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Aborto: el sillón de don Otto

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Yasmin Gray
Por : Yasmin Gray Abogada, Universidad del Desarrollo
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Se supone que a estas alturas todos sabemos en qué consiste el chiste de don Otto y el sillón: don Otto es un hombre que, llegando a su casa, sorprende a su mujer siéndole infiel en el sillón del living. Frente a ello, su reacción es deshacerse del sillón para que su mujer no pueda seguir engañándolo.

La ingenuidad con que don Otto cree que sin un sillón en el living su pareja no volverá a tener un amante, es muy similar a la de quienes creen que despenalizar el aborto significará un avance importante en el bienestar y derechos de las mujeres. Es más, lo presentan como un símbolo de “liberación” cuando en realidad es más bien lo contrario.

El aborto se presenta frecuentemente como solución a situaciones de violencia que vive la mujer, especialmente cuando se trata de embarazos producidos por relaciones sexuales forzadas. Pero no hay nada que nos garantice que practicado ese aborto, dichas mujeres y niñas no volverán a ser violentadas ya sea sexual, emocional o patrimonialmente. De hecho, no son pocos los que manifestando estar de acuerdo con el aborto en caso de violación, al mismo tiempo mantienen una actitud inquisidora hacia las víctimas de este delito, estigmatizándolas y responsabilizándolas de lo que vivieron en base a factores como su forma de vestir, el consumo de alcohol o drogas, haberse rodeado de personas desconocidas o cualquier otra circunstancia que a sus ojos pudo haber sido la “causa” del ataque que sufrieron. Quienes actúan de esta manera son parte del problema, y no de la solución, al concebir la eliminación del producto de la agresión como la forma de borrar ésta, pero a la vez avalar una cultura que permite que hechos tan funestos sigan ocurriendo.

[cita tipo=»destaque»]La despenalización del aborto no significará más que un maquillaje de la peor calidad a las injusticias que están enquistadas en nuestro entorno, respecto de las cuales se han visto muy pocos esfuerzos reales por cambiar.[/cita]

Lo mismo sucede cuando se trata de abortos por malformaciones del feto en gestación: deshacerse del ser humano “defectuoso” parece más fácil que impulsar cambios en miras a la adecuada integración en la sociedad de las personas con discapacidades. Y para qué hablar de la idea de que con el aborto supuestamente habría menos niños abandonados sufriendo en el SENAME, la cual no sólo promueve la discriminación de personas y la negación de su dignidad en base a su origen y circunstancias de vida, sino que además es una renuncia expresa a hacerse cargo de los problemas que enfrenta hoy en día el tratamiento a la infancia en situación de riesgo. Es decir, podemos eliminar niños, pero no hagamos nada por evitar y reparar los daños a los que se exponen cuando sus derechos son vulnerados, porque esto es más caro, más difícil y requiere un tremendo compromiso ético, profesional y político que muchos, por comodidad o intereses personales, simplemente no quieren asumir.

La despenalización del aborto no significará más que un maquillaje de la peor calidad a las injusticias que están enquistadas en nuestro entorno, respecto de las cuales se han visto muy pocos esfuerzos reales por cambiar. Todo seguirá igual de mal, sólo que se agregará la falsa ilusión de preocupación por la dignidad humana, en circunstancias de que ésta se sigue negando y relativizando, pero de ahora en delante de forma legal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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