¿Será posible ganarle a la abstención en las próximas elecciones presidenciales?
Veamos aquí algunas reflexiones.
Hemos observado y observaremos docenas de interpretaciones sobre los resultados de las municipales, muchas dudosas, una irrefutable: Ganó la abstención.
Ante dicha evidencia, perdieron ambas coaliciones, la Nueva Mayoría y Chile Vamos, dígitos más, dígitos menos, cualesquiera sean sus interpretaciones, argumenten lo que argumenten: que subieron o bajaron en alcaldes y/o concejales, que los errores del padrón, que subieron en porcentaje respecto de la municipal del 2012, que el voto voluntario, etc. Perdieron los presuntos presidenciales que recorrieron el país apoyando a sus candidatos y llamando a votar a la población. Un 66% no los escuchó. Caso especial son los partidos emergentes e independientes que les salieron al paso y que potencialmente pueden ocupar un gran espacio en el futuro. No obstante, todos los anteriores, sumados, alcanzaron solamente el 34% del electorado, esto es, una minoría.
Baste con un ejemplo respecto de la comuna más emblemática del país, Santiago. Si efectivamente la abstención fue allí de un 80%, el alcalde elegido obtuvo sobre el 20% que votaron apenas un 9% de preferencias. ¿Es posible cantar victoria con semejante resultado?
Con estos dígitos, de sufragar en las presidenciales ese 34%, bastaría en segunda vuelta lograr un 17% de la votación para ser elegido Presidente de la República de Chile, sin que un 83% de la ciudadanía le manifestara su apoyo. Alarmante para la estabilidad democrática del país.
¿Podría darle gobernabilidad a la nación un presidente con tan bajo nivel de apoyo? Basta ver lo que ha experimentado la Presidenta Bachelet…
¿Ha perdido entonces la democracia? Desde un punto de vista no hay duda, ha perdido el sistema democrático, al no estar la ciudadanía legítimamente representada por las elites gobernantes y los candidatos elegidos.
Pero también puede mirarse esta alta abstención desde otro punto de vista: como un porcentaje importante de la ciudadanía que al abstenerse está expresando su rechazo a un sistema deslegitimado, al cual no tiene cómo enfrentar para cambiarlo y hacerlo auténticamente democrático.
[cita tipo= «destaque»]Diera la impresión que a estas alturas pocos creen en programas o propuestas, que se han convertido en falsas promesas o en iniciativas ejecutadas con incapacidad, ineptitud y falta de profesionalismo. Sin duda los programas de gobierno son necesarios para conformar alianzas partidarias, ofrecer un nuevo proyecto político y darle gobernabilidad al país, pero en ningún caso para motivar a las mayorías invisibles, que simplemente están cansados de ellos y que ni siquiera los leerán…[/cita]
Una mayoría que no cree que con su sufragio pueda cambiar las cosas. Una mayoría invisible, heterogénea, transversal, más allá de izquierdas, centros o derechas, compuesta por decepcionados e indiferentes, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, pobres y ricos, trabajadores y empresarios, capitalinos y gente de las regiones, etc.
Una mayoría sin voceros, sin acceso a los medios, invisibles, no obstante, parte medular del país real.
Recogiendo el llamado que hace El Mostrador a una reflexión colectiva frente a esta crisis de la democracia, efectuaremos a continuación algunas consideraciones sobre la interrogante planteada al inicio de este artículo: ¿será posible en los próximos comicios presidenciales ganarle a la abstención?, ¿podrá alguien remover la conciencia de esta gran masa de invisibles y capitalizarlos en su favor?
Ciertamente será éste un desafío clave en los meses venideros. ¿Cómo lograrlo? ¿Mediante iniciativas emblemáticas? ¿Cómo la gratuidad educacional o el fin de las AFP? ¿Tal vez? Ejemplos como éstos ya han movilizados a miles de ciudadanos, absolutamente transversales. ¿Pero solamente movilizaciones? ¿Por qué un porcentaje elevado de quienes participan en esas movilizaciones se abstienen posteriormente de concurrir a votar? ¿Es ello una contradicción? Todo indicaría entonces que la abstención no es por mera indiferencia, -como apuntan algunos-, ya que sino esa gran masa ciudadana no participaría en movilizaciones. Sin duda, la principal explicación está en la profunda desconfianza en las clases políticas gobernantes, a las cuales el ciudadano que se abstiene se niega relegitimar.
