Diversas reacciones ha generado el triunfo de Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses. La virulencia de la campaña electoral, pero con un moderado optimismo en una victoria de Hillary Clinton, ha dado lugar a interpretaciones pesimistas, cuando no directamente exageradas, sobre lo que implica un gobierno encabezado por el magnate inmobiliario.
No es para menos, en todo caso, si se considera la trayectoria personal y empresarial de Trump, así como las polémicas declaraciones y propuestas electorales desplegadas a lo largo de la campaña: desde la promesa de construir un muro hasta sus declaraciones xenófobas, pasando por las acusaciones de acoso y trato discriminatorio a mujeres. Su tono arrogante y agresivo generó no pocas antipatías que, a la luz de los resultados, no fueron finalmente tan relevantes como para evitar que un gran caudal de electores –aunque no suficiente como para ser mayoría electoral– le permitiera triunfar en estados clave y lograr la mayoría en el Colegio Electoral.
Mucho se ha dicho sobre este resultado: que es un castigo al establishment, que la ciudadanía rechazó a Clinton porque no le tiene confianza, que al ciudadano estadounidense medio le importan poco los sofisticados análisis de voceros ilustrados pero alejados de los “problemas reales de la gente”; que la gente quiere sangre nueva y valora la nueva forma de hacer política. También se han sacado conclusiones aplicables –según se dice– al panorama político electoral chileno: que Lagos es un candidato que sería castigado –como lo fue Hillary Clinton– por representar a la vieja guardia, que Piñera tampoco la tiene fácil, que Guillier se fortalece.
Pero no es este el foco que me interesa analizar. No son pocos los que, al alero de este hecho, han puesto en el debate la calidad de la democracia estadounidense. El sistema electoral indirecto, un bipartidismo que no da cuenta de la diversidad de la sociedad, el excesivo peso de las minorías, los grados de desigualdad y una cultura política individualista son algunos de los focos críticos. Robert Dahl ya criticaba estos y otros aspectos en su conocido trabajo ¿Es democrática la Constitución de Estados Unidos? La conclusión inicial es que la democracia de Estados Unidos es de baja calidad; cuando ese juicio se realiza desde perspectivas ideológicas más radicales, la baja calidad se transforma en simple engaño.
Este juicio es, en mi opinión, al menos exagerado. Contrastado con nuestro régimen político, hay tres componentes del sistema político estadounidense que están ausentes –o débilmente presentes en Chile– y que aportan calidad a la democracia.
[cita tipo= «destaque»]La democracia chilena ha sido mediocre en sus avances en estos tres frentes. El mecanismo de las primarias es poco utilizado, favoreciendo la no renovación de los liderazgos. En lo relativo a los mecanismos de democracia directa, solo se han realizado cinco plebiscitos comunales y la Constitución solamente contempla dicha posibilidad para resolver asuntos relativos a reformas constitucionales cuando surge un conflicto entre los poderes Ejecutivo y Legislativo.[/cita]
En primer lugar, las primarias. Muchos se han preguntado cómo es que Trump llegó a la Presidencia. La respuesta obvia es que obtuvo más votos en el Colegio Electoral que su contrincante. Pero es necesario recordar que en ambos partidos se llevaron a cabo primarias que abrieron un espacio para el debate y la confrontación de ideas. A uno puede gustarle o no que hayan ganado las primarias Trump y Clinton. Pero ese largo y desgastante proceso abrió oportunidades para un sano ejercicio democrático y legitimar a los candidatos. No le alcanzó a Clinton esta vez; si le alcanzó a Obama hace ocho años. Las primaras son un mecanismo parcialmente utilizado en Chile, aunque es un avance el que ahora sean obligatorias: lo ha utilizado la Concertación/Nueva Mayoría –no así la Alianza/Chile Vamos– para la selección de sus candidatos presidenciales y, muy parcialmente –RN es el partido que más lo ha usado–, en las pasadas elecciones municipales.
Un segundo aspecto a identificar es que, junto con la elección de presidente y vicepresidente, un tercio del Senado y la totalidad de los miembros de la Cámara de Representantes, la ciudadanía estadounidense participó en más de 40 plebiscitos/referendos. Como un gran parte de las democracias avanzadas (y en varias de América latina, como Perú, Colombia o Bolivia), la combinación de los mecanismos típicos de la democracia representativa con otros propios de la democracia directa o participativa es parte de la institucionalidad democrática.
En la reciente elección estadounidense, la ciudadanía se pronunció sobre asuntos tan disímiles como la abolición de la pena de muerte, el control y registro de armas de fuego, el consumo medicinal o recreacional de la marihuana o, como sucedió en el estado de California, sobre la obligación de uso de condón en la producción de películas pornográficas. Más allá del tema específico, se trata de un sano ejercicio democrático que involucra a las personas para que decidan sobre asuntos relevantes para la comunidad, genera debate y obliga a los candidatos(as) a tomar posición en la conversación.
Finalmente, es importante recordar que Estados Unidos es una democracia federal. Parte significativa de la vida política se despliega en los territorios estaduales. La ciudadanía de los territorios tiene autonomía financiera, atribuciones, un Poder Ejecutivo, legislatura propia y una jurisdicción específica; también mecanismos equitativos para la resolución de conflictos entre el gobierno central y los estados. Varias de las legislaciones que innovan en materia de ordenamiento legal han sido primero aprobadas en los estados para luego saltar al ámbito federal. Solo un dato de referencia: el 85% del gasto público es ejecutado por los gobiernos subnacionales.
La democracia chilena ha sido mediocre en sus avances en estos tres frentes. El mecanismo de las primarias es poco utilizado, favoreciendo la no renovación de los liderazgos. En lo relativo a los mecanismos de democracia directa, solo se han realizado cinco plebiscitos comunales y la Constitución solamente contempla dicha posibilidad para resolver asuntos relativos a reformas constitucionales cuando surge un conflicto entre los poderes Ejecutivo y Legislativo; hace unos meses, cuando el ex presidente del Senado Lagos Weber manifestó su interés en explorar innovaciones en este ámbito, fue rápidamente criticado por los líderes de la oposición. En lo que a descentralización se refiere, tras más de veinte años de gobiernos regionales se ha aprobado la elección democrática del Ejecutivo regional, pero con muy pocos recursos y escasas atribuciones.
Como se puede observar, nuestro régimen político tiene bastante que recoger de la experiencia del sistema político estadounidense.