Los comentarios –elogiosos y críticos- formulados con ocasión del fallecimiento del presidente Patricio Aylwin se limitan a dos momentos de su biografía política: durante el gobierno de la Unidad Popular del presidente Allende y durante su presidencia.
Su oposición al gobierno de Allende llevó a personalidades de izquierda a cuestionar su desempeño cuando fue presidente del PDC, que asumió en mayo de 1973, atribuyéndole la responsabilidad en el desplome de la democracia. Ningún colapso democrático se explica por las acciones de un polítco que está en la oposición. Frente a la caída de la democracia en Alemania en 1933, que condujo a la dictadura de Hitler, o la de España en 1936, que llevó a una guerra civil (1936-1939), no hubo personalidades de izquierda en alguno de esos dos países que argumentaron que ella se produjo por responsabilidad del presidente del principal partido de oposicion, sino que por la confluencia de múltiples factores. Ese argumento tiene aún menos validez en un país con un régimen presidencial como el de Chile –no era el caso de Alemania, que tenía un régimen semi-presidencial, y España, que era parlamentario-, que entrega al mandatario una amplísima autoridad y poder, que ejerce especialmente a través de sus ministros. Además, fue un gobierno que quiso hacer una revolución con el apoyo de la minoría del país, se enfrentó con Estados Unidos y descuidó la economía
Los elogios formulados en relación a su desempeño como presidencia tienen diferentes razones y perspectivas. No sorprenden los comentarios de partidarios y dirigentes de los partidos de la Concertación, que lo llevaron a La Moneda, que valoran su liderazgo en un contexto extraordinariamente difìcil, como ningún otro país que en esos años transitó de la dictadura a la democracia. Otros primeros presidentes en América Latina terminaron mal su mandato, como Fernando Belaúnde en Perú (1980-1985) o Raúl Alfonsín en Argentina (1983-1989), que debieron entregar el poder a la oposición, dejando a sus respectivos países en una muy difícil situación económica y política.
Los partidarios del presidente Aylwin recuerdan la continuidad del dictador en la arena política como comandante en jefe del Ejécito durante ocho años, un caso único en la historia de las democracia, y con la firme decisión de obstaculizar el establecimiento de la democracia. Pinochet contó con el respaldo de un amplio sector del empresariado, de los líderes de las organizaciones patronales, de los dirigentes de la la UDI y de un sector de RN, los cuales lo consideraban un exitoso ex presidente y no sólo como el jefe de la principal rama de las FF.AA, y hasta toleraron sus provocaciones a la democracia. Tuvo una actitud hostil hacia el presidente Aylwin porque su presencia en La Moneda mostraba el fracaso de su promesa de 1973 de que nunca más un “político tradicional” volvería a tener un protagonismo destacado, en un futuro que él consideraba sería muy lejano.
También valoran la conducta decida del presidente Aylwin frente a las provocaciones de Pinochet, que sobresalió frente al miedo que provocaron entre algunos de sus ministros y dirigentes de partidos, especialmente con ocasión del “ejercicio de enlace” en diciembre de 1990 y el “boinazo”, en mayo de 1993.
Los elogios formulados por personalidades de derecha y del mundo empresarial tiene distintos antecedentes. Los dirigentes de RN recuerdan, con razón, el apoyo que le dieron al presidente Aylwin, desde la noche del 5 de octubre de 1988, cuando su presidente, Sergio Onofre Jarpa, mientras el gobierno guardaba silencio sobre el resultado del plebiscito sucesorio, reconoció el triunfo del No en un programa de televisión de Canal 13, ante los ojos de millones de chilenos, junto al entonces portavoz del No, Patricio Aylwin, con el cual conversó como un viejo y querido amigo. RN después apoyó importantes iniciativas del gobierno Aylwin, que le permitieron llevar adelante su programa.
Otros reconocimientos de algunos personeros de derecha y líderes empresariales no se corresponden con sus respectivos comportamientos durante el gobierno del Presidente Aylwin, guardando silencio durante años acerca de su labor como primer mandatario. Un ejemplo de esa actitud la dio hace dos años ICARE, organización que valoró públicamente la gestión del presidente Aylwin recién en 2014 y lo hizo más para expresar su opinión crítica hacia el segundo gobierno de Bachelet, que por resaltar la labor de aquel.
