La definición presidencial en la centroizquierda está cargada de una connotación especial que la hace no sólo distinta sino que también más compleja que las anteriores. Hasta ahora se observa una conjunción de factores que parecen ser más el reflejo de un cuadro de desorden y ansiedad más que de tranquilidad y templanza, como lo aconsejaría la incertidumbre sobre los resultados esperados de la elección presidencial futura, en el mejor de los casos o la mayor probabilidad -ceteris paribus- de triunfo de la derecha, en el peor de los casos. Nada muy alentador.
Desorden: cuando se requiere mayor disciplina y unidad resulta que surgen candidaturas como experimentos osados para testear la adhesión a planteamientos propios y autónomos que no alcanzan a representar una visión integral del país que se quiere construir y menos proyectos fundados en una institucionalidad política con tradición, arraigo y/o representación en el sistema chileno. Me parece que se necesita más que un grupo de amigos y algunos familiares que te quieran para ser candidato presidencial. Por lo menos, se podría exigir un mínimo de un 50% de conocimiento entre los ciudadanos y ciudadanas para levantar una candidatura de esta envergadura, como barrera de entrada para tan serio emprendimiento.
Ansiedad: cuando el escenario político está extremadamente voluble y se mueve a una velocidad vertiginosa (líquido, como se puso de moda decir, aunque muy pocos hayan leído a Zygmund Bauman) se insiste en apurar la definición del candidato presidencial sin antes haber resuelto las bases o ejes principales del programa de gobierno que se quiere llevar a cabo y tampoco la coalición que le dará sustento al mismo. De nuevo vale la pena recordar que en estas materias el orden de los factores sí altera el producto.
[cita tipo= «destaque»] Como se desprende del Informe del PNUD, lo político se complejiza cada vez más y las opciones presidenciales entre derecha y centroizquierda, aunque igual de válidas, siguen representando respuestas distintas frente a un país que cambió.[/cita]
Un ejemplo de esta volatilidad la encontramos en las filas de la derecha: mientras en la primera semana postmunicipal se consolidaba la designación del ex Presidente Piñera como la carta presidencial de Chile Vamos, a la semana siguiente se allanan a un acuerdo de primarias que a lo menos incluye al senador Ossandón. Esto último con el gentil auspicio del ex senador Carlos Larraín. Luego, a la semana siguiente, el ex Presidente Piñera se ve afectado por la compra de casi el 10% de una pesquera peruana, Exalmar, a través de su vehículo de inversión Bancard que estaba excluido del fideicomiso «ciego» que había suscrito una vez asumida la Presidencia de la República, abriéndose así no solo el frente de competencia sino que también su dañada reputación en el manejo de sus negocios y la debida separación con los asuntos políticos y públicos.
En el campo de la centroizquierda, los desafíos inmediatos están en saber superar las afecciones anteriormente señaladas, ello no solo como una condición necesaria para garantizar los mínimos de una buena opción presidencial sino también para mejorar la probabilidad de éxito de la misma.
Ello, a lo menos, por dos razones.
Primera, en la próxima elección presidencial seguirá presente la disyuntiva para que los electores opten por una oferta de futuro que apueste, principalmente, a la recuperación del crecimiento económico por la vía de activar el piloto automático que se beneficie de una posible recuperación del ciclo internacional de los commodities más una cuota de subsidio a través de un mejoramiento del clima de negocios por el lado empresarial, es decir, la opción de la derecha, por un lado, o bien, por un programa de gobierno que asuma que las dificultades que enfrenta y seguirá enfrentando el país para dar el salto al desarrollo exigirán de un conjunto de reformas políticas, sociales y económicas de una envergadura y complejidad similar a las impulsadas por el actual gobierno, claro está que tomando esta vez las precauciones para que las mismas se implementen con un diseño técnico y político de mayor calidad. Es evidente que la convicción para este impulso reformador sigue estando del lado de la centroizquierda.
Segunda, los contenidos de la plataforma programática que se presenten a los electores deberán dar cuenta de un país cuya sociedad migró desde la explosión de las expectativas, muy propio de los países que se encuentran en la fase de los ingresos medios, hacia una ciudadanía que manifiesta un alto grado de descontento y desconfianza hacia sus elites y el sistema político en su conjunto.
Al respecto, el Informe de Desarrollo Humano en Chile del PNUD, 2015, titulado Los tiempos de la politización, nos entrega luces acerca de la complejidad creciente que tiene y tendrá gobernar Chile. Así es, en un plano más general este Informe nos alerta sobre la necesidad de tomar posición sobre la valoración del presente como una amenaza para el progreso versus como una oportunidad histórica; sobre el tratamiento del futuro como una respuesta fundada en la inmediatez o en una construcción de largo plazo. Todo ello, en un contexto en donde el mismo Informe nos muestra que mientras en el 2004 el 61% consideraba que las soluciones necesitan tiempo, en el 2013 el 61% considera que hay que actuar rápido porque los cambios no pueden esperar.
Esta complejidad está dada no solo por la demanda de urgencia de los cambios sino también en la exigencia de profundidad de estos. La Encuesta de Desarrollo Humano 2013, nos muestra que el 81%, 79% y 77% demanda cambios profundos en sistema de pensiones, sistema previsional de salud y financiamiento de la educación, respectivamente, por nombrar solo tres materias de políticas públicas de suyo complejas.
En un plano complementario, la Encuesta Bicentenario da cuenta de un cambio de tendencia en la última década en lo referente a una posición más favorable hacia el rol del Estado. Así es, mientras en el 2006 un 43% consideraba que cada persona debería preocuparse y responsabilizarse por su propio bienestar y el 25% estimaba que era responsabilidad del Estado , en el 2016 solo el 35% se inclinaba por la primera visión y el 35% por la segunda; en el 2012 un 43% pensaba que la ayuda del Estado debe destinarse sólo a los más pobres y vulnerables y el 30% elegía la opción todos los ciudadanos deben recibir la misma ayuda del Estado, en el 2016 los primeros caen a un 32% y los segundos suben a un 42%.
Esta mayor valoración del Estado, se produce en un marco en donde la misma Encuesta nos muestra que el 56% de las personas estima que lo mejor para el país es que haya igualdad social y una distribución de los ingresos más equitativa y el 16% elige que lo mejor para el país es que haya crecimiento económico alto y sostenido.
En conclusión y como se desprende del Informe del PNUD, lo político se complejiza cada vez más y las opciones presidenciales entre derecha y centroizquierda, aunque igual de válidas, siguen representando respuestas distintas frente a un país que cambió. Por lo mismo, la manera en que la centroizquierda elija su candidato presidencial exigirá subir la vara en los atributos de este más allá del sentido común que posea, simpatía o carisma para relevar, esta vez, sus competencias y conocimiento para entender, responder y gestionar los desafíos que se vienen por delante…y como estos últimos no lo miden las encuestas, se necesitará una dosis alta de sentido de responsabilidad y seriedad para tomar la mejor decisión.