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Desigualdad, descontento y Revolución Francesa

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Fernando Claro
Por : Fernando Claro Asesor Ministerio de Educación
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¿Nos debería importar si es que nuestros padres terminaron el colegio o fueron a la Universidad? Para un país en desarrollo, como Chile, la respuesta es un rotundo no. Al contrario, lo que debería preocuparnos es si acaso los jóvenes de hoy se están educando o no. Ante esta diferente cuestión, lo alarmante sería que los niños no estén yendo al colegio o, respecto a la universidad, que quienes tengan talento no puedan hacerlo. Así, no sería relevante que dos de cada diez de nuestros padres hayan ido al colegio, pero sí sería ideal que al día de hoy esa proporción sea mayor entre los jóvenes. Lo mismo ocurre con la desigualdad: ¿Importa la desigualdad existente entre todos los nacidos el año 1920? Para un país como Chile, la respuesta es, de nuevo: no. El razonamiento correcto para entender «cómo vamos» como país en esta dimensión es cuestionarse por la tendencia de la desigualdad de ingresos entre los nacidos en 1950, 60, 70 y así sucesivamente. De esta manera, si las generaciones que nacieron más tarde son sostenidamente más iguales que las anteriores, estaríamos frente a una buena noticia: el orden político del país estaría generando una igualación de ingresos y, asimismo, una mayor movilidad social.

[cita tipo= «destaque»]¿Por qué entonces tanto opinólogo escribiendo teorías conspirativas y fomentando el sentimiento de caos nacional y condenando el orden de los últimos años? Una cosa es la deslegitimación de las elites y la necesidad de corregir y condenar sus delitos, pero otra es sostener que estamos en el peor de los mundos y llamar a la retroexcavadora.[/cita]

Y esas son las cifras que justamente se ven en Chile. El profesor Claudio Sapelli, en la segunda edición de su estudio «Chile: ¿más equitativo?» recientemente publicada, demuestra que en Chile las generaciones más jóvenes son más educadas, menos desiguales y menos pobres, llegando a unos niveles sorprendentes que nos dejan por lejos en el primer lugar de América Latina. ¿Y los promedios de desigualdad? También caen, y sostenidamente desde el año 2000 y a niveles mucho menores que 1992, primer año con información disponible gracias a la encuesta CASEN.

¿Por qué entonces tanto opinólogo escribiendo teorías conspirativas y fomentando el sentimiento de caos nacional y condenando el orden de los últimos años? Una cosa es la deslegitimación de las elites y la necesidad de corregir y condenar sus delitos, pero otra es sostener que estamos en el peor de los mundos y llamar a la retroexcavadora. ¿Qué está tan mal? ¿Hay menos conciertos? ¿Menos parques nacionales? ¿Menos teatros? ¿Hay más desnutrición infantil? ¿Menos posibilidad de surgir? ¿Menos librerías? ¿Menos deportistas? La lógica del famoso «descontento» es confusa y el profesor Sapelli ofrece algunas reflexiones al respecto: la educación dejó de entregar la seguridad que entregaba en el pasado, tiempo en el cual el título universitario era prácticamente igual a los títulos nobiliarios europeos ―al día de hoy, haber ido a la universidad ya no es novedad―. En segundo lugar, la movilidad entrega oportunidades para ascender, pero también para descender ―lo que genera ansiedades y frustraciones― y, en tercer lugar, un par de temas sociológicos que escapan de esta columna. En fin, explicaciones que nunca terminarán. Quizás baste con recordar un lúcido escrito de Jean Gustave Courcelle-Seneuil, intelectual francés que vivió en Chile por casi diez años a mediados del siglo XIX: «Así, la generación que había sufrido bajo el Antiguo Régimen hizo la Revolución con una fe profunda y la sostuvo con una incomparable energía (…). Pronto, una generación nueva, que no había sufrido bajo el Antiguo Régimen y había recibido de sus padres las tradiciones y sentimientos, atribuyó al nuevo régimen los sufrimientos que experimentaba y, sin querer volver a las instituciones que siempre había oído maldecir, concibió ideas de organización por la autoridad en armonía con sus hábitos de pensamiento. Entonces, la consciencia de cada individuo se convirtió, de alguna forma, en el teatro de una lucha entre las aspiraciones del nuevo régimen y los sentimientos del antiguo. De ahí la duda, las diferencias en las concepciones y el desorden moral del que todo el mundo sufre y se queja aún hoy».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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