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Piñera y los militares

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Fernando Thauby
Por : Fernando Thauby Capitán de Navío en retiro
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«Lo último fue su ataque a los ‘cómplices pasivos’. Cabe preguntarse, ¿el historial de Piñera durante el gobierno de la Unidad Popular y luego durante el Régimen Militar lo califica como ‘cómplice pasivo’, ‘como cómplice activo’ o de alguna otra forma?».


Sebastián Piñera pertenece, -por familia, educación y socialmente- a la tradición política e intelectual democratacristiana que existió en Chile entre los años ´30 y mediados de los ´70, en que la alianza del PDC con la izquierda marxista desdibujó definitivamente su impronta socialcristiana.

Es heredero de una tradición cultural que rechaza y condena el uso de la fuerza militar del Estado aun en situaciones de crisis políticas e institucionales terminales, pero que no condena con igual fuerza su uso y amenaza de uso por parte de grupos de izquierda; que condena -mas bien critica- la violencia armada de paramilitares de izquierda, pero siempre acompañada de condicionantes y atenuantes; que llama a los militares a intervenir en política desde la oscuridad del anonimato y la “reunión privada” sin dar la cara y que una vez “hecho el trabajo” los abandona con excusas morales; que en ninguna situación de crisis propone una alternativa viable para contenerla y que llegado el momento de reconstruir la institucionalidad política y social destruida, se refugia en lamentaciones y ambiguas declaraciones doctrinarias.

Nunca se ha oído una condena clara de Piñera a la promoción y legitimización del uso de la violencia armada como forma de acción política practicada por la izquierda marxista entre los años 1965 y 1990.

Tampoco ha manifestado su valoración de la “estrategia de insurrección de masas”, de la “Operación Retorno” ni del entrenamiento de fuerzas para militares y la internación de armas y personas entrenadas para materializarla aplicada por el Partido Comunista para derrocar al Gobierno Militar e imponer su dominio; solo hay constancia –con posterioridad al término del Gobierno Militar- de que le habría disgustado la “represión”.

Tampoco se sabe con certeza que hizo durante esos años, Piñera no es hombre de segunda fila, si participó en algo no puede haber sido como acompañante, no se condice con su personalidad.

Refiere el relato de su comportamiento contra los agentes de la CNI que pretendían detener a un hombre que trabajaba para él en el Banco de Talca, en la cual muestra una potente decisión y valentía contra los abusos de esa organización, si sumamos esta característica a su reconocida inteligencia y capacidad de gestión, debemos lamentarnos que, como lo hizo su hermano José, no se incorporara al Gobierno Militar para hacerlo mas eficiente y ayudar a corregir los abusos, o a abandonarlo con la frente en alto.

Mientras fuera un particular nadie podría criticar su elección de dedicarse a sus intereses personales y no complicar su carrera con asuntos políticos o morales.

Participar o abstenerse era su derecho, pero una vez ingresado a la arena política y en su mas alto nivel, Presidente de la República, queda obligado a manifestar sus creencias y acciones respecto materias que dividen tan profunda y gravemente a la nación chilena. Y queda también obligado a entrar en el tema de la política de esos años como actor con historia personal y como sujeto de responsabilidad política.

El Estado de Chile es continuo, no se inicia con cada régimen, Piñera -como ex presidente y como posible futuro presidente- tenía y sigue teniendo la obligación de enfrentar y solucionar los efectos de la crisis política y social que dividió a Chile y que aun siguen corroyendo la unidad nacional.

En su gestión como Presidente, su comportamiento respecto al sector defensa presentó tres hitos relevantes. El primero y mas potente, fue el desconocimiento de los compromisos asumidos formalmente (por escrito) con los miembros de las organizaciones de las FFAA en retiro para hacer justicia a los militares presos. No solo los olvidó sino que tomó acciones en la dirección opuesta mediante las cuales agudizó la aplicación de procedimientos judiciales arbitrarios que en sus diálogos pre electorales con las organizaciones mencionadas, calificó de injustas y que requerían corrección drástica.

La campaña en pro de trato humanitario hacia esas personas emprendida por el jesuita Fernando Montes –con el evidente conocimiento y aquiescencia de la presidente Bachelet- da la medida de la magnitud de su -ya irremediable- error histórico.

Luego fue su sorprendente manejo del Ministerio de Defensa donde privilegió la designación de “operadores políticos” en vez de “gestores técnicos”. Primero puso como Ministro a una persona técnica y moralmente inadecuada, luego lo reemplazó por otra que se dedicó a promover su candidatura presidencial empleando a las FFAA y por último a un desconocido cuya presencia, -ofensiva en su descortesía y desinterés-, pasó sin dejar la mas mínima huella. Capítulo aparte es la inédita situación creada por el Ministro que propuso pública e internacionalmente una inaudita Estrategia de Seguridad Nacional.

Lo último fue su ataque a los “cómplices pasivos”. Cabe preguntarse, ¿el historial de Piñera durante el gobierno de la Unidad Popular y luego durante el Régimen Militar lo califica como “cómplice pasivo”, “como cómplice activo” o de alguna otra forma?

Chile es un país de odios anchos y profundos. Su experiencia presidencial debe haberle mostrado hasta que punto este odio está vivo. Él y su familia fueron objeto de burlas, ataques y difamación. Los odios no se han reducido, se han solidificado.

Una minoría odiosa y con olvidos selectivos no permite que la crisis del 71 al 90 quede atrás, para lo cual sus activistas han levantado memoriales para el cultivo del odio, mientras ignoran olímpicamente su legitimación de la violencia como arma política, el desprecio a la democracia –que llamaron “formal”- entre los años 1965 y 1973 y aceptan la mentira un arma política.

Los actores políticos, gobierno, congreso y partidos se niegan a entrar en un debate honesto y veraz, siguen justificando maniqueamente sus preferencias sin escuchar a “los otros”. Siguen patéticamente tratando de olvidar la historia y de aparentar que creen en sus propias justificaciones, auto absoluciones, mentiras y deformaciones del pasado.

Piñera no es otro observador mas, es su deber dar la cara y abordar el problema abiertamente, con la altura de miras, con la sabiduría y la generosidad de un estadista. Desgraciadamente, no parece interesarle ni entenderlo así.

Es la desgracia de la relación entre los Militares y Piñera.

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