No es habitual que una elección regional genere la atención internacional que ha tenido la de Francia. Un factor decisivo ha sido el papel protagónico del partido de extrema derecha, el Frente Nacional. Cabe hacer notar que no es la primera organización, de lo que uno podría de modo genérico clasificar como “derecha populista “, que obtiene ese éxito en Europa. Italia, Austria, Dinamarca, Holanda, Suiza (entre otros) son ejemplos de lo mismo.
¿Qué explica el interés general sobre el caso francés? Francia en el imaginario colectivo de la modernidad es comprendida como un paradigma de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Una suerte de civilización extraña, construida por artistas e intelectuales, por la fuerza de las ideas y la belleza estética, no por la habilidad de la conjugación del poder del dinero y militar. Como si la Francia contemporánea fuese un resultado de cafés, los ambientes de Montmartre, Montparnasse, Voltaire y Magritte. Ante ese “ícono de la civilización”, resumido bajo el concepto “Francia”, surgiría la barbarie propia del Frente Nacional. En cierta forma, la atención frente a esa elección es equivalente a un #somos Francia.
¿Cuál es el problema de esa mirada? No resiste la prueba de la historia. No solo porque, en el colonialismo, los franceses rivalizaron con los británicos. Basta recordar el “imperialismo progresista” de un Jules Ferry o un Guy Mollet. La tentación colonialista ha sido homogénea en el espectro político de esa nación. Esa caricatura tampoco logra entender las raíces del Frente Nacional ni las razones reales de su éxito. No es un fenómeno alien respecto de la civilización francesa, al revés, es profundamente francés.
La cultura de extrema derecha tiene en Francia un historial y desarrollo como en pocas naciones. Su primera articulación fue a raíz del llamado “caso Dreyfus” a fines del siglo XIX e inicios del XX. Ese incidente dará paso tanto al surgimiento de los intelectuales públicos de corte progresista, como Émile Zola con su J’Accuse, pero también a una corriente intelectual nacionalista, antisemita y tradicionalista, que con matices de diferencia encarnarán personajes como Charles Maurras y Maurice Barrès.
La segunda instancia decisiva en la configuración de la extrema derecha francesa contemporánea provendrá del gobierno colaboracionista del mariscal Pétain en Vichy, durante la Segunda Guerra Mundial. Esta última no fue solo una “experiencia impuesta por fuerzas foráneas”, implicó una participación no menor de elementos muy relevantes de la sociedad. Se estructuró un gobierno bajo una ideología propia (la Révolution nationale) que buscó instaurar una sociedad fascista atendiendo a particularismos propios de esa nación y con una idea propia de desarrollo de la misma. El nivel de soporte intelectual que tuvo, partiendo por el mismo Maurras, harán del fascismo à la Vichy un caso especial dentro de esa experiencia totalitaria (el fascismo).
De la actitud colaboracionista y la de resistencia se generarán dos derechas en el país galo: la gaullista (que combinará autoritarismo con valores republicanos) y la pétainista, de corte fascistoide. La primera será la conductora de la Francia de postguerra.
Un tercer momento, es el poujadisme que lideró Pierre Poujade. Era un movimiento soberanista, antiparlamentario y de protestas de la clase media francesa durante los años 50. Tuvo un éxito electoral no menor.
[cita tipo=»destaque»] Es un error ver al FN como un partido que simplemente emerge frente a una crisis económica, financiera o de inmigración. Esos pueden ser factores que han potenciado el resurgir de una cultura política francesa (siempre latente) de corte tradicionalista, soberanista y con cuotas no menores de chauvinismo y racismo.[/cita]
El cuarto momento, es la guerra civil de Argelia. En el proceso de independencia de la nación del norte de África (de los más sangrientos del siglo XX) resurgirá una derecha antigaullista, opuesta a su política de descolonización. Se estructura no solo bajo el grupo terrorista Organisation de l’Armée Secrète (OAS) y los intentos golpistas contra el mismo De Gaulle; muy importantes serán los grupos en las universidades. De estos últimos grupos (como la Fédération des étudiants nationalistes) nacerán intelectuales como Alain de Benoist, quien es figura central en la articulación en los años 70 de la Nouvelle Droite (la nueva derecha). Será un grupo de intelectuales derechistas antisistema los que iniciarán una “lucha cultural” contra los fundamentos de los valores liberales y democráticos de la sociedad francesa (incluidos la Ilustración y la herencia judeocristiana) por medio de una serie de publicaciones.
De esa historia y milieu proviene el Frente Nacional. Jean-Marie le Pen es un ex paracaidista de la guerra argelina, además de ex simpatizante activo del poujadisme. Quien fuese su brazo derecho, Bruno Gollnisch (historiador e intelectual), fue formado en esa tradición de movimientos universitarios. El Partido es una amalgama de católicos tradicionalistas, nacionalistas, pro paganismo, pétainistas, nostálgicos de Argelia, derecha social, antisistema y antiglobalismo.
El resto de la historia es conocida: Jean Marie Le Pen hará crecer el FN hasta ser un actor relevante. Su hija Marine lo reemplazará en la conducción del partido y buscará transformarlo en un partido con aspiraciones reales de llegar al poder, que no sea una versión más de un movimiento de protesta como ocurrió con el poujadisme. Para eso tratará de eliminar los resabios más extremistas. En ese giro estratégico e ideológico, la figura de Florian Philippot (proveniente de la izquierda soberanista) ha sido central.
Es un error ver al FN como un partido que simplemente emerge frente a una crisis económica, financiera o de inmigración. Esos pueden ser factores que han potenciado el resurgir de una cultura política francesa (siempre latente) de corte tradicionalista, soberanista y con cuotas no menores de chauvinismo y racismo.
¿Qué cabría esperar respecto al futuro político francés?
El FN no habrá logrado controlar ninguna región pero en ningún caso ha sido derrotado. La derecha «republicana y gaullista» cada vez más se le parece. Sarkozy en su afán por no seguir sangrando electoralmente hacia la derecha ha ido abandonando lo que caracterizó a ese sector hasta Jacques Chirac: cero concesiones a la derecha populista y al extremismo.
El FN (que jugó todas sus cartas a la primera vuelta) ha logrado, paulatinamente, su objetivo: “frentizar” a la derecha tradicional francesa. Algunos de sus dirigentes, como Laurent Wauquiez, son indistinguibles de los sectores tradicionales del FN. De esa forma, si el FN pasa a segunda vuelta contra Hollande, un “sarkozismo frentizado” será una fuente útil de votos. Si pasa Sarkozy, lo hará tomando muchas de las ideas del FN.
Solo la figura moderada de un chiraquiano tradicional como Alain Juppé podría impedir un escenario así. Hay buenas razones para dudar de la prudencia del electorado de derecha actual al momento de escoger entre Sarkozy y Juppé. Ni hablar si llegasen a ocurrir más atentados terroristas en ese país.
Pobre Francia, es víctima de un drama francés.