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El golpe, el Presidente Allende y el embajador de Estados Unidos

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Boris Yopo H.
Por : Boris Yopo H. Sociólogo y Analista Internacional
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Se cumple otro aniversario de la fatídica fecha del 11 de septiembre, y todavía hay personas que relativizan cómo el factor externo incidió en el golpe militar que tuvo lugar ese día del año 1973. Por cierto, como toda gran tragedia, los sucesos que llevaron al derrocamiento del gobierno del Presidente Allende no pueden explicarse de manera unicausal. Fue la concatenación de múltiples eventos en un determinado contexto histórico lo que finalmente condujo al desastre, y si bien factores domésticos tuvieron un papel central en la crisis, existió también un componente internacional que en ese escenario fue decisivo y que permitió finalmente materializar los planes de sectores que, desde un comienzo, buscaron una salida extrainstitucional a la polarización que vivía entonces nuestro país. Quien tal vez mejor explica esto, y con una honestidad intelectual pocas veces vista en servidores públicos de alto nivel, es Nathaniel Davis, que ejerció como embajador de Estados Unidos en Chile entre 1971 y 1973, es decir, en el período más álgido que concluyó con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

En su libro The Last Two Years of Salvador Allende, publicado en 1985, el autor básicamente confirma (a través de su propias interpretaciones y con múltiples citas) que la Administración Nixon nunca estuvo dispuesta a coexistir, y menos aceptar la consolidación de la “vía chilena al socialismo” (el propio Congreso y la prensa norteamericana en los años posteriores al golpe confirmaron, con datos duros, lo señalado) y ya desde antes de la elección presidencial del 4 de noviembre de 1970, la CIA, en conjunto con golpistas locales, realizaba operaciones para impedir que asumiera Salvador Allende. Cuando ello no tuvo éxito, se inicia una segunda fase de operaciones encubiertas que culminan finalmente en el golpe del 11 de septiembre.

¿Por qué les preocupaba tanto a Nixon y a su Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, el proceso político en un país pequeño y lejano como Chile? Hay muchos que se equivocan al creer que lo que temían era la emergencia de una “segunda Cuba”. Otra Cuba no era posible en el Hemisferio: los soviéticos no apoyaban esta opción (de ahí que buscaron detener los planes del Che en Bolivia), Estados Unidos no lo habría permitido, y América del Sur estaba entonces dominada por regímenes militares (en su mayoría de derecha). Lo que Nixon y Kissinger en realidad temían era el éxito de un proceso que, por la vía pacífica y democrática, pudiese haber transitado al socialismo, por el efecto que ello podría haber tenido en el resto de la región y otras áreas del mundo donde esta experiencia era seguida con gran simpatía e interés.

Cabe recordar, por ejemplo, que en ese entonces había fuerzas de izquierda poderosas en Europa Occidental que habían iniciado, como en Italia, un diálogo con sectores del centro político (la DC), algo que Estados Unidos miraba con recelo, pues debilitaba a la OTAN, principal pilar en la lucha contra el “comunismo internacional”.

[cita tipo=»destaque»]En definitiva, ¿cuánto incidió la intervención norteamericana en los eventos que conducen al golpe? Más de lo que usualmente se cree, porque si bien fueron factores domésticos los que condujeron a este desenlace, el apoyo político y financiero de la principal potencia mundial a los sectores más extremos de la entonces oposición, fortaleció las posturas más intransigentes al interior de esta, politizó aún más a las Fuerzas Armadas y significó, en concreto, una “luz verde” para un golpe que se venía preparando con antelación.[/cita]

Como bien lo describe Roger Morris, un colega de Kissinger en el Consejo de Seguridad Nacional, este tenía una verdadera obsesión con las implicancias globales que para Estados Unidos podría haber tenido, en ese contexto, el éxito de la experiencia chilena. De aquí entonces que Nixon instruye a Kissinger y al director de la CIA, Richard Helms, a hacer todo lo necesario para impedir la consolidación del Gobierno de Allende, y autoriza un gasto inicial de US$10 millones con este propósito (informe del Congreso de Estados Unidos sobre operaciones encubiertas, 1975).

Y en noviembre de 1970, Kissinger reafirma esta política en el memorando NSDM 93, al instruir para que se adopten todas las medidas necesarias para desestabilizar al nuevo Gobierno chileno. Esta política, conocida como “Track II”, se hizo sin el conocimiento o autorización del Congreso de Estados Unidos y, cuando fue descubierta, Nixon y Kissinger intentaron negar su existencia, pero el entonces jefe de Operaciones Encubiertas de la CIA, Thomas Karamessines, testificó no solo su existencia sino también la continuidad de las acciones emprendidas en Chile bajo este plan, hasta el golpe de septiembre de 1973.

En definitiva, ¿cuánto incidió la intervención norteamericana en los eventos que conducen al golpe? Más de lo que usualmente se cree, porque si bien fueron factores domésticos los que condujeron a este desenlace, el apoyo político y financiero de la principal potencia mundial a los sectores más extremos de la entonces oposición, fortaleció las posturas más intransigentes al interior de esta, politizó aún más a las Fuerzas Armadas y significó, en concreto, una “luz verde” para un golpe que se venía preparando con antelación.

De hecho, el Gobierno de Nixon otorga un explícito apoyo a la dictadura surgida del golpe, y solo en 1974, ya bajo la administración Ford, la Casa Blanca comienza a tomar distancia de Pinochet, cuando la prensa y el Congreso empiezan a criticar las violaciones a los derechos humanos que se estaban cometiendo en nuestro país (Kissinger les aconsejó a varios dictadores del Cono Sur que hicieran rápido “el trabajo sucio”, porque el Congreso los estaba presionando por las violaciones ocurridas). Ahora, en el libro del embajador Davis, es sorprendente la imagen que proyecta sobre el Presidente Allende. Lo considera un “demócrata” que genuinamente intentó transitar pacíficamente al socialismo, y que hasta el final intentó evitar una guerra civil.

Su crítica principal fue que nunca puso orden en su propia coalición o supo detener los excesos de grupos de ultraizquierda que al final hacían el juego a los golpistas de la derecha. Escrito en 1985, este libro termina con un mensaje optimista sobre la capacidad de la sociedad chilena para recuperar pacíficamente la democracia, algo que ocurrió tres años después. Pero, sobre todo, se trata de un testimonio de gran honestidad y valentía del que fuese representante de Estados Unidos en Chile, en momentos donde consideraciones geopolíticas globales hacían intolerable, para el Gobierno de ese país, aceptar la existencia y menos aún la consolidación de lo que era la “experiencia chilena al socialismo”. Posteriormente, en Estados Unidos, muchas autoridades y figuras públicas han pedido disculpas por la participación que este país tuvo en el golpe militar de 1973.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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