Publicidad

Anita Román y Universidad de los Andes: la paradoja de la neutralidad ideológica

Publicidad
Cristóbal Aguilera Medina
Por : Cristóbal Aguilera Medina Abogado, Universidad de Los Andes
Ver Más


En una entrevista publicada hace unos días, Anita Román –presidenta del Colegio de Matronas de Chile– manifestó su preocupación por la enseñanza religiosa que la Universidad de los Andes procura entregar a sus alumnos en la carrera de obstetricia. Su argumento es el siguiente: la Universidad, al tener una inspiración marcada en el Opus Dei, deja de profundizar en ciertos temas que ella considera que son claves, sobre todo lo relacionado con la salud sexual y reproductiva de la mujer. Para que nadie lo dude, Román termina la entrevista aclarando que no tiene nada contra la religión. El problema –dice– es que, si las creencias influyen en la formación profesional, afectan la “transversalidad” e “integralidad” del conocimiento.

La entrevista toca temas sumamente complejos y que son, a la vez, tremendamente relevantes en nuestra discusión pública actual. La postura ideológica de la entrevistada, además, se funda en una visión de la sociedad que hoy goza de gran prestigio en nuestro país, y que, por lo mismo, vale la pena analizar con detenimiento.

Un primer tema dice relación con la pretendida neutralidad ideológica como criterio en virtud del cual se quiere educar en las universidades –y, en general, en cualquier institución de educación–. Román afirma, a este respecto, que negarse a enseñar la salud sexual y reproductiva desde cierta perspectiva sería un atentado contra este principio fundamental. La pregunta que inmediatamente surge, sin embargo, es si acaso enseñarla desde esa perspectiva –y criticar a quienes no lo hacen– no sería también algo “no neutral”. La pregunta es relevante, porque la forma de abordar la salud sexual y reproductiva que propicia Román es, precisamente, moralmente controvertida.

A nadie es posible engañar en esto: para una gran parte de la academia y casi la totalidad de los organismos internacionales de derechos humanos, hablar de salud sexual y reproductiva es hablar de aborto, anticonceptivos y fertilización in vitro, temas en los que la Iglesia Católica –y, lógicamente, el Opus Dei– tiene una postura clara. Por eso llama la atención la liviandad con que la dirigenta del Colegio de Matronas toca esta cuestión: si de verdad creyera en aquella neutralidad, lo primero que debe saber es que ella no habla desde una postura imparcial. Sus premisas son filosóficamente discutidas, y un mínimo de sinceridad intelectual exige asumir esto.

Uno podría decir, entonces, que lo que en realidad quiere Román, no es que la Universidad de los Andes ahora imparta sus ramos y arme su malla curricular desde la neutralidad; a lo que se aspira es que abandone su ideario institucional y comience a enseñar desde otra postura ideológica: la suya. Puede que piense que esto es lo mejor para la obstetricia en Chile y que, si nuestro país quiere avanzar en esta materia, es fundamental que no sea la inspiración católica la que se transmita en las aulas universitarias. Sin embargo, es impresentable que no lo diga con todas sus letras, y que intente pasar por contrabando su ideología, a través de la retórica de la neutralidad. En todo caso, Román debe saber que con esto pasa a llevar una libertad fundamental de toda sociedad: la libertad de enseñanza. Quizá ella no crea en esta libertad, pero –de nuevo– debe afirmarlo a cara descubierta.

Un segundo tema que se asoma en la entrevista, tiene que ver con la forma en que la sociedad moderna se aproxima a la religión. Román lo describe magistralmente: “Uno respeta la religión que cada uno profesa, pero creemos que en el caso de la formación profesional no debe haber matices de este tipo. Nos preocupa la atención de la mujer integralmente, sin importar su pensamiento o creencia». ¿Qué quiere decir Román con esto? Básicamente, que la religión está bien como fenómeno social, en la medida en que no atente contra ciertas premisas ideológicas que, en este caso, están representadas por los aspectos que nombramos de la salud sexual reproductiva. Es decir, la diversidad ideológica tiene un límite claro, y a nadie –tampoco a la religión– le está permitido traspasarlo.

[cita tipo= «destaque»]Lo que me interesa subrayar, es que las ideas que sostienen la opinión de Román –y la mayoría de las consignas progresistas como la “autonomía de la mujer”, la “diversidad sexual”, “la no discriminación”, entre otras– son, en su raíz, intolerantes.[/cita]

Esto es lo que Nicholas Kristof llama el “punto ciego liberal”[1] y que Andrés Cárdenas analiza con bastante lucidez en otra columna publicada por estos días. La paradoja es notable: la piedra de tope del pensamiento liberal-progresista –por llamarlo de algún modo– es la exclusión de otras corrientes de pensamiento, impidiendo su libre despliegue, por ejemplo, en las universidades. Esto se manifiesta con mayor claridad en la retórica de quienes se dicen defensores de la diversidad y la no discriminación. Como decía en una oportunidad Benedicto XVI, subyace bajo la idea de la no discriminación la intención de imponer al resto de la sociedad ciertos parámetros o categorías de pensamiento, excluyendo, de esta manera, otras corrientes de ideas.

En este sentido, cuando Román afirma que respeta la religión, quiere decir que no le molesta que las personas vayan a misa, recen en sus piezas a puertas cerradas o confiesen sus pecados. Pero lo que sí le molesta es que desde la religión se haga un contrapunto a sus planteamientos ideológicos (en rigor, lo que le fastidia es que contradigan estos presupuestos ideológicos que se predican como indiscutibles).

El problema es que esto es mucho más complejo de lo que a primera vista se puede advertir, porque aceptar la religión sin sus principios y dogmas, equivale a no aceptar la religión. El ejemplo más claro de esto es la sonrisa que provoca Felipe Berríos entre los promotores del aborto cada vez que aparece apoyando esta iniciativa. Para ellos, Berríos es un ejemplo de sacerdote en cuanto pudo “desprenderse” de los principios morales de la Iglesia y apoyar, así, el aborto[2]. Pero es bastante cuestionable que, cuando se manifiesta a favor del aborto, lo haga desde la neutralidad (más cuestionable todavía es que lo haga desde la religión católica y no desde otras creencias).

No es fácil describir estos fenómenos. Pero lo que me interesa subrayar es que las ideas que sostienen la opinión de Román –y la mayoría de las consignas progresistas como la “autonomía de la mujer”, la “diversidad sexual”, “la no discriminación”, entre otras– son, en su raíz, intolerantes. Son intolerantes en el sentido que niegan siquiera la posibilidad de que alguien pueda pensar distinto. Por lo mismo, quienes las promueven o defienden no están dispuestos a discutir, porque deliberar no está dentro de sus objetivos.

Su discurso –y bien lo sabe quien haya debatido con organizaciones a favor del aborto o del matrimonio homosexual– es un ejemplo paradigmático de un discurso maniqueo: o estás conmigo o eres un discriminador; o crees en la libertad de la mujer para abortar o eres un machista opresor.

No pretendo, por supuesto, que abandonen sus posturas. Entiendo que detrás de ellas existe un ánimo liberador. Pero esto los debe llevar a asumir que, cuando procuran que la Universidad de los Andes deje de inspirarse en el Opus Dei a la hora de enseñar en sus salas de clases, terminan por representar –de manera mucho más radical– el papel que precisamente criticaban.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias