Hemos sido testigos de la preocupación de los políticos profesionales frente al fenómeno de la abstención, como crónica de una muerte anunciada en la elección de alcaldes y concejales del próximo domingo 23 de octubre.
Con los recursos de todos los chilenos, como debe ser para estos asuntos públicos, y con intervenciones de figuras políticas de peso, se intenta incentivar a los ciudadanos a participar del proceso eleccionario, en el mejor de los casos votando por un candidato de sus filas y en el peor de los caso votando “nulo” o “en blanco”.
Vaya a votar, aunque no le guste ninguno de los candidatos, pero vote aunque sea en blanco o nulo, se escucha decir permanentemente a nuestros políticos profesionales, como si votar en blanco o votar nulo tuviera alguna trascendencia real en el proceso electoral.
Una vez más nos dicen que participemos, una vez más nos quieren convencer diciéndonos que el voto en blanco o nulo igual es útil, igual sirve.
La verdad es que los votos en blanco y los nulos en nuestra legislación no sirven para nada. En este escenario los votos nulos y blancos, por mayoritarios que sean no impactan políticamente en los resultados. Lo que está detrás de esta campaña por llamar a votar este domingo y lo único que persiguen los políticos profesionales es validarse como funcionarios de la política viendo al final del día números favorables que acusen la menor abstención posible. Mientras más ciudadanos voten, ya sea por un candidato o bien opten por anular su voto o dejarlo en blanco, están contribuyendo cada vez más a disminuir el alto porcentaje de abstención que evidentemente aumentará el próximo domingo.
Hay un mito de que los votos en blanco se suman a las mayorías, déjeme decirle que es falso. Contradiciendo la creencia popular, en los procesos eleccionarios en Chile, los votos en blanco y los votos nulos no se agregan a la mayoría ni nunca se ha hecho. Es un mito tal cual, y se funda en el reciente periodo oscuro de nuestra historia, en ese donde no existían elecciones, donde no existía un padrón electoral, y donde no existía un Servicio Electoral independiente.
En efecto, el 11 de septiembre de 1980, con Junta de Gobierno y todo, se realizó el plebiscito para la aprobación o rechazo de la Constitución de 1980. Ese acto “eleccionario” fue normado por el Decreto Ley 3465 de 1980 que establecía, entre otras cosas, lo siguiente: “Las cédulas que aparecieran en blanco, sin la señal que hubiere podido hacer el votante, serán escrutadas en favor de la preferencia ‘SI'». Tal situación en tal época no reviste mayor sorpresa. Los votos en blanco debían ser sumados a la opción aprobatoria, y no a la que resultara ser mayoritaria. La opción SÍ venció, lo que dio origen a la confusión y al mito posterior.
De ahí en adelante se cree equivocadamente que los votos en blanco se suman a la mayoría y que por cierto ese voto en blanco termina siendo útil, es decir, tiene alguna relevancia como voto válidamente emitido.
Pero los votos en blanco y los votos nulos existen en todos los países donde se realizan elecciones. Y solo en algunas democracias modernas estos votos tienen una importancia real. Lo más cercano a una manifestación, un voto protesta.
La figura del “voto de protesta” se ha presentado siempre en la forma de votos blancos y nulos, los cuales por lo general no suelen tener importancia sustantiva en el proceso de conteo de votos y solo queda su valor estadístico, que se suma a los porcentajes de abstención para las evaluaciones subjetivas propias del debate social y político.
[cita tipo= «destaque»]Conocidas estas alternativas que nos ofrecen las democracias modernas, ya es hora de que nuestros políticos profesionales afinen el olfato e introduzcan cambios a la Ley Electoral, para devolverles la confianza a los ciudadanos que cumplen con su deber y derecho de votar. Validemos el “voto en blanco” como una opción o incluyamos la opción “ninguna de las anteriores” con efecto vinculante, como registro de que los políticos profesionales no están haciendo bien las cosas y vamos por más, más caras nuevas, más oportunidad de reencontrarnos con la confianza en la política.[/cita]
Sin embargo, distintos grupos de presión ciudadana alrededor del mundo han buscado legitimar estos votos de protesta como una opción que tenga resultados vinculantes en la práctica y que permita dejar constancia efectiva del descontento que pudiese haber con la clase política en general o bien con los determinados candidatos en alguna determinada elección.
