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Salmonicultura, ¿desarrollo sustentable? Opinión

Salmonicultura, ¿desarrollo sustentable?

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Alejandra Mancilla
Por : Alejandra Mancilla Periodista y filósofa https://alejandramancilla.info
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Cuesta justificar la sustentabilidad de las salmoneras (y de la industria de la carne en general, pero ese tema lo dejo para otra ocasión): para criar salmones se necesita darles un alimento sobre la base de productos que bien podríamos llevar al plato sin intermedios –como anchoas, jureles y sardinas, hoy pescados casi exclusivamente para hacer harina y aceite de pescado y con ellos alimento para animales de criadero–. Eso, en el mejor de los casos. En el peor de los casos, también se alimenta a los salmones con harina de pluma y hueso (proveniente de pollos y pavos de criadero) e, indirectamente, con otros salmones, muertos antes del fin del ciclo productivo, los que se llevan a las plantas faenadoras en un gesto de máxima eficiencia… si “eficiencia” puede llamársele a alimentar a una especie con miembros de su misma especie.


La definición canónica de desarrollo sustentable proviene del Informe Brundtland (1987), preparado por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas, creada en 1983. Allí, el desarrollo sustentable se entiende como aquel «que satisface las necesidades de las generaciones actuales sin poner en riesgo la habilidad de futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades”.

En lo que sigue me gustaría examinar el panorama de la industria salmonera a la luz de esta definición, para ver si se puede hablar coherentemente de desarrollo sustentable de esta, o si hacerlo es una contradicción en los términos.

El tema en sí mismo da para un libro más que para una columna, pero esbozaré a continuación dos preguntas que me parecen clave a la hora de pensar esta relación.

Primero, si la salmonicultura como actividad per se clasifica como sustentable, independientemente de dónde se practique; y segundo, si la salmonicultura puede realizarse en Chile de manera sustentable (suponiendo que la respuesta a la primera pregunta es positiva). Sin hacer juicios categóricos aún, anticipo que la respuesta a la primera pregunta está pendiente y que la respuesta a la segunda será probablemente negativa, y sugiero en conclusión la actitud que deberíamos tomar respecto al desarrollo de esta industria.

Para empezar, cabe preguntarse si una actividad económica en sí misma puede satisfacer las necesidades de generaciones actuales sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer las propias.

Volver a la leña y el carbón como principal fuente de energía planetaria sería un ejemplo de decisión claramente no sustentable. Convertir las granjas industriales en la principal fuente de proteína animal de los siete mil millones de humanos que somos es otro ejemplo de decisión no sustentable, en cuanto la producción de proteína animal requiere la producción previa de más proteína vegetal y animal que podría ser consumida de manera directa por los seres humanos.

He aquí una primera razón de por qué cuesta justificar la sustentabilidad de las salmoneras (y de la industria de la carne en general, pero ese tema lo dejo para otra ocasión): para criar salmones se necesita darles un alimento sobre la base de productos que bien podríamos llevar al plato sin intermedios –como anchoas, jureles y sardinas, hoy pescados casi exclusivamente para hacer harina y aceite de pescado y con ellos alimento para animales de criadero–. Eso, en el mejor de los casos.

En el peor de los casos, también se alimenta a los salmones con harina de pluma y hueso (proveniente de pollos y pavos de criadero) e, indirectamente, con otros salmones, muertos antes del fin del ciclo productivo, los que se llevan a las plantas faenadoras en un gesto de máxima eficiencia… si “eficiencia” puede llamársele a alimentar a una especie con miembros de su misma especie.

