«Esto no es ficción ni propaganda política, y no cabe otra calificación para ello que el de crimen de guerra, cuyos responsables debieren ser investigados y sancionados. Una justicia penal internacional que parece ilusoria ante el poder de los aliados de Bashar Al Assad».
Estremecedor e inhumano, un video con el doloroso relato sobre la agonía de una familia siria víctima del hambre y del terror se difunde en todos los medios, y es apenas una muestra del averno en Madaya. Antes fueron Homs y el campo de refugiados de Yarmouk las ciudades que acapararon la prensa por las atrocidades que uno y otro bando han cometido en esta guerra de media década.
Sin embargo, la tragedia de hoy es una hambruna profusamente documentada que evoca las deplorables imágenes del holocausto. Niños y adultos famélicos, centenares de muertos que a diario ocupan las calles y ruinas, y una pestilencia que se cierne sobre la otrora ciudad de lujos y hortalizas veraniegas como la mayor indignidad para los civiles y su fe.
Infames 175 días de asedio, devastación y carestía que han dado el golpe final de la famosa serie de Los Juegos del Hambre o de alguna megaproducción holywoodense. Mas, esto no es ficción ni propaganda política, y no cabe otra calificación para ello que el de crimen de guerra, cuyos responsables debieren ser investigados y sancionados. Una justicia penal internacional que parece ilusoria ante el poder de los aliados de Bashar Al Assad. China y Rusia —interesadas en la reconstrucción y el control energético— apoyan el cierre total de fronteras a la ayuda humanitaria, pese a que no existe amenaza terrorista alguna, ni fuerzas de Estado Islámico y menos presencia de militares, mercenarios o sicarios occidentales.
Un discurso que se torna vergonzante e ilegítimo, pues hace gala de las miserias del negacionismo y cuyo vocero, el gobernante sirio, llega a afirmar que las bajas de Madaya son las propias de un conflicto; mientras los activistas de derechos humanos denuncian —parangón del nazismo— los crímenes de su triunfo de la voluntad.
Los sobrevivientes, más de 40 mil habitantes y mayoría suní, claman por una verdadera paz —junto a los millones de víctimas— y no el limbo de indefensión de la hoja de ruta pactada entre las naciones amigas de Siria y validada ante el Consejo de Seguridad de la ONU a fines del 2015.
La reparación, la memoria y la verdad procesal son derechos humanos universales y Madaya, aunque tarde décadas su justicia, necesita de nuestro debate y atención.