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Minería, sexismo y puticlubs

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Carla Rojas
Por : Carla Rojas sicóloga laboral, magister en Dinámica Organizacional, experta en género y minería
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La fuerte polémica que instauró Codelco con la amenaza de no participar en Expomin por el rol estereotipado de la mujer, generó  muchos comentarios y opiniones. La ministra Aurora Williams defendió la postura de que no se trata de que las mujeres estén ausentes, sino de que al menos no se denigre el género. Esto me llevó a recordar que en la última Expomin algunos nightclubs estaban afuera de espacio Riesco entregando descuentos a los participantes, como si se tratara de un evento discotequero y no de una feria internacional de negocios.

Considerando que en actualidad la industria minera es un espacio para hombres y mujeres, se hace impostergable resguardar la integridad de las mujeres y el estereotipo que se quiere proyectar. Aquí invito a reflexionar sobre algunos hechos habituales.

La primera vez que visité un campamento minero, en la entrada del recinto de una gran empresa internacional,  me dijeron “saque una pelotilla”, y cuando lo hice todos se largaron a reír. No entendía mucho. Luego me di cuenta que había sido seleccionada para la aplicación de un test de drogas. Me subieron a una camioneta y lo primero que pude percibir fue que eran mayoritariamente hombres, de hecho yo era la única mujer en la sala de espera. Esta escena se repitió durante los cuatros años que trabajé en una empresa contratista, cuando viajaba a la mayoría de los campamentos mineros.

En el avión son comunes las escenas de acoso a las azafatas o en el campamento, cuando una mujer entra al casino, los trabajadores hacen sonar las cucharas contra los platos. Es una práctica común y si eres mujer debes avanzar con tu bandeja en medio del ruido estridente de ese ritual casi tribal. Esto ocurre en los distintos niveles de la industria. En las reuniones tu voz desaparece, das una buena idea y seguramente fue tu escote…

Investigar y denunciar situaciones de maltrato hacia las mujeres no es nada fácil, ya que los hombres cobran esas acciones con lo que  denomino el efecto “búmeran”, este es nada menos que el efecto de acción de agresión que los hombres devuelven si uno denuncia un maltrato. Como ellos administran los recursos es fácil quedarse sin habitación o que tus pasajes aéreos salgan en horarios extremadamente tarde.

Recuerdo una ocasión en la que recibí la denuncia de una colega que no tenía habitación, el encargado abrió puerta por puerta, casi de madrugada. Todas las compañeras despertaron asustadas, sus caras evidenciaban el sueño, se sentían impotentes ante esa invasión, sin ningún respeto por su intimidad, en la que ese hombre revisó si tenían espacio. La empresa principal respondió: “Hemos dicho que no traigan más mujeres, no hay más espacio”.

¿Qué hacemos las mujeres para poder mantenernos en una de las industrias mejor pagadas del país?  Nos escindimos, aprendemos a ser un hombre más durante el turno y el fin de semana volver a ser nosotras de nuevo. Estas estrategias de validación en ambientes masculinos son ocupadas por la mayoría de las mujeres para lograr entrar en espacios que, si bien no están “cerrados” para las mujeres en su totalidad, te hacen sentir fuera todo el tiempo. El impacto para la salud psicosocial de las mujeres, que deben no solo sobre demostrar sus capacidades profesionales,  sino que también hacerse respetar y cuidarse en un entorno amenazador,  es enorme.

Sobre este tema desarrollé mi tesis de magíster, donde se logró percibir el daño en la salud mental de las mujeres que trabajan en minería. En este estudio señalo las distintas estrategias que ocupan las mujeres para validarse.

