Si bien los especialistas señalan que los niveles de contaminación en Santiago de alguna manera se han estabilizado tras la implementación delos planes que expulsaron de la ciudad las mayores fuentes contaminantes, el inconveniente persiste, pues ahora necesitamos desterrar las estufas a leña y reducir el número de vehículos en Santiago que colaboran con un 40% de las partículas contaminantes. Este problema perdurará y posiblemente irá de mal en peor, pues las alternativas de calefacción saludable en los sectores populares resulta demasiado onerosa para ser solventada por dichas familias, mientras que el aterrador sistema de transporte público que hoy tenemos,junto al rebosamiento del Metro, obliga a todos quienes puedan a adquirir un automóvil propio, trayendo como consecuencia más contaminación.
Sin el ánimo de caer en el cliché ni el argumentum ad hominem en contra de nuestros legisladores, igualmente me planteo la pregunta de por qué tras tantos años con el mismo problema que afecta la salud de tantísimos compatriotas y con el reclamo sempiterno de la descentralización, ningún gobierno ha puesto en su agenda legislativa tomar en serio el despoblamiento de Santiago.Creo que ha llegado el momento de normar, de una vez por todas y en forma seria con fuertes desincentivos para quienes decidamos seguir viviendo en esta ciudad y como contrapartida, crear reales y poderosos alicientes para quienes decidan hacer su vida en regiones no contaminadas.
Esta propuesta nace de un diagnóstico genuino del origen de la contaminación atmosférica de nuestra capital y no desde la caricatura o el mito de que su génesis se debe única y exclusivamente a las empresas contaminantes asentadas en la región metropolitana. Así, pues, los expertos en estas materias han explicado que la ubicación geográfica de Santiago,situada en la cuenca de superficie plana del río Maipo y enclaustrada por los cordones montañosos, es la responsable de la deficiente circulación fluida de las partículas contaminantes, potenciada por la debilidad del sistema de vientos durante la estación invernal.
En consecuencia, la inversión térmica se relaciona con la suciedad del aire, las bajas temperaturas y el calentamiento del suelo. Estos serían los factores naturales de nuestra contaminación, los que se fortalecen con aquellos de pertenecientes al factor humano: el transporte público y las estufas a leña.
Desde el punto de vista legislativo, se creó en 1970 la Comisión Nacional de Descontaminación Ambiental, que pudieron determinar que el smog santiaguino superaba hasta cuatro veces los límites permisibles. La Constitución de 1980 elevó a rango constitucional del derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación. En 1994 se promulga la Ley 19.300 de Bases del Medio Ambiente, en virtud de la cual se ha avanzado en términos de declarar a la Santiago como Zona Saturada, la formación de la Comisión Especial de Descontaminación de la Región Metropolitana, el Plan de Prevención y Descontaminación Atmosférica para la Región Metropolitana, entre otros.
Sin embargo, parece que si bien hemos avanzado en estas últimas décadas, no podemos desentendernos de que la nube de smog no sólo es un atentado estético a la belleza de la ciudad sino que a largo plazo incrementa el riesgo de accidentes cerebro-vasculares, enfermedades del corazón, cáncer de pulmón y las enfermedades respiratorias agudas y crónicas.Los especialistas, aseguran que los niveles que teníamos en la década de los 80 hasta ahora han disminuido en un 60 a 70%, pero la erradicación del problema de la contaminación santiaguina pasa por tomar la decisión más difícil, esto es, despoblar Santiago mediante una ley de estímulos inteligente, creativa y persuasiva: ¿se atreverá el próximo gobierno a promulgarla?