[cita tipo= «destaque»]Cabe preguntarse también qué efectos producen tanto para el ambiente como para los propios salmones las diferentes densidades en las jaulas (que en algunos centros han llegado hasta 35 kilos por metro cúbico, aunque hoy la recomendación sea en torno a 13); cómo interactúan fenómenos locales naturales (como los bloom de algas) con fenómenos artificiales (la presencia de jaulas salmoneras); los efectos que tiene el uso de antibióticos en salmones, consumidores y otras especies nativas (incluida la humana); y un largo etcétera. Estas investigaciones podrían financiarse con un fondo administrado de manera independiente con aportes de la propia industria –a través de un aporte obligatorio pagable después de cada ciclo productivo, por ejemplo–.[/cita]

En segundo lugar, hay que poner atención a la definición de desarrollo sustentable como un tipo de desarrollo que permite satisfacer ante todo necesidades. En un mundo donde las necesidades alimenticias básicas de 800 millones de personas aún se encuentran insatisfechas, cuesta catalogar como sustentable a una industria cuyo mercado es un selecto grupo de consumidores, y que depende para su funcionamiento de la extracción de una gran cantidad de recursos marinos. Los mentados beneficios para la salud humana que aporta el salmón (como ácidos grasos Omega-3 y vitaminas B6 y B12) no llegan a quienes más lo necesitan, sino a quienes pueden darse el lujo de pagarlo.

En tercer lugar, y lo más importante, no existen suficientes estudios sobre los efectos de la salmonicultura en el medio ambiente. Antes de permitir el crecimiento exponencial que anuncia esta industria a nivel mundial, se requiere de manera urgente tener más información sobre, por ejemplo: el estado en que queda el fondo marino tras un ciclo productivo dependiendo, entre otras cosas, de la densidad de cultivo, la profundidad del área y la circulación de agua; el efecto que tienen las salmoneras en los peces nativos y en otras especies marinas, como los lobos de mar (su principal “competencia”); la cantidad de desechos plásticos y metálicos que se producen; los efectos para la salud humana y de otras especies del uso de antibióticos que hace esta industria; y la salud y bienestar de los propios peces en las jaulas durante los 22 meses que dura aproximadamente su cultivo.

Nótese que, hasta aquí, he dado por sentados conceptos como “recursos” y “ciclo productivo”, pero cabe preguntarse además si podemos hablar de sustentabilidad y seguir ocupando al mismo tiempo categorías que objetivizan y economizan a otros seres vivos sintientes. Nótese, además, que me he referido exclusivamente a la sustentabilidad ambiental de la industria, dejando al margen de la discusión su sustentabilidad social.

Así las cosas, me parece que la respuesta a la primera pregunta es que la salmonicultura no puede ponerse el adjetivo de “sustentable” hasta que no se tenga un conocimiento más acabado de sus potenciales impactos. Mientras ello no ocurra, lo lógico sería adoptar un enfoque precautorio y congelar su expansión.

En aras de la exposición, sin embargo, seamos imaginativos y supongamos que, tras realizarse los estudios respectivos se concluye que –tomando una serie de medidas preventivas, paliativas y restaurativas– la salmonicultura sí puede llevarse a cabo sin comprometer las posibilidades de generaciones futuras para satisfacer sus necesidades. Supongamos, esto es, que contamos con suficientes estudios que acreditan que puede hacerse salmonicultura de manera ambientalmente sustentable. La pregunta entonces es si puede hacerse salmonicultura sustentable en Chile. ¿Qué implicaría esto?

Si uno revisa la crisis del virus ISA del 2007, las plagas de piojos de mar que aquejan continuamente a los salmones de criadero, la mortandad “normal” de un 15 por ciento de peces en las jaulas, la abundancia de desechos plásticos regados por la industria en las playas de la X y XI Regiones, y la reciente muerte masiva de miles de peces por culpa de un bloom de algas en Chiloé (cuya causa sería El Niño, pero que bien podría tener la sobredensidad de los cultivos como factor agravante del problema), queda la sensación de que el currículum ambiental de las empresas salmoneras en Chile no ha sido el mejor –por decirlo diplomáticamente–.

Queda la sensación, también, de que el trabajo de quienes tienen la misión de velar por el correcto funcionamiento de la industria (esto es, Sernaspeca) deja asimismo mucho que desear. Con “alumnos” e “inspectores” una y otra vez reprobando el examen, ¿cómo garantizar un desarrollo sustentable de la industria a futuro?

