«Los fantasmas de la Guerra del Pacífico han vuelto a la vida. El catafalco en que durmieron durante un siglo, aplastados por el abrumador predominio económico, político y militar chileno, fue destapado por el acelerado desarrollo que finalmente vienen experimentando Perú y Bolivia, de la mano de su tardía y todavía muy parcial, pero vertiginosa, urbanización en curso».
¿Cómo se pueden unir nueve puntos, ordenados en un espacio cuadrado, mediante cuatro trazos rectos? No es posible al interior del cuadrado, siempre queda un punto sin tocar. Sin embargo, si extienden los trazos rectos iniciales más allá de dicho espacio cerrado, la solución es trivial. Compruébelo.
Este ejemplo clásico de la topología matemática ilustra una metodología general: si una solución no se encuentra al interior de un espacio, hay que expandirlo agregando nuevas dimensiones. Es lo que necesita la política exterior chilena para abordar los conflictos territoriales con Bolivia y Perú. En el estrecho marco actual éstos no tienen solución y solo van a agravarse, quizás peligrosamente. Se esfumarán, en cambio, cuando Chile abandone en serio la estrategia de “desarrollo hacia afuera” unilateral e indiscriminada, que viene aplicando desde el golpe militar, basada en la sobreexplotación de recursos naturales. Aquella resulta funcional a los intereses de las grandes empresas rentistas que se han apropiado de éstos, y a la geopolítica de los EEUU.. Debe sustituirla una estrategia de “desarrollo hacia adentro de América Latina”, como ha propuesto bautizarla Jacques Chonchol. Ese es el espacio amplio y crecientemente integrado que requiere, y ya está abriendo, la continuada expansión del auténtico capitalismo chileno y también la solución a los problemas limítrofes.
Los fantasmas de la Guerra del Pacífico han vuelto a la vida. El catafalco en que durmieron durante un siglo, aplastados por el abrumador predominio económico, político y militar chileno, fue destapado por el acelerado desarrollo que finalmente vienen experimentando Perú y Bolivia, de la mano de su tardía y todavía muy parcial, pero vertiginosa, urbanización en curso.
En la segunda mitad del presente siglo, las poblaciones conjuntas de Perú y Bolivia, que hoy poco más que duplican a la chilena, la van a triplicar con creces, y la de Bolivia sóla la va a superar. Por añadidura, ambos países van a contar entonces con poblaciones urbanizadas del todo, proceso que en Chile ya se ha completado en buena medida.
Como descubriera Adam Smith hace más de dos siglo, la moderna riqueza de las naciones guarda una estrecha proporción con su población urbanizada —puesto que allí casi todo lo que produce el trabajo humano, se vende—, lo cual explica porqué el PIB de Chile todavía supera a los de Perú y Bolivia sumados. Sin embargo, esta relación se está modificando rápidamente y al cabo de algunas décadas, la economía de nuestros vecinos va a superar a la chilena con creces y la va a triplicar hacía la segunda mitad del siglo, de manera más o menos proporcional a su población urbanizada de entonces. Inevitablemente, el peso político y militar relativo de los tres países se va a ir acomodando a su respectivo poderío económico.
Perú y Bolivia se verán beneficiados adicionalmente, de modo considerable y asimismo creciente, por un factor que nunca se puede menospreciar: la complejidad cultural de sus amplias poblaciones originarias, asentadas continuamente en esos territorios desde el Neolítico y que hicieron florecer allí los antiguos imperios americanos. Dicho rasgo es característico de todas las grandes civilizaciones, y no se manifiesta sólo en la majestuosidad y opulencia de los vestigios de sus glorias pasadas, sino asimismo en la complejidad y riqueza de su civilización urbana moderna, como ha quedado archi demostrado en los casos de Europa y Japón, pero asimismo resulta patente en las modernidades emergentes de Asia. Del mismo modo, no será de extrañar que la auténtica modernidad latinoamericana alcance su máximo esplendor precisamente en las regiones andinas donde florecieron los antiguos imperios.
La actual estrategia chilena para enfrentar este conflicto, en el espacio bilateral y de intangibilidad de tratados limítrofes, está condenada irremisiblemente al fracaso puesto que éstos fueron producto de una correlación de fuerzas que hoy ha cambiado y cambiará mucho más. Felizmente, como sucede con el acertijo de los puntitos topológicos, los problemas limítrofes chilenos tienen solución en un espacio más amplio. Se difuminarán en la misma medida que Chile recupere la política exterior comprometida en serio con la integración latinoamericana que tuvo antes del golpe militar, cuando las relaciones con los países limítrofes eran muy estrechas, en el marco de una inspiración desarrollista común en un espacio latinoamericano crecientemente integrado.
El llamado “Sueño de Bolívar” aparece como el principal desafío de la alta política latinoamericana del siglo XXI. Desde el punto de vista teórico, el imperativo de construir en América Latina un auténtico mercado común, es decir, un espacio de libre circulación de dinero, mercancías y personas, sin trabas aduaneras ni de ninguna especie, regulado y protegido por instituciones estatales supranacionales, sobre un espacio económico de un orden de magnitud de mil millones de habitantes urbanizados, resulta bastante evidente.