El Mercurio fue más lejos en sus elogios al ex mandatario, pues llevó agua para otro molino: reivindicar la política económica de la dictadura, en su editorial del 29 de abril. Sostuvo que “los empresarios apreciaron que con el apoyo del nuevo gobierno el modelo de economía social de mercado se consolidaba y que incluso era intensificado con medidas procompetitividad, como, por ejemplo, la rebaja de aranceles aduaneros”.
La biografía política de Patricio Aylwin fue bastante más larga que su papel en la oposición al final del gobierno de Allende como presidente del PDC y, después, como primer mandatario y ella tiene éxitos y derrotas. Comienza tres décadas antes de 1973 y es diversa, con éxitos, pero también de derrotas, que ayudaron a definir su voluntad política. Ella comenzó en 1945 cuando ingresó a la Falange Nacional, después de haber considerado entrar al partido Socialista. Se destacó rápidamente, siendo elegido vicepresidente (1947-48) y después, presidente en 1951/1952, cuando le correspondió proclamar la primera postulación presidencial de Eduardo Frei Montalva, que fue presentada a la “convención de centro izquierda”, en que también participaba el partido Radical.
Después de esta fallida incursión presidencial de Frei, Aylwin renunció a la presidencia de la colectividad y se concentró en los años siguientes en el ejercicio profesional y en su labor académica. Fue exitoso en la profesión, que le dio reconocimiento, siendo elegido miembro del consejo del Colegio de Abogados en 1951, y reelegido en 1955, con la segunda mayoría. Eran años en que este gremio reunía a los principales juristas del país.
[cita tipo=»destaque»]No consideraron que el presidente Aylwin tenía reparos al “modelo”, que expresó abiertamente –destacó aquella en que afirmó “el mercado es cruel” -, que fueron desoídas. Hasta fueron refutadas por Foxley, como lo ha recordado en una entrevista a El Mercurio el 25 de abril del 2016, cuando le respondió: “pero presidente, si la política es más cruel….”. Contradecía la opinión del primer mandatario de la manera menos adecuada, criticando la política, como si él no estuviera en política y había sido un político como miembro del consejo nacional del PDC durante la presidencia de Gabriel Valdés.[/cita]
Volvió a la actividad política en 1958, después de la elección presidencial de ese año, en la cual Eduardo Frei Montalva alcanzó una gran votación, 20,5%, superando al candidato del partido Radical, Luis Bossay, que obtuvo un 15,4%. Este resultado fue más del doble de la votación obtenida por el PDC en las elecciones parlamentarias de 1957. Frei invitó a Aylwin para que fuera presidente del PDC en un momento clave de su estrategia de llegar a la presidencia en las elecciones de 1964, que implicaba construir un partido de masas. Aylwin fue presidente por dos períodos, siendo sucedido por Narciso Irureta (1960-1961) y por Renán Fuentealba (1961-1965), que le correspondió dirigir la campaña presidencial de 1964 y ser uno de los artífices del triunfo de Frei en ella.
En 1960, acompañó como 2º Vicepresidente a Eduardo Frei cuando este asumió la presidencia de la colectividad. Volvería a ser después presidente en tres oportunidades, en momentos estelares del desarrollo político de Chile: 1965-1967; 1973-1976, 1987-1989, que le llevaría a la presidencia de la república, después de haber considerado entrar al Partido Socialista. El 2001 volvió a presidir el PDC por la crisis producida por el error de inscripción de la lista a las elecciones parlamentarias, que requirió una ley especial para no dejarla excluida de los comicios, aprobada por la UDI, presidida por Pablo Longueira, que vio que era mejor ganar una elección con la DC participando en ella, resultado previsible después del excelente resultado de Joaquín Lavín en las elecciones presidenciales de 1999 y comunales de Santiago al año siguiente.
Participó en la preparación del programa de la campaña presidencial de 1964 y en la movilización electoral y fue elegido senador en las elecciones parlamentarias de 1965 por la circunscripción de Curicó, Talca, Linares y Maule y presidente del PDC, siendo reelegido un año más tarde por similar perìodo. En 1972 fue presidente del Senado. Fue reelegido como senador en los comicios de marzo de 1973 y fue elegido presidente del PDC en la Junta Nacioal de mayo de ese año, al final del gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende, en la cual se reflejaron diferencias internas que venían desde hacía años. El PDC estaba en la oposición y el país vivía un clima de polarización que la directiva del partido, ni el gobierno, pudieron detener, que lo condujo al desplome de la democracia.