Un 43% reportó ser objeto de burlas con connotación sexual y un 7% de las mujeres reportó sentir temor a ser acosadas. Según un informe del Sernam (2009) el 45% de las mujeres prefiere renunciar cuando son víctimas de esta situación. De este modo, se observa la subordinación de las mujeres en las dinámicas de género presentes,  ya no solo en los campamentos mineros, sino que en todas las interacciones sociales que se dan en esta actividad productiva. Esto se manifiesta en los discursos y en las creencias; como en el mito de que las mujeres dan mala suerte en las faenas mineras, ya que “la Mina se pone celosa”. Esta situación es muy evidente en las ferias y exposiciones de la industria como la Expomin o Exponor, donde es muy común ver a las mujeres que participan de estos eventos en un rol de objeto sexual.

[cita tipo/destaque»]En el avión son comunes las escenas de acoso a las azafatas o en el campamento, cuando una mujer entra al casino, los trabajadores hacen sonar las cucharas contra los platos. Es una práctica común y si eres mujer debes avanzar con tu bandeja en medio del ruido estridente de ese ritual casi tribal. Esto ocurre en los distintos niveles de la industria. En las reuniones tu voz desaparece, das una buena idea y seguramente fue tu escote…[/cita]

La masculinización se da incluso en los espacios de esparcimiento en el norte del país, como lo indica un estudio (Barrientos, 2009): “Las relaciones de género que se producen en la schoperías, como espacios de ocio preferentemente de trabajadores mineros, se devela como un punto de tensión permanente en la relaciones entre hombres y mujeres, y cobran vigencia los mandatos masculinos hegemónicos, en los cuales lo femenino está devaluado, incluso por las propias mujeres”. La investigación realizada señala la importancia de modificar estas relaciones de género tradicionales, ya que en las organizaciones existen nuevos escenarios y la urgente necesidad de que hombres y mujeres se relacionen de una manera más igualitaria.

En este sentido, poco ayudan los comentarios que hablan de la industria minera como una propiedad solo de hombres. A propósito de la polémica levantada por el tema de las promotoras, el diputado UDI, Issa Kort, de la comisión de Minería de la Cámara, declaró que “hay que buscar el justo equilibrio, no hay que llegar a los extremos. No porque la mujer tenga una figura bonita, desplante, personalidad, le van a cortar el trabajo. La Expomin es un espacio importante, está hecho por mineros, que son personas que les gusta salir de la aridez de la mina, de sus cerros, ver la belleza femenina. Más allá de tener una política pendular y que sean las propias agencias de promotoras que sepan cómo vestirlas”.

Mi respuesta sería que la industria hace tiempo dejó de ser un espacio de “mineros”, hoy trabajan en ella tanto mineras como también profesionales de distintas disciplinas. Y no se trata de quitar el trabajo a las mujeres, es invitar a pensar en la precariedad de estos trabajos que suelen ser a honorarios y por algunos días, pero sobre todo reivindicar el rol de la mujer en la industria.

Nuestro país ocupó el lugar N°73 en equidad de género en 2015 y ha retrocedido siete puestos desde el año 2014 (en que figuró en el lugar N° 66) en el último informe del Foro Económico Mundial (Global Gender Gap Report, 2015). Actualmente no hemos superado el 8% de participación en la industria y este porcentaje corresponde principalmente a labores de apoyo. En minería solo hay un 1% de  mujeres en niveles ejecutivos, mientras en países más desarrollados como Canadá y Australia esta cifra de participación femenina en la industria es 18%, una brecha comparativa importante.

Los directores de las empresas mineras y organizadores de este evento, deberían entender que ser “objeto sexual” no es el rol que busca tener la mujer en la industria y se debe responder con urgencia al legítimo derecho a trabajar en un espacio que no nos denigre y que promueva nuestro aporte intelectual y profesional. En esta lógica desigual, me atrevería a decir que antes de opinar es bueno informarse y ponerse en los zapatos de las mujeres en este rubro y muchos otros donde la desigualdad está normalizada. Los insto a entender que para una mujer trabajar y caminar en un campamento minero, no es caminar por Rosario Norte, después de ordenar un café en Starbucks. Hay que estar ahí, señores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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