De la historia pasada no pueden sacarse conclusiones futuras”, se defenderá alguien con razón: nada prueba, es cierto, que un mal comportamiento en el pasado se traduzca necesariamente en un mal comportamiento en lo que viene. El asunto es cómo no repetir los errores y moverse hacia un escenario donde, por un lado, el comportamiento de la industria mejore y, por otro, comience a fiscalizarse en serio. Para que esto suceda, se necesitan al menos tres cosas: promover la investigación científica independiente en torno al tema, aumentar los recursos de Sernaspeca y modificar el marco regulatorio de la industria.

Partiendo por la investigación científica, hay que conocer mejor los efectos para el medio ambiente y, sobre todo, para otras especies, de introducir un depredador exótico y a gran escala en el mar chileno; un depredador que muchas veces termina arrancándose de la jaula e interactuando con peces nativos.

Cabe preguntarse también qué efectos producen tanto para el ambiente como para los propios salmones las diferentes densidades en las jaulas (que en algunos centros han llegado hasta 35 kilos por metro cúbico, aunque hoy la recomendación sea en torno a 13); cómo interactúan fenómenos locales naturales (como los bloom de algas) con fenómenos artificiales (la presencia de jaulas salmoneras); los efectos que tiene el uso de antibióticos en salmones, consumidores y otras especies nativas (incluida la humana); y un largo etcétera. Estas investigaciones podrían financiarse con un fondo administrado de manera independiente con aportes de la propia industria –a través de un aporte obligatorio pagable después de cada ciclo productivo, por ejemplo–.

En cuanto a la modificación del marco regulatorio, vayan solo dos ejemplos que repensar.

Actualmente, las concesiones solamente pueden instalarse en lugares donde no exista un “banco natural”, es decir, en lugares donde no exista una abundancia de otros productos marinos, como centollas, erizos u ostiones. El detalle es que esto se mide hasta los 30 metros de profundidad. Es decir, si la familia de erizos tuvo la mala suerte de vivir a los 35 metros, pues entonces los buzos de Sernapesca reportarán que el lugar en cuestión no es banco natural y podrá instalarse la salmonera… con las consecuencias para las especies nativas que no es difícil imaginar.

Un segundo aspecto a repensar es que a las salmoneras se les exige simplemente una Declaración de Impacto Ambiental (DIA) en lugar de un Estudio de Impacto Ambiental (EIA), porque se asume que su impacto en el medio es limitado.

Esto es problemático sobre todo en zonas de alta densificación de la industria, donde el impacto de una con la del vecino y la de más allá se potencian. Para hacer una analogía, es como si para la instalación de una industria contaminante en la Región Metropolitana se pidiera una DIA en lugar de un EIA, porque su sola contribución a la contaminación del aire es irrelevante (cuando lo que hay que medir en zonas saturadas es el efecto acumulativo de las fuentes emisoras, y no el de cada una por separado).

De los recursos limitados de Sernapesca puedo poner como ejemplo a la Región de Magallanes, donde las utilidades de la industria llegaron a 180 millones de dólares en 2015, con poco más de 30 centros funcionando, mientras el presupuesto anual de Sernapesca no alcanzó los 90 millones de pesos para fiscalización (esto es, poco más de 130 mil dólares).

Sin contar con lancha ni robot submarino, la entidad fiscal debe arrendar una lancha para cada fiscalización que realiza o (menos frecuentemente) enviar a sus fiscalizadores en las mismas embarcaciones de las empresas salmoneras. Con seis fiscalizadores en toda la región, en 2015 se visitó cada centro un promedio de tres veces. Y nótese que, para los que lo consideren poco, ¡los salmoneros en Magallanes se precian (o, más bien, lamentan) de ser los más fiscalizados de Chile!

Cuando nuevas solicitudes para concesiones comienzan a apilarse en las carpetas de Subpesca en las regiones de la Araucanía y Magallanes (existe una moratoria en las regiones X y XI hasta 2020), es imperioso que los ciudadanos nos informemos y discutamos el lugar que queremos dar a la salmonicultura en el desarrollo productivo del país. Si bien cabe la posibilidad de que esta actividad se ejerza sin producir daños irreparables en el medio ambiente, se necesita más información antes de seguir convirtiendo nuevas regiones en centros para la salmonicultura. Y, ante todo, se necesita voluntad política y recursos para quienes tienen la misión de garantizar su sustentabilidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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