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París es una mujer 

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Marcelo Segura
Por : Marcelo Segura Ex Seremi de Educación de La Araucanía 
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La Unesco está cumpliendo 70 años. Representantes de todos los continentes, religiones y sensibilidades políticas, debatimos en París durante dos semanas sobre educación, derechos humanos, libertad de expresión. Nos comprometimos con educación de calidad para toda la vida y denunciamos los atentados que se han estado cometiendo para destruir el patrimonio mundial. Irina Bokova dijo al inaugurar la conferencia 38 de la Unesco «lo que buscan estos grupos es que la humanidad pierda la memoria. Deje de conocer lo que nos ha permitido ser seres humanos».

La conferencia terminó el viernes y ese mismo día jugaba Francia y Alemania. (No sé si vuelva a París, pensé).  Y entonces decidí ir al estadio a ver el espectáculo. En el lapso de la tarde, sin embargo, la directora de la agencia de cooperación del gobierno de Aquitania me llamó para decirme que había viajado a París y que sería bueno una reunión para planificar la llegada de los estudiantes chilenos. La opción del partido desapareció. Habíamos trabajado 1 año y medio para lograr que ese sábado 16 jóvenes de La Araucanía llegasen a Francia a tener una pasantía en liceos técnicos de la Región de Aquitania.

En la reunión revisamos la agenda. Los recibiríamos en el aeropuerto, iríamos a la torre Eiffel, luego a una reunión con el embajador y el domingo un tour por París, recorriendo sus museos y un paseo por el Sena. Los tickets estaban comprados hacía semanas. Estaba todo listo. La agenda era patrimonial y turística el sábado y domingo, para partir el lunes en tren a Burdeos y de allí a los liceos de Aquitania.

Eran alrededor de las 22:00 horas, cuando la gente comenzó a levantarse de sus asientos en el restaurante, rápidos y desencajados. Entonces revisamos las noticias en internet y el frío se coló por todas partes. La jefa de relaciones internacionales del ministerio, Elizabeth Rubio, estaba en otra reunión cerca de los atentados. Hace unos días habíamos estado en casa de nuestra agregada cultural en París, Paz Santibáñez. Quizás Paz estaba en el concierto o en el restaurante. Mi mujer y mis hijos comenzaron a llamarme mientras la sirena de la policía comenzó a poblar de miedo la capital francesa.

Comenzamos a diseñar el plan de contingencia. El gobierno de Aquitania nos planteó que los jóvenes tendrían todas las medidas de seguridad. Decidimos entonces que no viajarían en tren, que no habría recorrido patrimonial por París y que en menos de 24 horas debíamos dejarles en Agen, a 700 kilómetros de distancia.

Una radio de Santiago me llama y me pregunta cómo está todo y, siendo políticamente incorrecto, digo lo que de verdad me estaba pasando: «Tengo miedo. Tengo mucho miedo». Lo múltiple de los atentados y los objetivos civiles daban cuenta de un momento que buscaba poner a los ciudadanos franceses de rodillas. Ver la televisión, escuchar las sirenas y verles llorar me provocó un profundo miedo.

 [cita tipo=»destaque»]Calculo que la ministra nos llama unas 7 veces esa larga madrugada. Duermo a las 5 y sueño que el hotel es volado en pedazos. Despierto sudado. Son las 6. Miro por la ventana. París ahora se ve tranquilo como la película de Woody Allen sobre la cuidad luz.[/cita]

Calculo que la ministra nos llama unas 7 veces esa larga madrugada. Duermo a las 5 y sueño que el hotel es volado en pedazos. Despierto sudado. Son las 6. Miro por la ventana. París ahora se ve tranquilo como la película de Woody Allen sobre la cuidad luz.

Salimos a las 7 al aeropuerto. Conseguimos transporte privado para los jóvenes. Lo único que quería era que ese avión aterrizara y ver a los jóvenes de nuestros liceos públicos. Cerca de las 14:00 horas aparecen. No saben, no dimensionan lo que ha pasado. Solo una información del comandante de la nave, pero no han visto TV ni escuchado la radio. Una de las estudiantes me reconoce y la abrazo. Trató de retener el llanto. Los 16 estudiantes ya estaban acá y el miedo no nos iba a paralizar.

Ya en el bus, decido contar lo sucedido. Les hablo de cómo la historia de Chile se junta con la francesa, de nuestra Independencia. De la democracia. De la declaración de los Derechos del Hombre. Cuando vean a un ciudadano francés tengan empatía, les digo, mucha empatía.

Por tierra fueron 10 horas de viaje para sacarlos de París. El domingo cerca de las 22:00 horas fuimos al municipio de Agen y pusimos velas en homenaje a los asesinados. Una de ellas mencionó que la pasantía ya había comenzado; otra joven, que a pesar de todo cada francés y francesa que habían visto les saludaba atentamente; otro joven de Gorbea  dice «aquí mataron jóvenes como nosotros». Una chica de Villarrica termina diciendo «newen, Francia»

Si hay algo que emociona de este país es su profunda libertad. Su irrefrenable fe en el ser humano, el respeto por el otro, por la democracia y la justicia  y su actitud de vivir la vida plenamente.

Quizás por eso los criminales no atacaron a la policía o al ejército francés y lo hicieron donde los franceses escuchan música, ven fútbol o beben vino y comen con sus amigos y familias. Se les atacó en aquello que los franceses saben hacer mejor: vivir la vida.

Antes de volver a Chile un ciudadano francés me dijo que iría a París a celebrar el cumpleaños de sus hijos y otro que iría con su mujer a ver la ópera en tanto fuese de nuevo abierta. «Tenemos miedo, pero no nos van a quitar lo más preciado que tenemos, las ganas de vivir».

El cementerio de Montparnasse tiene a muchas figuras literarias que allí reposan. Una de ellas es Julio Cortázar, amante eterno de París. Las discusiones de por qué pones la bandera francesa en tu perfil de Facebook o los análisis geopolíticos para justificar lo de este viernes los dejo en el basurero. Me quedo con Julio que dijo «París es como una mujer (…) como un corazón que late todo el tiempo». Debe ser el corazón de la belleza que, a pesar de las bombas y el odio, seguirá palpitando eternamente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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