Pregunta, ¿sería posible revertir este estado de crisis democrática a partir de las elites políticas gobernantes? ¿O habría de provenir ello desde el interior de estas mayorías marginadas, desencantadas del proceso eleccionario?
Muchos, desde las elites políticas, oficialistas y de oposición, han salido al ruedo señalando que la solución está en “escuchar a la ciudadanía” y ofrecerle sesudos programas o propuestas de gobierno. Pensamos que ello es importante pero insuficiente, por muy sesudos que éstos sean. Diera la impresión que a estas alturas pocos creen en programas o propuestas, que se han convertido en falsas promesas o en iniciativas ejecutadas con incapacidad, ineptitud y falta de profesionalismo. Sin duda los programas de gobierno son necesarios para conformar alianzas partidarias, ofrecer un nuevo proyecto político y darle gobernabilidad al país, pero en ningún caso para motivar a las mayorías invisibles, que simplemente están cansados de ellos y que ni siquiera los leerán…
Tal vez se requiera de “ideas fuerza”, simples, muy concretas, viables, posibles de ser materializadas a ojos del ciudadano de a pie, para evitar que ejemplos como los anteriormente señalados, -especialmente educación-, que por formularse en términos indefinidos, más allá de movilizaciones, pueden finalmente transformarse en dilaciones y frustraciones, lo cual no significa restarle importancia a dichos temas.
Experiencias históricas enseñan que mientras más simple y concreta sea una idea fuerza, más poder tendrá para movilizar a grandes masas y transformar realidades. A fines del siglo XIX la justa aspiración por una “jornada de 8 horas” sacudió la conciencia de millones de trabajadores a través de todo el orbe, bajo el lema: “proletarios del mundo uníos”. Una simple “idea fuerza”: “una justa y digna jornada de 8 horas”. Esto es, mucho más que un simple lema abstracto. Pero siendo fundamentales, este tipo de ideas fuerzas han de ser encarnadas por liderazgos creíbles, que es lo que hoy en día hace falta.
Líderes capaces de romper las barreras de la desconfianza y la incredibilidad, de re encantar, de generar mística. ¿Populistas? No necesariamente. Líderes que al pregonar la igualdad y la solidaridad lo demuestren con su testimonio personal, por ejemplo, renunciando a un porcentaje de sus ingresos e invitando a otros a hacer lo mismo para constituir un fondo de solidaridad en favor de la infancia desvalida. Que frente a las paupérrimas pensiones de las mayorías se comprometan a eliminar en un plazo acotado el gigantesco lucro de administración de las AFP o simplemente terminar con éstas. Que al postular la regionalización lo comprueben con medidas concretas gobernando para ellas, desde ellas, con ellas y no desde Santiago, por ejemplo, trasladando algunos ministerios a las regiones. Que le salgan al paso al clasismo, al racismo, a la segregación, no con palabras sino con su testimonio y consecuencia de vida, por ejemplo, incorporando a sus gabinetes representantes de pueblos originarios. Líderes a quienes las grandes mayorías sientan como suyos. Ojalá genuinamente de las clases medias o populares, limpios de manos, de preferencia hombres o mujeres de provincia pero con proyección nacional. Líderes, a quien esas grandes mayorías invisibles identifiquen como chilenos al servicio de Chile y no de intereses particulares, capaces de crear puentes entre los diferentes sectores, sensibilidades y culturas que comparten la nación. Líderes totalmente independientes de los conglomerados financieros y de los poderes fácticos, decididos a enfrentar con firmeza abusos, inequidades y corrupciones y romper el círculo vicioso de dinero-política-corrupción. Líderes que cuando pregonen en contra de la corrupción lo demuestren con medidas reales, como por ejemplo, interviniendo Soquimich, por haber corrompido a la sociedad, atentar en contra del sistema democrático, la estabilidad y seguridad nacional.
En suma, “ideas fuerza” simples, concretas, realizables y “líderes” capaces de interpelar a esas grandes mayorías que se abstienen, sumándolas a quienes aún de buena fe y limpieza han participado hasta ahora en el acontecer político nacional.
Líderes que asuman el desafío de despertar, motivar y re encantar a esas grandes mayorías, con “ideas fuerza” motivantes y una convocatoria clara: Invisibles de Chile Uníos…