Después del golpe, Aylwin emitió una declaración en la cual explicó las causas que lo provocaron. Pudo haber guardado silencio, que le habría evitado muchas de las críticas que se le formularon por aquel texto, especialmente de parte de sus compañeros de filas, (“los trece”, con Bernardo Leighton, Renán Fuentealba y otros) que emitieron una declaración que condenó el golpe. Sin embargo, su silencio no habría correspondido a su estilo político de enfrentar los problemas y dar a conocer francamente lo que consideraba era lo ocurrido.
Durante el gobierno del presidente Frei Montalva fue un decidido colaborador y enfrentó con claridad y decisión la doble oposición que enfrentó. Por un lado, estuvo la oposición “externa”, de los partidos de derecha e izquierda, que consideraban que su programa era radical o moderada, una postura que se podía esperar en el juego democrático de un gobierno que impulsaba profundas reformas -la “revolución en libertad”-. Por otro lado, una oposición “interna”, al interior del PDC, que cuestionaba severamente la política del gobierno y llegó a ser aún más vehemente que la “externa”, especialmente en la organización juvenil, la JDC, cuyo slogan, a fines de 1968 fue “a terminar con los momios estén donde estén”, es decir, los que estarían en el PDC. Esta oposición “interna” era incomprensible en un partido reformista, siendo un factor que reforzó la oposición de la izquierda contra el gobierno y la polarización y confrontación política, que se acentuaría más tarde. ¿Qué habría sido de Chile si las reformas estructurales impulsadas por Frei Montalva no hubieran enfrentdo esta dura e intransigente oposición interna?
Aylwin sacó lecciones del estilo de liderazgo del presidente Frei Montalva, que fue muy distinto al suyo. Mientras Aylwin era decidido y podía ser apasionado en la defensa de sus ideas, sin calcular si acaso elllo le favorecía o perjudicaba, Frei era prudente y cauto, sin opinar en momentos importantes del proceso político, y fue vacilante en momentos clave de su mandato. José Zalaquett afirmó en una entrevista que Aylwin fue un político en todas las ocasiones y lo comparaba con el presidente Frei Montalva, quien, frente al “tacnazo”, el 21 de octubre de 1969, la primera rebelión de los militares contra el gobierno después del “ariostazo” de 1938, no tomó decisiones durante largas horas, sin apreciar la gravedad del hecho.
Su regreso al liderazgo político se inició en 1982 como vicepresidente de la directiva del PDC después de la muerte de Frei, presidida Gabriel Valdés. Dio un importante salto adelante cuando en 1984 planteó dejar de lado la crítica a la legitimidad de la Constitución de 1980, aceptarla como un hecho y usarla para recuperar la democracia. Esta tesis, criticada por varios de los principales dirigentes de la oposición, mostró un gran coraje político, pues implicaba abandonar la estrategia de la movilización social que había seguido la Alianza Democrática desde las protestas de 1983, con la cual buscó derribar a Pinochet, sin conseguirlo. La estrategia de Aylwin implicaba un cambio drástico, que resultó exitoso pues la oposición inició una lenta marcha, usando las instituciones del régimen para terminar con este, que concluyó en la victoria del No en el plebiscito del 5 de octubre de 1988.
Fue elegido con amplio apoyo presidente del PDC en 1987 y su desempeño impecable como portavoz del No lo catapultó a ser abanderado de la Concertación, después de una elección en la que derrotó a Valdés. Este pensó, equivocadamente, que podía ganarla, olvidando que vivió diez años en los Estados Unidos (1972-1982) y su único cargo directivo anterior había sido vicepresidente de la Falange Nacional en 1952/53.
Aylwin no llegó a La Moneda con una trayectoria solo de triunfos, sino también de derrotas y frustraciones. Fracasó en su postulación como regidor en 1947 y como diputado en 1949, ambos por San Bernardo, perdiendo por escasos 60 votos en esta última. Una votación del claustro de la Facultad de Derecho en 1948, de mayoría radical, le impidió un año antes ser nombrado catedrático de derecho administrativo, eligiendo a Enrique Silva Cimma (PR), una expresión de la hostilidad hacia un académico falangista de parte de un órgano con mayoría de profesores del PR o de la masonería. Abandonó la Facultad como señal de protesta por lo que consideró una decision política, hasta que el decano lo invitó a ser profesor de esa área del derecho. Cuando fue presidente del PDC (1965-1967), la dirección del partido fue ganada por un sector opositor a la gestión del gobierno, que romperá con el partido dos años después. Cuando fue timonel del partido más tarde, la democracia se desplomó. Casi tres lustros después, Aylwin hizo una severa autocrítica, al reconocer en una entrevista pertenecer a “una generación fracasada”.
