«Si bien, el Consejo de Seguridad se encuentra bloqueado por el derecho a veto de los miembros permanentes y, con la excepción de la República Popular China, cuatro de ellos están directamente involucrados en el conflicto, por lo menos la Asamblea General podría levantar una voz de condena moral. Pero, no ha sido así».
(*) La Guerra Civil en Siria se prolonga por más de cinco años, con un saldo de muertos que alcanza casi al medio millón de personas y un exilio forzado de aproximadamente cuatro millones de hombres, mujeres y niños.
De las lecciones de Irak y Libia no se aprendió nada. Los gobiernos nacionalistas autocráticos de Saddam Hussein y Muammar Gadafi sostenían sociedades gobernables y mantenían a raya a la yihad islámica. Hasta que la OTAN, aliada a Arabia Saudita, Qatar e Israel, intervino política y militarmente para transformar estados gobernables en estados fallidos, dejando abierto el espacio para la acción terrorista de llamado Estado Islámico de Irak y Siria o D’aesh.
Hasta hace algunos años, la República Árabe Siria, gobernada por el clan Alawita de los Assad, era destacada por los medios occidentales como un régimen estable y estabilizador en Medio Oriente. También el régimen de Hussein en Irak era ensalzado por la prensa mientras compraba armas a Europa y combatía a Irán. Habría que preguntarle a los iraquíes, libios y sirios si están mejor ahora que bajo los gobiernos autócratas derrocados por “Occidente”.
¿Cuál es el rol que ha jugado la mayor organización mundial para la paz, las Naciones Unidas, para poner fin a la tragedia en ese país? A nuestro juicio, muy magro.
El conflicto multilateral en la que se juegan intereses locales, regionales y mundiales, se encuentra en un statu quo catastrófico. Pareciera que ninguna de las partes puede ganar y sólo se empeñan en no perder. Una situación así puede prolongarse indefinidamente. Los únicos beneficiarios de este drama son aquellos que desean ver destruido el Estado Árabe de Siria y su aliado iraní.
Según el informe de la Secretaría General 2016/714, “Durante el período del que se informa el deterioro de las condiciones de seguridad ha repercutido notablemente en la situación humanitaria, en particular causando nuevos daños en la infraestructura civil, como en hospitales y escuelas, y limitando la capacidad de los organismos de las Naciones Unidas y sus asociados para prestar el imprescindible apoyo humanitario. Prosiguieron las actividades militares, incluidos ataques aéreos, en Alepo, Deir Ezzor, Al-Hasaka e Idlib, así como en Damasco Rural y otras provincias. En consonancia con la resolución 2258 (2015), en la siguiente descripción de los acontecimientos sobre el terreno figura información sobre el cumplimiento por todas las partes en la República Árabe Siria de las resoluciones [anteriores]. Se presenta este [informe] sin perjuicio de la labor del Equipo de Tareas para el Alto el Fuego del Grupo Internacional de Apoyo a Siria”.
El informe distingue tres categorías generales de involucrados en el conflicto: las fuerzas gubernamentales, los grupos armados no estatales y los civiles. Nos parece importante esta distinción, dado que los medios de comunicación tienden a describir un cuadro de lucha entre el Ejército Sirio, por un lado, en contra de civiles, por el otro.
El Gobierno de Siria es apoyado logística y tácticamente por Rusia, en virtud de tratados bilaterales que datan desde la época de la Unión Soviética, a cambio del empleo ruso de bases navales y aéreas en territorio sirio. El gobierno de Assad cuenta, además, con el apoyo de tropas provistas por el gobierno de Irán, a lo que se agrega el grupo Hisbolah, una milicia shiita con asiento en el Líbano.
El movimiento rebelde, por su parte, carece de una dirección centralizada y de un liderazgo identificable. Está compuesto por diversos sub-grupos bajo la denominación de Jaish al-Fatah. Estos son apoyados por caza-bombarderos de los Estados Unidos, como lo demostró un reciente ataque aéreo a tropas del Ejército Sirio durante la vigencia del cese de fuego en Alepo, el cual fue acordado por Estados Unidos y Rusia en la primera semana de Septiembre. Los rebeldes han sido equipados con armamento anti-tanque y anti-aéreo sofisticados y cuentan con la asesoría de fuerzas especiales norteamericanas en terreno.
Hasta hace poco aparecía el gobierno turco como proveedor logístico y canal financiero de estas bandas subversivas. Sin embargo, el intento de golpe de mediados de Julio, que apuntaba a derrocar al Presidente Recep Tayip Erdogan, en el que el gobierno turco acusó al de Estados Unidos de estar involucrado, enfrió las relaciones de Turquía con las agrupaciones rebeldes sirias.
El Estado Islámico, un movimiento yihadista extremo, armado por Saudi Arabia y Qatar, domina la mayor parte del vasto territorio desértico del norte de Siria, pero de baja densidad de población.
La guerrilla Jaysh al-Fateh, anteriormente conocida como el frente Jabhat al-Nusra, una facción derivada de Al-Qaeda, también recibe apoyo saudí. Además, interviene la guerrilla separatista kurda del noreste de Siria.
Recientemente, se verificó la invasión de tropas mecanizadas de Turquía sobre el territorio nororiental sirio con el fin de aplastar al movimiento separatista kurdo liderado por el partido PKK, quienes han recibido apoyo de los Estados Unidos en su lucha en contra del Estado Islámico.
Aparentemente, el objetivo político de Rusia y su interés, es mantener a Bashar Al-Assad en el poder y, con ello, conservar su único gobierno aliado en la región, el cual le provee una posición estratégica en el Mediterráneo. Sin embargo, el reciente acuerdo de cese de fuego firmado por Estados Unidos y Rusia, tuvo como efecto frenar la exitosa ofensiva del Ejército Sirio en Alepo y, según la analista Nazanin Armanian, un acuerdo de paz derivado, contemplaría la aceptación por Rusia de la destitución de Al-Assad.
