Anda de mejor ánimo la Presidenta. Sonriente, bromista, de zapatillas rosadas, usando un lenguaje más coloquial, con Twitter, llamando a mirar al país con optimismo, apelando a cambiar el “switch”. Nos ha hecho recordar a la Michelle de 2009. Y la verdad es que tiene razones para estar contenta luego de varios meses muy duros.
Las encuestas Cadem y Adimark han ido confirmando que la caída libre en que venía la Mandataria logró detenerse hace algunas semanas, mostrando hoy signos de cierta estabilidad, incluso con una leve tendencia al alza. Además, los atributos personales de la Jefa de Estado volvieron a dispararse en forma positiva, especialmente en lo referente a liderazgo, credibilidad y particularmente la percepción de mujer activa y energética. No cabe duda que el efecto psicológico de romper la barrera del 20% –según los datos de CEP llegó a 15%– provocó en su momento un efecto catastrófico en el estado de ánimo de los habitantes de La Moneda. Pero las cosas parecen estar cambiando, al menos por ahora.
El principal factor que permite explicar este giro es Ricardo Lagos. El ex Mandatario logró sacarla del foco de tensión agobiante asociada a la gestión de las reformas. Michelle Bachelet se descomprimió de la presión. Es cierto, como nunca antes en la historia política, desde el regreso de la democracia, el debate presidencial logra imponerse con tanta anticipación, instalando una especie de Gobierno de transición, encabezado por Bachelet. Sin embargo, lo que podía ser una mala noticia para la Presidenta, se transformó en una oportunidad.
Bachelet es una mujer resiliente, su historia personal lo demuestra, y creo que entendió que este era el momento de cambiar el rumbo. La tesis que desarrollaron algunos de sus colaboradores más cercanos –especialmente su director de Contenidos, Pedro Güell– de que las reformas estructurales impulsadas por el Gobierno verían sus frutos en 20 o 30 años más, ya dejó de ser un incentivo para la Presidenta.
Los afectos, el cariño, el reconocimiento de los ciudadanos, eran los principales activos que ella tenía y seguramente fue doloroso perderlos. ¿Por qué entonces hipotecar todo a un objetivo que eventualmente podría traer frutos en varias décadas? No digo con esto que Michelle Bachelet haya decidido abandonar el proyecto estructural que diseñó para su mandato, pero es evidente que está dispuesta a equilibrar mejor la búsqueda de resultados inmediatos con los de largo plazo. Dicho sea de paso, el presupuesto de la última pieza de su obra maestra –el proceso Constituyente– sufrió un recorte de 95% para 2017. A buen entendedor, pocas palabras.
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Además del cambio en el tono del relato –cuyo foco está en el optimismo– Bachelet ha estado tratando de recuperar la agenda. Una mezcla entre lo pragmático y lo valórico. Desde Nueva York sorprendió a todos con el anuncio del proyecto de matrimonio igualitario. Luego dio una entrevista en la BBC apoyando el proyecto de aborto en tres causales. A continuación vino la reestructuración del Sename –incluyendo su discurso en que hizo un mea culpa como Estado por las muertes de niños institucionalizados–.
También hemos vuelto a ver a la mujer sensible, humana, que derramó lágrimas cuando supo que la justicia, tras 43 años, anuló la condena por «traición a la patria» que recibió injustamente su padre, el general Alberto Bachelet. Luego, vestida de médico como en los viejos tiempos, anunció la inclusión de nuevas patologías que se suman a la ley Ricarte Soto. Y finalmente, la doblada de mano a todo el establishment –incluyendo a Lagos y Piñera, que habían criticado el proyecto de elección de intendentes–, ordenando a sus ministros alinear a la coalición para que lo sacaran a costa de lo que fuera.
También es un hecho que Bachelet, en esta nueva etapa, se quiere mantener lo más lejos que pueda de las cúpulas de los partidos de la Nueva Mayoría. No solo ha hecho caso omiso a las insistentes peticiones de cambio de gabinete –encabezados por un obsesivo Camilo Escalona–, tampoco los ha querido recibir en La Moneda. Tal vez, una forma de proyectar una imagen menos política y más ciudadana.
Claro que es muy temprano para cantar victoria. El derroche de optimismo en La Moneda –hasta Marcelo Díaz anda sonriente– no se condice con tener un poco más de un 20% de aprobación. Sin embargo, creo que se está empezando a vislumbrar un punto de inflexión. Pero esto no depende solo de una nueva actitud de la Presidenta, también requiere de un Gobierno más alineado, de dirigentes más leales y, por supuesto, de candidatos presidenciales de la NM que no renieguen del proyecto del que han sido parte hasta ahora. La tarea no está fácil.