Van a pasar años y, probablemente, nunca se llegue a un relativo entendimiento compartido sobre el legado de Fidel Castro y la revolución cubana. El discurso de los adherentes incondicionales y de los “anticastristas furiosos” es diametralmente opuesto e irreconciliable. Hay sí un grupo de académicos y analistas serios que intentan rescatar las “luces y sombras” de este proceso, y también de reconocer algo innegable: Fidel Castro fue uno de los grandes líderes mundiales del siglo XX, independientemente de las afinidades ideológicas que se pueda tener con alguien que gobernó un país con mano férrea durante 57 años.
Ya es un logro notable haber sobrevivido a 90 millas de la primera potencia mundial y principal adversario, que intentó por todos los medios un cambio de régimen que nunca prosperó, y así en el curso de este tiempo histórico Fidel jubiló a nueve Presidentes norteamericanos sin que estos hayan podido, en lo más mínimo, desestabilizar el control que el liderazgo castrista ha mantenido sobre el país desde la toma del poder en 1959.
Algunos adjudican esto a que hay dictadura, pero se trata de una explicación simplista y superficial. Casi todos los otros regímenes socialistas colapsaron cuando se desintegró la Unión Soviética, ¿por qué Cuba no, en circunstancias que las privaciones económicas fueron dramáticas a comienzos de los 90? (recordar al columnista del Miami Herald y El Mercurio, Andrés Oppenheimer, que en 1990 escribió “La Hora Final de Castro”). Más sofisticado y conocedor de la isla, porque viajó y compartió con la población local, el profesor de Harvard Jorge Domínguez explicó, en su momento, que la diferencia era que Fidel tenía auténtico respaldo popular, y el sistema una “doble válvula de escape”: los más desafectos se iban al exilio, y a nivel local hay, además de control político, participación y espacio para todas las críticas, con la excepción, por cierto, del Comandante en Jefe.
Pero además, el proceso cubano fue una auténtica revolución nacional y popular, muy distinto a lo que sucedió con los regímenes de Europa del Este. Ahora, tal vez algo sin precedente, es cómo un país de las dimensiones de Cuba llegó a tener un protagonismo y alcance global, que hizo de Fidel uno de los grandes líderes de la política mundial durante la Guerra Fría.
La verdad es que este siempre pensó que la revolución era parte de un proceso de liberación más global y, aprovechando la asistencia soviética, potenció las capacidades de Cuba para actuar en diversos continentes y establecer vínculos con otros movimientos revolucionarios y de liberación alrededor del planeta. Haber presidido el movimiento de países No Alineados a fines de los setenta, el papel de Cuba en el conflicto centroamericano y el respaldo a los sandinistas en Nicaragua en su enfrentamiento con Estados Unidos o el involucramiento en las guerras de liberación en África, son algunos ejemplos de lo anterior. Esto llevó a un analista a decir que Cuba es un país pequeño con una política exterior de “gran potencia”.
Lo cierto es que las derrotas de los regímenes coloniales, de fuerzas contrarrevolucionarias, y del apartheid sudafricano, no habría sido posible en esos momentos sin la estratégica participación de Cuba. De aquí que, hasta el día de hoy, los líderes del África Austral consideren a Fidel –y a Cuba– como otro verdadero “hermano africano”. Por cierto, la cantidad de afrodescendientes en Cuba, y los miles de profesionales cubanos que colaboran en estos países, permitió también cimentar estos vínculos.
En este sentido, la política de cooperación al desarrollo que tiene Cuba es sin precedentes para un país de esas dimensiones, ya que, además, miles de estudiantes de países en desarrollo estudian gratuitamente en este país. Esto le permite a Cuba, aún hoy, tener una red de apoyos importantes, sobre todo en foros internacionales.
[cita tipo= «destaque»]La verdad es que la Cuba de Fidel supo en ese período extraer, en una relación claramente asimétrica, grandes concesiones del régimen soviético. Y es que, al final, Fidel fue, más allá del discurso marxista-leninista (necesario para asegurar el apoyo soviético), sobre todo un ferviente nacionalista con vocación de transformación revolucionaria y, en el ámbito internacional al menos, sus logros ya lo instalaron en la historia como uno de los grandes líderes del siglo XX.[/cita]
Ahora, lo interesante es que en el período de mayor activismo internacional de Cuba (1965-1989) muchas de las iniciativas emprendidas a nivel internacional, Fidel las hizo sin el consentimiento explícito de los soviéticos. El caso más emblemático fue cuando desplazó miles de tropas a Angola para defender al gobierno, y posteriormente les avisó y exigió a los soviéticos ayudar a esta “causa revolucionaria”, en momentos en que la URSS no quería nuevos compromisos que implicasen más desembolsos de recursos y tensiones adicionales con Estados Unidos en áreas que no eran vitales para sus intereses.
Las políticas de Cuba y la URSS eran entonces, muchas veces, coincidentes, pero Cuba tenía mayor autonomía de lo que algunos análisis superficiales en ocasiones han señalado.
La verdad es que la Cuba de Fidel supo en ese período extraer, en una relación claramente asimétrica, grandes concesiones del régimen soviético. Y es que, al final, Fidel fue, más allá del discurso marxista-leninista (necesario para asegurar el apoyo soviético), sobre todo un ferviente nacionalista con vocación de transformación revolucionaria y, en el ámbito internacional al menos, sus logros ya lo instalaron en la historia como uno de los grandes líderes del siglo XX.