Para los Estados Unidos, el objetivo político más inmediato pasa por el derrocamiento del régimen de Assad y, con ello, el desalojo de Rusia de Medio Oriente. Vale agregar que la otra alternativa rusa se encontraba en Libia, bajo el régimen de Gadafi pero, como sabemos, la OTÁN se encargó de apoyar a los rebeldes libios que asesinaron a Gadafi, lo cual creó un nuevo estado fallido en la región, que no demoró en ser copado por fuerzas yihadistas asociadas al Estado Islámico.
Esta intervención en Libia, ocurrida en 2012, fue una decisión estratégica forzada al Presidente Obama por el Departamento de Estado a cargo de Hillary Clinton, según trascendió de las filtraciones de e-mails de la candidata a la presidencia, publicadas por Wikileaks.
Los objetivos políticos de más largo plazo están ligados a la contienda por el dominio de la región, entre el bloque Irán-Siria y el bloque Israel-Arabia Saudí. Aunque este último no ha sido explícitamente formado, las tratativas del gobierno del premier Benjamín Netanyahu en orden a establecer relaciones de interés con sus vecinos árabes suníes salafistas wahhabistas, no han pasado inadvertidas.
¿Cuál es, entonces, el rol de Naciones Unidas en la solución de este conflicto?
Debemos partir del hecho concreto de que es el Gobierno de Bashar Al-Assad el que representa al Estado de la República Árabe Siria, un régimen político republicano semi-presidencial y secular, el cual es oficialmente reconocido por las Naciones Unidas como Estado miembro. Gobierna sobre la gran mayoría de los ciudadanos sirios y cuenta con un apoyo popular sólido. Por lo tanto, es este Estado el que tiene el monopolio legítimo del empleo de la fuerza dentro de su territorio, en virtud de la concepción weberiana y de acuerdo a la práctica del derecho internacional.
Sin embargo, se ha creado un relato, según el cual, una dictadura sanguinaria ha oprimido a una oposición pacífica que buscaba la democratización del país. De acuerdo a esta narración, el Dictador, si bien habría sido elegido por voto popular en el año 2.000, ello habría ocurrido en supuestas “elecciones fraudulentas”. En el año 2011, este Dictador reelegido se habría vuelto loco y habría comenzado a reprimir brutalmente a la oposición democrática “moderada” (esto significa pro-occidental en la jerga propagandística), quienes se manifestaban pacíficamente mediante un movimiento mediáticamente llamado “Primavera Árabe”. En vista de tal atrocidad, el Gobierno de los Estados Unidos, interesado en promover el bienestar de los pueblos y la instauración de la democracia, se impuso la misión de armar a los rebeldes, sea directamente o a través de sus “proxis” en la región: Saudi Arabia, Qatar, Emiratos. No precisamente regímenes democráticos, sino monarquías islámicas de carácter medieval.
Es legítimo preguntarse: ¿Cómo es posible que uno de los ejércitos más poderosos de Medio Oriente, como el Ejército Sirio, no haya sido capaz de doblegar a “pacíficos y moderados civiles rebeldes”, cuyo único objetivo es la democracia para Siria?
Una vez más, la Organización de Naciones Unidas se ha visto sobrepasada por los poderes mundiales, como la ocasión en que su Resolución 1441, que buscaba una salida pacífica al conflicto con Irak bajo Saddam Hussein, no fue acatada por el gobierno de George W. Bush, procediendo a la invasión del país en marzo de 2003. Una fecha que podría señalar el inicio del derrumbe de Medio Oriente.
Lo psicopático de la situación actual (me disculpen los especialistas en psiquiatría) es la reciente cumbre de la Naciones Unidas para tratar la tragedia de los refugiados en el mundo, pero especialmente a los afectados por el conflicto sirio.
Como parte del esfuerzo, el Presidente Obama –durante la última reunión de la Asamblea General de su mandato- ha citado a una reunión cumbre con la finalidad de asegurar compromisos concretos de los gobiernos para expandir las oportunidades a los refugiados. A pesar de que sus esfuerzos están orientados hacia el problema de los refugiados a nivel global, Siria constituye el problema principal en mente. Dada las condiciones políticas del momento, “se trataría de una batalla ardua, pero no espuria”, aseguró el mandatario.
Los objetivos de la cumbre serían tres: primero, aumentar el financiamiento para la asistencia humanitaria; segundo, lograr que los países admitan más refugiados mediante reasignaciones u otras vías legales alternativas; y tercero, aumentar el acceso de los refugiados a la educación y al trabajo legal”.
Es decir, por una parte, se toman iniciativas de carácter humanitario orientadas a paliar el sufrimiento de millones de personas y, por la otra, no aparece ninguna resolución que condene la intervención de potencias extranjeras apoyando movimientos subversivos en contra de un Estado bajo un gobierno reconocido por la Organización de Naciones Unidas.
Si bien, el Consejo de Seguridad se encuentra bloqueado por el derecho a veto de los miembros permanentes y, con la excepción de la República Popular China, cuatro de ellos están directamente involucrados en el conflicto, por lo menos la Asamblea General podría levantar una voz de condena moral. Pero, no ha sido así.
No obstante, no es la primera vez que la organización mundial se ve sobrepasada por los acontecimientos. La renuencia del primer gobierno de Bill Clinton a comprometer fuerzas ante el genocidio en Ruanda, en 1994-95, dejó de manifiesto la inoperancia del organismo internacional cuando no cuenta con la voluntad de cooperar por parte de las grandes potencias.
* Publicado en RedSeca.cl