Como es sabido, el régimen de producción moderno, que surge de la urbanización, requiere para desarrollarse de un espacio de libre circulación, regulado y protegido por un Estado, con dimensiones acordes con los de las principales potencias económicas con las cuales debe competir. De este modo surgieron en el siglo XIX los Estados modernos europeos, los que barrieron con las viejas aduanas feudales y dialectos regionales, e impusieron, protegieron y regularon, la libre circulación en las naciones modernas así conformadas sobre espacios y poblaciones de dimensiones similares a las del Reino Unido, la nación, Estado y mercado, moderno pionero.
En la segunda mitad del siglo XX, la aparición de Estados-mercados de estas características, pero sobre espacios y poblaciones del tamaño de continentes completos, en Norteamérica y en cierta medida y con características especiales en la URSS, forzaron a los Estados pioneros a superar rivalidades y odios tribales seculares y su trágica historia de guerras en el siglo XX, para conformar una Unión Europea con instituciones estatales supranacionales que protegen y regulan la libre circulación de dinero, mercancías y personas, sobre un espacio de dimensiones similares. La emergencia de China, India y otros gigantes comprueba que el capitalismo del siglo XXI requiere Estados-mercados de esas dimensiones.
Por otra parte, las vicisitudes de la UE durante la reciente crisis y el rol “salvador” en la misma del Banco Central Europeo (BCE), han puesto de manifiesto precisamente lo indispensable que resulta la existencia de instituciones estatales comunes, para garantizar el funcionamiento de los mercados, tanto a nivel nacional como supranacional.
Ello devela asimismo, el error fundacional del pensamiento Neoliberal, una suerte de liberalismo demenciado, calificado certeramente como “anarquismo burgués” por el historiador Eric Hobsbawm, que pierde de vista el rol esencial del Estado en la conformación de cualquier mercado y postula por ello la utopía de un mercado mundial antes de la posibilidad histórica de conformar un Estado mundial que lo regule y proteja. En pos de tal utopía se oponen a la conformación de mercados-Estados supranacionales a nivel regional, los que si constituyen una opción viable en esta época, como demuestra la UE. Ello es funcional a las grandes empresas rentistas que hegemonizan la élite chilena, que no requieren un mercado protegido por estar sentadas encima del monopolio de los recursos que se han apropiado.
La tan mentada “globalización” Neoliberal sólo consiguió imponer la libre circulación del dinero, hasta que llegó la crisis del 2008. El frenazo del comercio internacional y el resurgimiento del proteccionismo para-arancelario tras la crisis muestran las limitaciones a la libre circulación de mercancías. En cuanto a la libre circulación de personas, baste con preguntar a los mexicanos.
Por estas razones, la opción para las naciones LA en el siglo XXI es, o integrarse o resignarse a ser vasallos de los EE. UU.. No hay otra. Por este motivo, el “Sueño de Bolívar” ha continuado avanzando, aunque por cierto muy lentamente y a lo largo de una inevitable y muchas veces frustrante sucesión de ires y venires, dimes y diretes. Y muy a pesar de los numerosos agoreros —bien aceitados por los grandes rentistas y ampliamente perifoneados por los EE.UU. y la llamada “prensa seria” de la región — que continuamente proclaman con sorna su inminente colapso.
Sus pasos más significativos hasta el momento han sido la formación, supervivencia y sucesiva ampliación del MERCOSUR (1991), así como la persistencia del Pacto (1969), luego Comunidad, Andina (1996) y la más reciente creación de UNASUR (2004) y CELAC (2010).
La posición favorable a la integración y complicidades al respecto de las élites de las burocracias LA, en las cancillerías y estados mayores militares, son asimismo bien conocidas. Algo similar similar con las amplias simpatías que el proceso cuenta entre los pueblos de la región.
Sin embargo, lo más importante es lo que está sucediendo sobre el terreno, la acelerada integración práctica, en infraestructura y especialmente, las inversiones privadas cruzadas entre los países. En el caso chileno, por ejemplo, las inversiones directas privadas en el exterior se ubican principalmente en Argentina, que concentra poco menos de la mitad y casi toda la otra mitad en Brasil, Perú y Bolivia. Como ha declarado el mayor supermercadista chileno y LA, Hörst Paulmann, “los que no invierten en los países vecinos se pasan de giles”.
Los conflictos limítrofes bajarán de intensidad si en lugar de continuar siendo percibido como un vocero de los EE.UU. en la región, Chile recupera el rol de liderazgo en el proceso de integración que tuvo antes del golpe. En lugar de firmar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, también conocido como TPP por sus siglas en inglés, inscrito en la estrategia de los EE. UU. contra China y de las multinacionales contra los Estados, Chile debería incorporarse como miembro pleno en el MERCOSUR, la más sólida iniciativa integracionista, a la cual el exPresidente Lagos se comprometió a adherir para luego retractarse tras un llamado telefónico del exPresidente Clinton ofreciendo un TLC, ¡sin siquiera avisar a sus prospectivos socios!
La solución a los conflictos con nuestros vecinos del Norte pasa por integrarnos en serio con los que están al otro lado de la cordillera. Mientras antes lo comprendamos, mejor.