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Braulio Arenas: surrealismo, agitaciones poéticas y maravillas

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Laura Quintana
Por : Laura Quintana Periodista. Coach Ontológico, y Mentora. Experta en comunicación estratégica y legislación en torno a Diversidad, Género e Inclusión.
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Esta historia es antigua, tiene por lo menos 19 años. En plena adolescencia mi ego gigante pensó que podría escribir poesía. Un compañero de curso, fanático de las bibliotecas (año 1996), comenzó a regalarme poemas de grandes autores, algunos muy antiguos, como Petrarca –a propósito es que llevo el mismo nombre que su musa inspiradora– y algunos muy modernos para la época, tales como Oscar Hanh, y clásicos como Breton o Prevert. Era un gran amigo. Las entregas eran en papel tamaño carta, escritas a máquina y corcheteadas cuando eran más de una página.

Un día cualquiera –seguro llovía, porque fue en Osorno y en Osorno casi siempre llueve– me entrega como una hostia un extracto de este poema de Braulio Arenas. Me enamoré de él, mi amigo, y de Braulio y su forma de escribir y de querer a las mujeres.

Cinco o seis años después, en una feria del libro usado en la Universidad de La Frontera, en Temuco, habiendo olvidado ya mis ganas de ser poeta y, como muchos, yéndome por el camino fácil del periodismo, vendían un libro de Arenas: Visiones del país de las maravillas, y ahí comprendí que la protagonista de este poema es Alicia, la misma del País de las Maravillas y una de las obsesiones de Braulio, junto con el ajedrez.

Arenas siempre escribe de Alicia, una Alicia para cada una de nosotras. Una Alicia siempre vigente, en cada mujer y en cada época, una Alicia que hoy marcha por el aborto, por el derecho a decidir por su cuerpo y por la educación gratuita, mientras sueña con relojes, sombreros y ese gato al que le habla en su casa.

Tú corres a la alquería vestida de princesa

Y frecuentas los palacios vestida de pastora

Y concurres al sueño con tu atavío de hada

Y emerges del océano como una verídica

Sirena…

… Tú la que te yergues como una esfinge, sustentada por tu propio misterio.

Ante tamaña revelación, me puse a buscar el libro que contenía el poema, “Una Mansión Absolutamente Espejo Deambula Insomne por una Mansión Absolutamente Imagen”. Fue en vano por mucho tiempo, pero entremedio me topaba con otros libros de Arenas…, “el único poeta surrealista chileno”, según el propio Breton.

La búsqueda terminó el año pasado, cuando visitando y  llamando a librerías especializadas en libros con pocas ediciones, lo encontré. Lo fui a buscar a una casona que albergaba tantos libros que parecía que podría explotar en cualquier momento, por ahí por calle Santa Isabel con Seminario. Fue muy lindo todo, muy surrealista, muy Braulio Arenas.

[cita tipo=»destaque»]Arenas siempre escribe de Alicia, una Alicia para cada una de nosotras. Una Alicia siempre vigente, en cada mujer y en cada época, una Alicia que hoy marcha por el aborto, por el derecho a decidir por su cuerpo y por la educación gratuita, mientras sueña con relojes, sombreros y ese gato al que le habla en su casa.[/cita]

Volví a casa y a 19 años y a más de 900 kilómetros de distancia, terminé de leer mi poema preferido, y lloré, obvio. Lloré porque es precioso y lloré porque el arte hace eso en uno: te remece un poco adentro, te despierta y te hace creer que todo se arregla con “la ley de gravitación universal de las mujeres”. Braulio, el feminista descontextualizado en el tiempo.

Este texto no está disponible completo en internet, así que acá les dejo un regalo íntegro y fidedigno del original.

IX

Tú la que destacas como el arco iris en la

Mezcolanza de los colores,

Tú la que te yergues como una esfinge

Sustentada por tu propio misterio

(ahora el relámpago muerde los flecos de

la nube

y grita para tratar de mantenerse en la luz

y corre ansioso olfateando el cielo de la noche

y su propia velocidad engendra la lentitud de los

barómetros

y se lanza ciego sobre el vidrio de la ventana

para mantener su genealogía de relámpago),

Tú corres a la alquería vestida de princesa

Y frecuentas los palacios vestida de pastora

Y concurres al sueño con tu atavío de hada

Y emerges del océano como una verídica

sirena.

Un relámpago de madrinas se asoma a la ventana

Con un guiño de amistad para el niño dormido

Y para la mariposa de cera que ilumina su sueño.

Y si en la primera línea apareció radiante el

mediodía,

en esta línea debe resplandecer unas fragata

así como más adelante debe equilibrarse en

otra línea el conejo de Alicia

consultando su reloj.

Mientras tanto los reyes del ajedrez juegan al

Ajedrez:

Juega el rey blanco con las piezas negras

Y juega el rey negro con las piezas blancas,

Y cuando ganan, pierden:

pierden su tiempo, que en ajedrez es como

perder la vida.

Tiempo perdido, paraíso perdido,

Que en este poema es como perder la infancia.

Y ahora bien,

tú, fragata, recorre los mares instintivos,

no importa que el mascarón de proa se vuelva

contra ti y sople contra ti su propio vértigo,

su propia tempestad.

¡Fragata, fragata, que el mar te transfigure!

¡que el relámpago te muestre la dicha de tu

rostro

y que tu rostro muestre al relámpago su pelaje

de armiño!

Fragata que vas de la isla Tormentos de adiós

Hasta la isla Juntos en cuerpo y alma.

El mascarón de proa nada ha dicho en una y

Otra isla.

Como la esfinge, él sólo propone enigmas a todos

Los viajeros

(enigmas tan complicados que su solución

únicamente se encontrará en el próximo

naufragio).

Y tú trazas con tu compás el arco iris lúcido

De una isla a otra isla,

Y tú desciendes –al mismo tiempo que tu

sueño– y tu vida desciende

regida por la ley de gravitación universal de

los amores.

Tú desciendes, y el arco iris se curva, regido

Por la ley de gravitación universal de los colores.

Tú danzas en plena realidad como el barco

danza en plena tempestad.

el conejo de Alicia se cala las gafas y pronto

serán las doce de la noche,

pero tu ríes y danzas porque sabes que la

realidad no te despojará de tu traje de

princesa,

así como el amor no te ha despojado de tu

traje de pastora.

Todas las páginas de todos los cuentos infantiles

susurran en tu cuerpo,

y tú desciendes a la vida, lentamente, como las

alas de una estrella regida por la ley de

gravitación universal de las mujeres,

tú te mantienes en el amor como la tempestad

se mantiene en el relámpago:

en la noche fragmentaria y equívoca.

 

Braulio Arenas (1913-1988), «Una Mansión Absolutamente Espejo Deambula Insomne por una Mansión Absolutamente Imagen», 1978.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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