Ese imaginario que somos sobre la dicha de un edén que es para unos pocos, los 45 hogares más ricos de Chile. Para el resto chorreo y carroña, empréstitos del Estado-Mercado focalizado, que nos hace sentir de verdad, toda la burbuja de un sistema hipócrita donde transversalmente siempre pierden los mismos.
Dueños de una tecnología concentradora, los Chicago Boys dibujaron el cielo de la teoría neoliberal en un país gris y amargo en el que se torturaba al enemigo interno que eran los chilenos que se habían planteado un Chile distinto. Sus herramientas eran de laboratorio, con pinzas de una libertad cuya densidad del capital era para abusar del vulnerable.
La contrarrevolución hayekiana envuelta en una hermenéutica popperiana de dictadura de la realidad, que es lo que existe, lo positivo, y toda la batería argumental tecnocrática sirvieron para vaciar de política, desde un dispositivo lleno de política, una forma de presentación ideológica que invisibiliza sus intenciones, amparados en una geopolítica mundial del capital, la absolutización de un soliloquio discursivo.
Como nos han vulnerado con el papel higiénico del alma nacional, todo el mito probo empresarial se fue a la basura de nuestra realidad constitucional del 80, eso somos, la mezquindad de un proyecto de modernización que nunca fue proyecto, fue expoliación, fue contertulio de negociantes sin ningún reparo en negociar la vida de Chile con los asesinos, clan de psicópatas, que fueron la materia aprovechada por los Chicos Boys. Estos grandes filósofos culturales de nuestra circunstancia nacional.
[cita tipo=»destaque»]El neoliberalismo es adoctrinador, plantea una liberalización a ultranza, pero eso se traduce en una competencia muy imperfecta, esta promesa del liberalismo es muy difícil que se sustente en el sistema neoliberal, pues su ofensiva es concentradora y eso deviene indefectiblemente en una ordenación de las influencias y las reglas desiguales.[/cita]
Gurús trascendentales que redibujaron los lugares, el texto de Chile, con esa sistemática obsesiva kafkiana con que los ingenieros preparan a sus víctimas. En el centro de nuestras casas se instaló una cultura visual que tejió redes con espacios rituales donde esta religión tiene culto, y todos van a rezar a los malls un credo que es un collage de nuestra sobrecarga cultural.
Lo que somos, lo somos prestado de un marketing social poco creativo, que administra los efectos creados en otras latitudes. Estos señores corbatales se pusieron a experimentar con las herramientas de la desigualdad para parir algo a la medida de los más pocos, instalaron la new harmony del 10% de la población nacional.
Y la Concertación del arcoíris fue la continuidad de un neoliberalismo legitimado más allá de la tesis de su corrección. Lo cierto es que lo sustancial lo expresa la cultura afianzada de una desigualdad como rasgo decidor de la sociedad chilena. En este sentido jamás ha habido corrección de lo sustancial, por tanto, la tesis de la corrección más bien se sustenta en el aggiornamento, en el maquillaje de la bestia.
La Nueva Mayoría pulula entrampada en un mandato después de las emergencias ciudadanas de 2011, donde la camisa de fuerza neoliberal cede difícilmente espacios de poder, y parece ser que las reformas seguirán presas de esa ideología en la medida que la “técnica de las indicaciones” generan la licuación de cualquier esfuerzo de solidez sustancial hacia la soberanía de las mayorías.
La sustitución del Estado como mecanismo de pacto interclase, se ha traducido en una ofensiva del capital, en tanto ha privatizado todas las esferas de la geografía humana nacional, nuestra cultura ha sido copada al centro por unos artistas del marketing que instalan la segmentación de mercado como una forma de construcción social que al final predomina.
El neoliberalismo es adoctrinador, plantea una liberalización a ultranza, pero eso se traduce en una competencia muy imperfecta, esta promesa del liberalismo es muy difícil que se sustente en el sistema neoliberal, pues su ofensiva es concentradora y eso deviene indefectiblemente en una ordenación de las influencias y las reglas desiguales. Esta desigualdad es una tentación a la corrupción irresistible, como lo demuestran incluso diversos escándalos nacionales e internacionales.
La ganancia como valor rector ha permitido una especulación macabra a niveles de la industria, y ha capturado la acción del Estado. Desarrollando un cierre perimetral que es muro social excluyente develado en el esquema de las oportunidades finales.
La concentración excesiva ha permitido que los tentáculos del dinero atraviesen los recodos geográficos de nuestras almas, incrustándose en nuestros barrios y ciudades, en la educación de nuestros hijos, tanto que es un paradigma cultural. Esa clase “media” que hoy ocupa autos a discreción, que consume como instinto aspiracional, emprendedores todos los exitistas, y promotores del bien individual. Como si la sociedad se tratara de eso.
La sociedad puede existir como sociedad para pensarse en un espacio de comunidad política social que delibere sobre los asuntos de la nación, la soberanía puede recaer en el pueblo, esa es la raíz de este contrato. El neoliberalismo es el rapto de esa raíz, es un contrato social muy inequitativo para la mayoría.
Es cierto, todo este sistema es un doble vínculo esquizoide; por un lado, pretendemos ser hartas cosas y, por otro, tenemos una pobreza espiritual que nos hace pequeños, lo cual también es un reflejo en nuestra cultura monolítica manejada en un laboratorio de estudios de mercadeo, donde varios nerds imbéciles juegan a una masturbación tipo Belleza Americana.
Y nos instalan un mercado lenguaraz, cuyos ejes significativos revisten una profundidad labial. Es un escenario donde los vulnerables seguirán conectados a la Matrix, mientras las máquinas maquinan la vida para los pocos que monopolizan las ganancias.
Había escuchado este cuento alguna vez.