No se dieron cuenta de que entre sus causas no estuvo derrotar el patriarcalismo ni el machismo, para lo cual era importante abandonar la postura de esa primera ola feminista que pensaba que solo se accede al poder poniéndose puños de acero.
Hillary Clinton lideraba las encuestas para convertirse en la primera mujer Presidenta de los Estados Unidos. Su contrincante, Donald Trump, la enfrentó sin misericordia, enrostrándole todos los trapos sucios que no lavó en privado ni como Primera Dama ni como Secretaria de Estado. El affaire Lewinsky, los correos privados en su servidor público, el drama libio que costó la vida al embajador de su país, toda su historia quedó al descubierto. Y ella se hizo de la misma estrategia: lo acusó de abusador, llevó víctimas de los avances sexuales de Trump, y expuso su sexismo de manera descarada.
Ambos candidatos desarrollaron una de las campañas electorales más vulgares de la historia de Estados Unidos.
No obstante, tanto los medios de prensa como el sentir más generalizado le daban la victoria a Hillary. Ser mujer, con una larga tradición en la acción política, era su fortaleza aparente. Muchas mujeres se esperanzaron con ser testigos del ingreso, por vez primera, de una mujer como Presidenta a la Casa Blanca. No todas, por cierto, concordaban con esa “Nación Trajepantalón” que ella representaba para sus adherentes y eso explica la baja votación que obtuvo en algunos grupos de mujeres.
¿Por qué no le sirvió esta posición de aparente ventaja? Su derrota, ¿compromete el futuro en las causas políticas para las mujeres? Pienso que no.
El sicoanalista Luigi Zoja sostiene que vivimos en un mundo menos patriarcal, menos “patricéntrico”, pero aún muy “machocéntrico”. Después de un siglo de crítica feminista, el mundo no se habría vuelto menos machista; la figura del macho continúa siendo la que domina la “manada”, atrayendo a muchas mujeres hacia convertirse en el “macho alfa”. Hillary Clinton quiso luchar cuerpo a cuerpo con los hombres que han liderado a la manada a través de la historia, pero en su territorio y con sus valores.
Se equivocaron las mujeres que creyeron que ella enarbolaba la bandera de la madre y la pareja, quienes, como también dice Zoja, son habitantes permanentes en todos los grupos de animales. No se dieron cuenta de que entre sus causas no estuvo derrotar el patriarcalismo ni el machismo, para lo cual era importante abandonar la postura de esa primera ola feminista que pensaba que solo se accede al poder poniéndose puños de acero. Ni las concepciones de género ni el mismo feminismo sostienen hoy, también por la experiencia histórica, que para avanzar en posiciones de poder las mujeres necesitan abandonar las faldas.
La causa es muchísimo mayor que unas pocas formalidades que no pudieron esconder lo obvio de Hillary Clinton. Y que, en cambio, probablemente explican la seducción que ejerció Michelle Bachelet en su primera candidatura a La Moneda: ella, no solo manejaba un tanque, también usaba faldas, sino que empleaba un discurso donde los roles femeninos tradicionales estaban siempre validados.
[cita tipo= «destaque»]Las expectativas de que las posiciones de género hubieran dado un salto en un país tradicionalista como los Estados Unidos con Hillary Clinton, son bajas. La tarea queda pendiente: ¿para Michelle Obama?[/cita]
Los estudios de género, la historia de mujeres y el feminismo han tenido que hacer un recorrido azaroso y solo muy recientemente han sido validados en el mundo académico. Sus logros se han debido justamente a su doble enfoque. El que enfatiza lo relacional y defiende los derechos femeninos, valorando la contribución de la mujer desde los roles sociales que ocupa. Esta concepción se apoya en la noción de complementariedad de los sexos, y en una visión que propone una organización social igualitaria.
El segundo enfoque proviene de una corriente más liberal, individualista, que enfatiza los conceptos abstractos de derechos humanos individuales, extensivos por su naturaleza, y no por el género, a la mujer.
Tanto desde el contexto relacional como el individualista es difícil que una feminista solidarizara con la foto en que Bill Clinton y Hillary, con su hija Chelsea entre ellos, caminaban abrazados hacia un helicóptero por los jardines de la Casa Blanca después que el mundo se enterara de la humillación que le había proferido su marido en el mismo centro del poder. Ella demostró, en ese acto y lo que siguió, que era ese poder machista ante el cual se subyugaba el que ella querría ejercer en adelante. Y así lo hizo. Reconociéndole su autoridad y buscando ejercerlo ella sin ningún guiño hacia las mujeres para las cuales su dignidad y la validación de su contribución desde lo femenino está por encima de la lucha por ser un “macho alfa”.
Se explica entonces perfectamente que muchas mujeres, sin traicionar su solidaridad de género, no apoyaran a Hillary Clinton; también que muchos hombres no vieran en ella una alternativa al poder masculino, sino más de lo mismo con sexo femenino. Es entendible que, a pesar de defender sin claudicar la igualdad de oportunidades para mujeres y, ojalá, que una de ellas algún día ocupe también la Presidencia de los Estados Unidos, no se sintieran interpretadas, ellas ni ellos, por esta mujer que no ofrecía una forma nueva de ejercer el poder desde lo femenino.
En consecuencia, las expectativas de que las posiciones de género hubieran dado un salto en un país tradicionalista como los Estados Unidos con Hillary Clinton, son bajas. La tarea queda pendiente: ¿para Michelle Obama?