La muerte siempre nos propone una tregua, un espacio vacío y una pausa profunda. Cuando llega, golpea, sacude, nos saca del camino y nos deja mirando en otra dirección. Por eso la muerte del Presidente Aylwin y el duelo nacional de tres días pusieron a Chile en un paréntesis, en una necesaria, oportuna y corta espera.
En medio de la bataola, nos dimos un respiro. Cambiamos ofensas por homenajes. Gritos por silencio. Euforia por reflexión. Divisiones por encuentros. La guerra de todos los días por una paz pasajera pero sincera.
Cambiamos puñales por abrazos. Desprestigio por admiración. Descalificaciones por respeto. Iglesias encendidas por una catedral repleta de sentido, cariño y oraciones por Chile. Cambiamos crisis por esperanzas. Mentiras por honestas condolencias. Rabia por gratitud. Por sólo unos días fuimos un país mejor y conmovedoramente republicano.
El luto trajo calma a una tierra agitada, intolerante, atribulada y quejumbrosa. La muerte nos regaló sensatez y nostalgia. Miramos atrás y recordamos con una mezcla de orgullo y añoranza el tiempo en que fuimos capaces de ponernos de acuerdo, abandonamos odios y aceptamos nuestras diferencias para construir juntos, vencedores y vencidos, nuestra democracia.
[cita tipo=»destaque»]La semana pasada echamos de menos la buena política, a servidores de otra época, algunos dispuestos a arriesgar y sacrificarse por Chile y el bien común. Revivió por un instante ese pueblo que hablaba de perdón y reconciliación. Extrañamos también una sociedad distinta: comprometida, haciéndose cargo, consciente de su derecho y su deber, capaz de devolverle cívicamente a Chile su libertad.[/cita]
La semana pasada echamos de menos la buena política, a servidores de otra época, algunos dispuestos a arriesgar y sacrificarse por Chile y el bien común. Revivió por un instante ese pueblo que hablaba de perdón y reconciliación. Extrañamos también una sociedad distinta: comprometida, haciéndose cargo, consciente de su derecho y su deber, capaz de devolverle cívicamente a Chile su libertad.
Chile, en su paréntesis, se vio bien. Lució amable, diverso, sensible y tolerante. Vimos a un país mayoritariamente emocionado. Un país unido, como hace tiempo no lo hacía.
Por eso, ahora que se acabó el duelo y todo vuelve a la normalidad, ahora que entramos de nuevo a la pelea chica, estridente, mezquina y agresiva, no debemos olvidar: Chile puede ser mejor