En Colombia, en el año 2011, la sentencia C-490 de la Corte Constitucional determinó que el voto en blanco es “una expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad, con efectos políticos [y] constituye una valiosa expresión del disenso a través del cual se promueve la protección de la libertad del elector. Como consecuencia de este reconocimiento, la Constitución le adscribe una incidencia decisiva en procesos electorales orientados a proveer cargos unipersonales y de corporaciones públicas de elección popular”. Así, el proceso eleccionario en Colombia se moderniza al incluir la opción “voto en blanco” en la papeleta correspondiente, opción que, de ganar, generará la necesidad de repetir la elección, con candidatos que no se hayan presentado aquella primera vez. En la segunda elección convocada tras esto, aunque ganase nuevamente el voto blanco, resulta electo el candidato que haya obtenido la mayoría de los votos, ya que la norma electoral colombiana no permite repetir la elección más de una vez.
Otra experiencia similar la tenemos en Estados Unidos. El Estado de Nevada es el único que incluye en sus papeletas la opción “None of the above” (ninguno de los anteriores) desde 1976, y a pesar del fracasado intento en 2013 del Partido Republicano de declarar esta opción inconstitucional debido a que solo cumple una función de nulidad legal, pero no tiene un efecto sustantivo en los resultados de ser la opción ganadora, Nevada sigue manteniendo la alternativa en sus papeletas de toda índole de elección. El Secretario de Estado de Nevada Ross Miller dijo a raíz de esto que los votantes que querían expresar su insatisfacción debían estar en libertad de hacerlo. En 1998, un candidato al Senado en Nevada ganó por tan solo 428 votos a su contendor, mientras 8.000 votos fueron para la opción “ninguno de los anteriores”. Para las elecciones senatoriales de 2012 esta opción llegó a tener 45.277 votos.
De igual forma, en otros países donde la opción existe en la papeleta, como el caso de India o Grecia, el marcarla solo permite contabilizar estos votos como válidamente emitidos, pero no tienen efecto concreto en los resultados, algo que hasta el momento solo puede verse en Colombia.
Existe otra interesante experiencia en España con el movimiento Escaños en Blanco y el partido Ciudadanos en Blanco que buscan, entre otras cosas, “hacer visible, de manera inequívoca, el descontento con la clase política de una parte importante de la ciudadanía que no se siente representada, como también presionar a la clase política y sus partidos para que se esfuercen mucho más en desarrollar su actividad con ética y respeto, promoviendo iniciativas de gobierno y legislativas que fomenten la participación de los ciudadanos más allá de los comicios que se celebran cada cuatro años”. Estos partidos se han propuesto competir en elecciones de forma que, al ser electos, sus representantes no harán uso efectivo del escaño. Estos movimientos apelan a que la ley considere el porcentaje umbral de 3% para que los votos en blanco automáticamente resulten en un escaño vacío; una vez aprobada dicha modificación, estos partidos prometen disolverse.
Hasta la fecha el partido Escaños en Blanco ha conseguido 3 concejalías vacías obtenidas en las elecciones municipales de 2011.
Conocidas estas alternativas que nos ofrecen las democracias modernas, ya es hora de que nuestros políticos profesionales afinen el olfato e introduzcan cambios a la Ley Electoral, para devolverles la confianza a los ciudadanos que cumplen con su deber y derecho de votar. Validemos el “voto en blanco” como una opción o incluyamos la opción “ninguna de las anteriores” con efecto vinculante, como registro de que los políticos profesionales no están haciendo bien las cosas y vamos por más, más caras nuevas, más oportunidad de reencontrarnos con la confianza en la política.