemos como Estado permanente y solo lo hagamos en calidad de asociados.
Un apunte final. Los medios de comunicación nacionales han asumido en su pauta la inclusión de ranking OCDE en materias muy diversas como calidad de la educación, igualdad, seguridad ciudadana y otros. Lamento informarle que en la mayoría de ellos estamos ocupando los últimos lugares, en disputa codo a codo con el otro Latinoamericano que participa: México. Pero no es para preocuparse, lo más importante es que ya estamos en las ligas mayores. ¿O no?