Cuando fue nuevamente presidente del PDC, logró formar la Concertación con el acuerdo con los socialistas, no había logrado su antecesor, Gabriel Valdés, y fue el portavoz del No en el plebiscito de 1988, su liderazgo fue desconocido en el PDC, con la candidatura de Valdés y de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del ex mandatario, proclamado por personalidades de la DC que no consideraron que no tenía experiencia política pues había sido empresario hasta la muerte de su padre seis años antes.
En su larga y accidenta carrera política, Aylwin se mantuvo fiel a sus posiciones democráticas, lo cual no provocó simpatías en un país en que muchos políticos esconden sus convicciones por cálculos de corto plazo. Apoyó la reforma agraria del gobierno de Frei, colaborando en la formación de la ley de 1967 y su perfeccionamiento en 1970.
El presidente Aylwin será recordado principalmente por su desempeño como primer mandatario. Ha sido la experiencia de personalidades que han llegado a la dirección del gobierno en un momento decisivo, como Konrad Adenauer, el primer canciller federal de Alemania, o Adolfo Suárez, el primer presidente del gobierno de España después de la dictadura de Franco, a pesar de que participó en el partido y el gobierno de este.
Esa memoria asumirá que el presidente Aylwin es el responsable de sus éxitos, cuando se tiene una mirada positiva, o de sus errores y limitaciones, cuando es crítica. Ambas visiones parten del supuesto que el presidente tiene un enorme poder, con capacidad para influir en todo.
No consideran que en la práctica, el poder del primer mandatario es limitado, porque no actúa solo, sino que a través de sus ministros, que pueden tomar decisiones sin considerar su opinión. La autonomía de los ministros fue amplísima en el ámbito económico, dirigido por Alejandro Foxley, ministro de Hacienda, acompañado por Carlos Ominami, titular de Economía, que tuvieron un enorme poder porque la estrategia de consolidaciòn de la democracia giró en torno al desempeño económico, con 40% de pobreza, con una subestimación de la política y de los políticos. Se abandonó las críticas al “modelo” que los economistas de oposición formularon durante los largos años del régimen militar y optaron más por la continuidad, que por su reforma, como he argumentado en mi libro La democracia semisoberana.
No consideraron que el presidente Aylwin tenía reparos al “modelo”, que expresó abiertamente –destacó aquella en que afirmó “el mercado es cruel” -, que fueron desoídas. Hasta fueron refutadas por Foxley, como lo ha recordado en una entrevista a El Mercurio el 25 de abril del 2016, cuando le respondió: “pero presidente, si la política es más cruel….”. Contradecía la opinión del primer mandatario de la manera menos adecuada, criticando la política, como si él no estuviera en política y había sido un político como miembro del consejo nacional del PDC durante la presidencia de Gabriel Valdés.
Sin duda que el sistema económico actual no es el mismo que el que había en 1989 –hay nuevas instituciones, como el Banco Central autónomo que la dictadura estableció recién después de las elecciones presidenciales de 1989, para restringir el poder del gobierno en la dirección de la política monetaria, se aprobaron reformas en múltiples ámbitos institucionales y de políticas-, pero no es “otro” modelo. La privatización de la educación fue acentuada, desde el “financiamiento compartido” de 1993, hasta el CAE de 2005, que aceleró la privatización de la educación superior. Cuando la izquierda llegó a La Moneda en 2000 fue aún más cauta que los presidentes del PDC en relación al sistema económico y los grandes empresarios, que llevaría a que el presidente de la CPC exclamara, que “mis empresarios aman a Lagos!”.
El segundo gobierno de Michelle Bachelet se propuso impulsar las reformas que antes no se realizaron. Esta es una tarea tremendamente compleja, como se ha demostrado en estos dos años por los problemas que ha enfrentado o se ha provocado, especialmente en la política de educación. La pregunta que nos acompañará será, ¿porqué no se hicieron antes esas reformas? ¿Es posible consolidar una democracia con un sistema económico surgido por una transformación neoliberal radical, que desmanteló el estado y debilitó sus capacidades para cumplir sus funciones básicas, como de fiscalización y regulación y empresarios politizados? Las respuestas hay que buscarlas en la presidencia Aylwin, pero también en los gobiernos que le siguieron.