En los tiempos en que la centroizquierda hacía las cosas de mejor manera o con más prolijidad, la cuestión presidencial se resolvía conjugando tres variables en una misma ecuación, estas son: Programa de Gobierno; Coalición Política; y Liderazgo. Este era el orden recomendado, pues entendíamos que, en estas materias, lo serio suponía reconocer que «el orden de los factores podía alterar el producto».
Hoy, cuando todo parece estar desordenado y a ratos se nos pierde el orden lógico de las cosas, se escuchan voces que consideran que lo prioritario es resolver quiénes deben quedar fuera del pacto político para la próxima elección presidencial o, en el mejor de los casos, definir el liderazgo presidencial y luego resolver los otros dos puntos.
El problema de estas fórmulas, por muy legítimas que sean, es que omiten el hecho esencial que de cara a estas elecciones, la centroizquierda tendrá dificultades mayores a las enfrentadas en el evento del 2013. Ello, a lo menos por tres razones.
Primero, la mayor probabilidad –ceteris paribus– de que la derecha gane esta contienda; segundo, porque no existe un liderazgo incontrarrestable que nos permita revertir con su sola presencia la mala evaluación que se tiene del actual gobierno; y, tercero, porque los desafíos programáticos del futuro tendrán una complejidad a lo menos equivalente a los asumidos por el actual gobierno.
Este último punto será esencial de comprender y aceptar si se quiere asegurar una gobernabilidad democrática que reestablezca la confianza en nuestro sistema e instituciones políticas.
No solo habrá que reparar y/o reencauzar algunas tareas mal planificadas y diseñadas, como es, por ejemplo, la reforma educacional, sino que también se tendrá que asumir nuevos desafíos para resolver los problemas asociados al mal funcionamiento del sistema de salud y del sistema previsional, por lo bajo. A esto, deberemos sumar el diseño e implementación de una agenda de crecimiento económico que hoy no está disponible y que, por cierto, debe ir más allá de la apuesta de recuperación por la sola vía del retorno del superciclo de cobre.
Como si esto fuera poco, un próximo gobierno de centroizquierda deberá darle continuidad al proceso constituyente de manera de cerrarlo con una nueva Constitución que refleje el carácter democrático de la nación y que cuente con un alto grado de legitimidad ciudadana.
[cita tipo=»destaque»]Para enmendar los errores cometidos, propongo volver al orden lógico de la definición presidencial futura: Programa, Coalición y Liderazgo. Sobre lo último, solo me resta señalar que este debe cumplir no solamente con el requisito de la mayor popularidad y adhesión dentro de la centroizquierda, sino que también estar dotado de una alta calidad política y técnica para llevar a Chile hacia el desarrollo, cuestión que se nos ha olvidado en el tráfago del presentismo reinante. Ya no queda tiempo ni espacio para la improvisación y menos para darnos gustitos.[/cita]
En consecuencia, todo parece indicar que necesitaremos más que nunca de la construcción de grandes acuerdos políticos y sociales para lograr la sustentabilidad de las reformas venideras.
Por lo mismo, no parecen aconsejables ni prudentes los signos de enemistad hacia el Partido Comunista, no solo porque tienen una representación parlamentaria muy respetable sino también porque es, a lo menos, injusto culparlos de las dificultades y el mal desempeño que ha tenido este gobierno en varias materias.
Si de eso se trata, se me ocurren varias razones alternativas y propias para explicar los errores cometidos.
Primero, la estridencia y retórica amenazante de quienes formularon y adhirieron a la tesis de la retroexcavadora (debo recordar que su autoría no se le puede asignar al PC). Segundo, el mal desempeño de una parte del elenco original que dio inicio a la implementación de las reformas planteadas por este gobierno (probablemente hubo una falla gruesa en la selección, la que perfectamente puede ser atribuida en parte a los partidos políticos de la NM). Tercero, la falta de prolijidad y calidad en el diseño de reformas complejas de suyo difíciles de implementar. Cuarto, el descuido de los partidos políticos en la tarea de fortalecimiento de su organización y los bajos estándares aplicados en sus políticas de reclutamiento (más evidentes en algunos que otros). Quinto, las faltas a la probidad y de rigor ético en la relación entre la política (lo público) y el dinero (lo privado).
Entonces, para enmendar los errores cometidos, propongo volver al orden lógico de la definición presidencial futura: Programa, Coalición y Liderazgo.
Sobre lo último, solo me resta señalar que este debe cumplir no solamente con el requisito de la mayor popularidad y adhesión dentro de la centroizquierda, sino que también estar dotado de una alta calidad política y técnica para llevar a Chile hacia el desarrollo, cuestión que se nos ha olvidado en el tráfago del presentismo reinante. Ya no queda tiempo ni espacio para la improvisación y menos para darnos gustitos.