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Una catástrofe que ya no arde: el segundo aniversario del incendio de Valparaíso

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Romina Álvarez
Por : Romina Álvarez Periodista. Magíster en hábitat residencial U. de Chile.
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A dos años del incendio que afectó a los cerros de Valparaíso, es de extrañar que las mismas portadas que ocuparon las llamas hoy no sean llenadas por los detalles del proceso de reconstrucción que, si bien avanza, todavía mantiene en la incertidumbre a muchas familias damnificadas.

Hace dos años exactamente, las portadas de todos los medios nacionales mostraron la voracidad de un fuego que arrasó con todo a su paso. Se trató del incendio más grande que ha afectado a los cerros de Valparaíso, al menos en época contemporánea. Fueron los medios que lo catalogaron como “mega incendio”, situando en el olvido las anteriores tragedias que afectaron a Cerro Placeres, Rodelillo y La Cruz, tan sólo meses atrás.

Lo que vino después de las llamas fue exhibir reiteradamente las ruinas que había dejado el fuego. En un primer momento las imágenes eran tan desoladoras que se podría haber tratado de cualquier fotografía tomada luego de un bombardeo de guerra. Lo que resultaba muy coincidente con el relato de los habitantes, quienes se sentían pisando las ruinas de un campo de batalla. Sus tragedias respondían al guion establecido por los medios de comunicación, que utilizan el dolor humano y la catástrofe para amedrentar a las masas dormidas, tal como lo mencionaba Naomi Klein en su libro “la doctrina del shock”. La desolación, la aridez y la tragedia se hicieron patentes una y otra vez durante al menos seis meses.

El desplazamiento de la información hizo que de la aridez pasáramos a los testimonios. Es ahí que los especiales de prensa se concentraron en contar “historias humanas”, con el objetivo de “sensibilizar” a un lector que ya presentaba los primeros síntomas de saturación por exceso de noticias dramáticas.

[cita tipo=»destaque»] A dos años del suceso, lo que vino fue una pequeña noticia en algún cuadro inferior derecho de la prensa, dando cuenta de cómo un grupo de vecinos, cada vez más exiguo, se organizaba para conmemorar un hecho que no sólo afectó sus vidas, sino que también las cambió dramáticamente. Un hecho del cual algunos hablan como un antes y un después que ya no quieren revivir. A dos años del desastre no existe la espectacularidad de las llamas y resulta inverosímil ver a algún medio aproximarse a lo que hoy son unas quebradas en reconstrucción.[/cita]

De este intento por humanizar, siguiendo una lógica cinematográfica, se pasó rápidamente al llamado de ayuda. Fue así que jóvenes voluntarios y personas a lo largo del país se aventuraron en subir a los cerros o al menos, en hacer llegar su ayuda a los distintos lugares de acopio. La ayuda consistió principalmente en enseres, comida, dinero, trabajo, y materiales.

Luego vino un llamado a no ayudar más, pues, al parecer, había un exceso de ayuda y una sobreabundancia de voluntarios. El municipio porteño incluso destinó efectivos policiales y un carro lanza agua para evitar que la gente subiera en masa, sin bototos de seguridad, sin guantes, sin tener dónde quedarse, apenas provistos de palas y sus ganas de ayudar. Luego de eso vino el colapso en la ciudad puerto.

En tanto, y de manera paralela, la prensa siguió reiteradamente enviándonos el mismo mensaje, argumentando el rol social que ejercen en una sociedad. La idea de sensibilizarnos en pro de ayudar a los damnificados los hacía parecer meritorios de este papel protagónico. Los espectaculares anuncios gubernamentales que hablaban de “refundación” de Valparaíso cerraron de manera esperanzadora el cuento, un final feliz que poco tuvo de final y mucho menos de feliz, mientras el invierno inundaba las mediaguas y los damnificados se vieron obligados a volver a sus vidas cotidianas sin voluntarios que los apuntalaran, sin autoridades, sin cámaras. Se extinguió la llama de la solidaridad, de la esperanza. Cada vecino volvió a su vida común y corriente y se instaló el silencioso fantasma de la desolación, del abandono. Se destruyeron familias, se enfrentaron hermanos, se pelearon las migajas, se perdió la fe. En muchos hogares aún nada de esto se recupera.

A dos años del suceso, lo que vino fue una pequeña noticia en algún cuadro inferior derecho de la prensa, dando cuenta de cómo un grupo de vecinos, cada vez más exiguo, se organizaba para conmemorar un hecho que no sólo afectó sus vidas, sino que también las cambió dramáticamente. Un hecho del cual algunos hablan como un antes y un después que ya no quieren revivir. A dos años del desastre no existe la espectacularidad de las llamas y resulta inverosímil ver a algún medio aproximarse a lo que hoy son unas quebradas en reconstrucción.

La reconstrucción no vende”, es el argumento. Sin embargo, éste es el momento en que los medios debieran replantearse su rol de agentes de movilización, ya que se ha instalado la idea de que todo lo malo pasó. Pero en realidad, no pasó… las personas que fueron afectadas por esta tragedia aún esperan sus casas, esperan materiales para terminarlas, esperan recuperar sus enseres o simplemente esperan sentirse en condiciones de vivir como vivían antes.

A dos años de la tragedia, los puerta a puerta se acabaron, las atenciones psicológicas también, los bailes entretenidos, el yoga y cuanto taller que se hizo por esos días. Hoy ya nadie sube, porque ya no pasa nada, dicen por ahí…

Sin embargo, el abandono de las autoridades hace mayor el enojo de las familias, que han visto pasar dos años de sus vidas sin ninguna nueva noticia de sus casas. Muchos de ellos ya no tienen ni siquiera una foto para contemplar cuando hablan de sus recuerdos de infancia. Muchos de ellos aún se emocionan cuando recuerdan a su mascota regalona. En estos días, una señora del cerro decía: “lo que pasa es que las autoridades y los medios no tienen corazón”. Y sí, pareciera que no lo tienen. Ojalá que no sea una nueva tragedia la que lleve a los medios a golpearles la puerta para que entreguen la cuña emotiva.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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