Las efusivas celebraciones de conspicuos políticos y académicos ligados al mundo de la derecha ante el triunfo de Donald Trump como Presidente electo de los Estados Unidos a simple vista no parece extraño.
Los periodistas, norteamericanos y chilenos, y de todo el mundo, se encargaron de mostrarnos un Trump ultraconservador, amigo de la “segunda enmienda” (la tenencia de armas de bajas barreras legales), pro vida y familia, enemigo de la Internacional Planned Parenhood, un verdadero think thank abortista. Lo mostraron también como imperialista, ultrapatriota, nacionalista y ultracapitalista.
Todos conocemos al Donald Trump de la “Trump Tower”. ¿A quién se le ocurriría vivir en una torre propia, que lleva tu propio nombre, y pensar en no ser tildado de capitalista? Allí, en medio de la Fifth Avenue de la ciudad que fuera el primer objetivo del terrorismo islámico anticapitalista.
Todo este escenario rodeaba al candidato contrario a la progresista Hilary, amante de la internacional abortista, “Gay Friendly”, ecologista radical, y enemiga del nacionalismo soviético.
Con este escenario, la Guerra Fría revivía y, revivida, la derecha chilena no podía restar su apoyo al candidato que podría abrir los mercados al empresariado y renovar alianzas comerciales un tanto dormidas y dirigidas por aparatajes estatales.
[cita tipo= «destaque»]Con una épica social poco antes vista en un gobierno norteamericano, el multimillonario sin tapujos –característico en él– se ocupa de decirnos que se encargará personalmente de que “los ricos compartan de manera justa” sus ganancias. ¡Vaya capitalismo![/cita]
Pero el asunto es mucho más complejo cuando uno revisa ciertos acontecimientos y luego de aquello lee el Programa de Gobierno de Donald Trump.
Este personaje ícono del capitalismo americano, del que se rieran hasta Los Simpsons, en primer lugar no es militante republicano. No siempre ha sido partidario de la Segunda Enmienda. Descendiente de inmigrantes, los mismos que amenaza con expulsar. Financista de la campaña de Bill y colaborador de la anterior de Hilary (¡!).
Y llama aún más la atención la abanderada reacción del liberalismo de derecha chileno cuando leemos el programa de Donald. En primer lugar, un programa que resalta con fuerza el papel de la clase trabajadora estadounidense en desmedro de las leyes aristócratas, así consideradas por el magnate. Un fuerte y claro apoyo a subsidios estatales para retomar el papel de la clase media, de la clase trabajadora, fortaleciendo la mano de obra nacional, cortando lazos de libre comercio. Una enfática promoción de la Educación Estatal, a nivel escolar y universitario.
Otro tanto por un fortalecimiento de la Salud Pública, sin menciones mayores a la privatización de la salud, y muy lejos de la inyección de recursos de manos de privados. Eso es lo que aparece en sus “Positions” y que está disponible aún en el sitio web que promovió durante su campaña.
Como si todo esto fuera poco, vamos a dar con su “Tax Plan”, que centrará todos sus esfuerzos en la reducción de impuestos a la clase media, y trabajadores contratados, y eliminando intereses. ¿De dónde sacará entonces los fondos para financiar su idea de volver a hacer grande a Estados Unidos? Simple, del alza de impuestos a los ricos. Tal cual. Con una épica social poco antes vista en un gobierno norteamericano, el multimillonario sin tapujos –característicos en él– se ocupa de decirnos que se encargará personalmente de que “los ricos compartan de manera justa” sus ganancias. ¡Vaya capitalismo!
Por todo esto, llaman profundamente la atención las celebraciones y los alineamientos de la derecha liberal que presenciamos en nuestra pequeña patria que, desde los años 80, mira con admiración un libertinaje de mercado, pero que parece que el blondo magnate no piensa ni en sueños volver a traer a su país, para poder hacer a “América” grande de nuevo.