Las Musas fueron para los Griegos una representación mítico-poética de lo mejor del ser humano: las ciencias y las artes. Todo fruto del ingenio humano se debía a su influjo y por lo mismo disciplinas –aparentemente inconexas– eran aunadas bajo el concepto de mousikê. La música tomó de ellas su nombre y nos recuerda, tal vez, su posición privilegiada en el santuario del conocimiento y la belleza.
Fue tal la potencia de la música, que no es exagerado señalarla como factor fundamental del milagro griego. Fueron músicos los primeros educadores de Grecia: “payadores” antiguos con cantos a lo humano y lo divino.
El rol que se le asigna a la mousikê –en términos modernos a la ciencia y a la cultura en general– dibuja la ruta de un pueblo. Para Platón, por ejemplo, no era posible un cambio en los modos musicales sin una alteración de las leyes de la ciudad (Rep. 424c). Y a nosotros, pregunto, ¿nos importa en algo la música además del entretenimiento? La Constitución de Pinochet, cómo no, la recluyó tácitamente dentro de un tibio y escueto artículo 10 del Capítulo III:
“Corresponderá al Estado […] fomentar el desarrollo de la educación en todos sus niveles; estimular la investigación científica y tecnológica, la creación artística y la protección e incremento del patrimonio cultural de la Nación”.
Fomentar, estimular, proteger e incrementar… ¿No fue acaso entonces inconstitucional reducir las horas de música en el programa del Ministerio de Educación (2011)? ¿No fue acaso inconstitucional privar de sueldo al presidente de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnología durante 6 meses (2015)? Necesitamos una nueva Carta Magna que ponga a las Musas en su lugar y no como un decorado trivial mientras se habla de economía. Es escandaloso que, mientras las áreas del intelecto están representadas en breves artículos, las Fuerzas Armadas ocupen un capítulo completo. Escandaloso es también nuestro lema patrio: “Por la Razón o la Fuerza”; porque deja ver que no hay fe en la razón. Que esta es una alternativa pero que no es suficiente y en algún punto hay que renunciar a ella y tomar un garrote o bombardear.
[cita tipo=»destaque»]En Chile necesitamos de modo urgente tomarles el peso a las Musas, a la delicia de entregarnos a actividades “ociosas” que cultivan el espíritu antes que al ajetreo vertiginoso de la necesidad contingente. Lo más seguro es que las autoridades políticas no tomen cartas en el asunto. La negligencia para con las artes y las ciencias es desalentadora.[/cita]
Los clásicos resuenan con claridad prístina: Aristóteles se refirió en su Política a los legisladores diciendo que estos deben “dirigir su atención sobre todas las cosas a la educación de los jóvenes» (Pol. 1337a10-11). Por su parte, Platón señaló que la mejor forma de hacerlo era en la tierna infancia y por medio de la música: “La educación musical es el instrumento más potente porque el ritmo y la melodía abren su paso al interior del alma donde se agarran maravillosamente, impregnándola de gracia y haciendo a aquellos que han sido bien educados felices” (401b). Esto, decía, debe hacerse desde el principio: “El comienzo es en toda tarea de suma importancia, sobre todo para alguien que sea joven y tierno. Porque, más que en cualquier otro momento, es entonces moldeado y marcado con el sello que se quiere estampar en cada uno” (Rep. 376e).
Un modelo reciente lo encontramos en Suiza. El 2011 la ciudadanía logró que las autoridades incorporasen a la música dentro de su Constitución. Hoy el proceso legislativo busca las maneras para hacer efectiva su incorporación en las salas de clases. El camino es largo y requiere regar retoños que florecerán y darán frutos en varios años más, pero el beneficio es sólido y permanente.
En Chile necesitamos de modo urgente tomarles el peso a las Musas, a la delicia de entregarnos a actividades “ociosas” que cultivan el espíritu antes que al ajetreo vertiginoso de la necesidad contingente. Lo más seguro es que las autoridades políticas no tomen cartas en el asunto. La negligencia para con las artes y las ciencias es desalentadora. Por lo mismo, creo que lo que se necesita es crear conciencia.
Artistas y académicos debemos unirnos para asegurar que la nueva Constitución chilena sea reflejo del país que queremos. Utilizar los medios y las aulas para defender con los dientes el lugar que la belleza y el conocimiento debe ocupar en nuestro país. Nada malo puede salir de ello.