¿Por qué mienten los políticos? ¿Por qué mienten los poderosos? ¿Por qué mentimos nosotros, humildes seres humanos, en nuestras vidas diarias? En el fondo, como argumentaré, los políticos mienten por las mismas razones que mentimos todos nosotros.
Mucho se ha dicho acerca de las virtudes de la verdad. De su importancia. Incluso de su necesidad. Y a la inversa, se ha dicho bastante acerca del vicio que es la mentira. De lo perjudicial que es mentir, y de sus desastrosas consecuencias (genera desconfianzas, enemista personas, erosiona y liquida las relaciones sociales). Si hay algo en lo que la gran mayoría de nosotros podemos estar de acuerdo es en que los mentirosos no merecen nuestro respeto.
En contraste, hablar con la verdad e ir de frente son características que respetamos y admiramos. Nos gustan las personas que hablan con la verdad porque los valientes hablan con la verdad. Nos disgustan los que mienten porque, estamos convencidos, los cobardes hablan con la mentira.
Dado que la vida no se puede reducir a dualidades, la dicotomía entre la verdad como bondad y la mentira como vicio se mantiene solo hasta cierto punto. Basta un breve repaso a nuestras vidas diarias para darnos cuenta que no todo es blanco y negro, que la verdad no siempre es aconsejable y que la mentira a veces nos conviene (y tengo claro que la palabra “conviene” ya viene muy cargada). Pero más allá de los desacuerdos que pueda provocar este punto específico, hay algo en lo que todos podemos probablemente concordar: el mentiroso tergiversa la “realidad”. Y es precisamente aquí, en este punto en que me quiero detener.
Nietzsche nos dijo que el mentiroso es aquel que usa las palabras para hacer que lo irreal parezca real. Visto así, entonces, el mentiroso es alguien que inventa y crea una “realidad” alternativa para competir con lo que nosotros ya consideramos la “realidad”. Es decir, el mentiroso entra en conflicto con los demás, con nosotros. Nos desafía. Nos reta. Y este es, a la vez, el peligro que presenta y el poder que posee el que miente. El mentiroso lo pone todo en duda. Te niega. Niega tu voluntad. Tu visión. Tu perspectiva. Y lo hace para imponer la suya. Se cree más fuerte que tú. A tí, te cree débil. Niega los “hechos” del mundo. Niega la historia. Los datos. Las estadísticas. E inventa nuevos datos. Nuevas estadísticas. Nuevos hechos. En una clara muestra de hibris, el mentiroso se cree más poderoso que la realidad misma, capaz de transformarla y de hacerte ver que esa nueva “realidad transformada” es la nueva realidad objetiva.
El mentiroso es un artista. Por eso en inglés se les conoce como “con artist”. Este es un creador. Un inventor de mundos, de realidades. Es cierto, y es necesario tenerlo presente, que existen distintos tipos de mentiras. Así como, por ejemplo, hay grandes verdades, hay también verdades pequeñas y banales. Las grandes verdades tienen la capacidad de cambiar el mundo, mientras que las pequeñas verdades no tienen nada de interesante. Lo mismo ocurre con las mentiras. Las mentiras pequeñas, las que sólo buscan destruir y negar, sin proponer un relato alternativo, sin levantar otra “realidad” no tienen nada de interesante. Esas son mezquinas. Pero las grandes mentiras movilizan pueblos, impulsan a la gente a actuar, le dan tranquilidad y seguridad a los espíritus cansados, dudosos, heridos y temerosos.
Igual que un artista, el mentiroso es un rebelde. Alguien que no está satisfecho con la realidad que le toca vivir, que le toca enfrentar. Pero a diferencia de muchos que, por ejemplo, humildemente aceptamos pagar nuestros errores y asumir las culpas en honor a la “verdad”, el mentiroso se rebela. Dice “no, tu crees que eso es lo que pasa, pero la verdad es que pasa esta otra cosa.” Eso es lo que nos dice. Y eso es lo que nos violenta. El hecho que se atreva, que se atreva a levantar y conjurar un “realidad” distinta, un relato nuevo. Intenta hacer que lo irreal parezca real. ¿Se puede reducir la mentira, entonces, a un acto de mera cobardía? ¿Es aquel que huye de la verdad por temor a ella o sus consecuencias un cobarde y nada más? Por todo lo dicho hasta ahora, no lo creo. Reducir el mentiroso a la categoría de “cobarde” es muy fácil. Y muy poco interesante. Detrás de toda mentira hay siempre un individuo rebelde, un disconforme que cree poseer la capacidad de cambiar alguna parte de su mundo para su propio beneficio.
¿Qué hacemos con los mentirosos entonces? ¿Con el que nos quiere manipular? No viene al caso indignarse. Ni rasgar vestiduras. La mentira sólo se derrota con más realidad. La “realidad alternativa” presentada por el mentiroso sólo se puede enfrentar con más realidad, con la realidad que se vive todos los días. La mentira no se derrota en teoría. Se derrota en la práctica.
Los políticos, entonces, mienten por las mismas razones que lo hacemos todos. Para hacer que lo irreal parezca real. Para obtener alguna ventaja. Porque no aceptan la verdadera realidad tal cual se les presenta, optan por ofrecer una “nueva realidad”. Y ellos, sabiendo que ya cuentan con una gran cuota de poder (acceso a los medios de comunicación, acceso a información privilegiada, etc.) se encuentran en una posición donde la tentación de cambiar la “realidad” y de torcer el mundo a su favor se hace difícil de resistir. Y a diferencia de usted y yo, las mentiras que ellos dicen tienen la capacidad de efectivamente cambiar esa “realidad” a escala social. De hacer que los pobres no se crean tan pobres. Que los abusados se sientan privilegiados.
[cita tipo=»destaque»] ¿Qué hacemos con los mentirosos entonces? ¿Con el que nos quiere manipular? No viene al caso indignarse. Ni rasgar vestiduras. La mentira sólo se derrota con más realidad. La “realidad alternativa” presentada por el mentiroso sólo se puede enfrentar con más realidad, con la realidad que se vive todos los días. La mentira no se derrota en teoría. Se derrota en la práctica.[/cita]
Que la precariedad parezca una oportunidad por la que debemos estar agradecidos. Por eso, por ejemplo, cada vez que alguno político diga que el sistema de AFP es “bueno”, hay que volver una y otra vez a las vidas de todos los chilenos que apenas sobreviven con las pensiones de miseria que reciben. Hay que volver una y otra vez sobre ese punto hasta llegar a ser más que majadero. Si nos dicen que hay que defender la “libertad de educación”, hay que volver una y otra vez a las vidas de las miles de familias de chilenos que no tienen como elegir el colegio que quieren para sus hijos, que no tienen como ejercer esa supuesta libertad.
Mentir es siempre un acto violento, pero no por eso necesariamente destructor. Si al final el mentiroso nos hace dudar de la verdad, si logra, aunque sea por un instante, perturbar las bases sobre las que descansa nuestra “verdad”, nuestro relato, entonces le tenemos mucho que agradecer. Si nos obliga a mirar la realidad por segunda, tercera, cuarta o quinta vez, entonces el mentiroso le ha agregado valor a nuestras vidas. Gracias a él, nos vemos obligados a reconocer nuestra fragilidad, nuestras limitaciones como seres humanos y a que siempre podemos dudar. Es decir, el mentiroso nos hace un favor. Y por eso, al final le podemos estar agradecidos.