Cientos de trabajadores y trabajadoras de la construcción repletando un enorme gimnasio. De pronto uno suelta el mate, toma el micrófono, nos mira y dice “estos compañeros y compañeras están movilizando, en su país, a miles de estudiantes para conseguir algo que aquí está ya consagrado. Démosles un aplauso de fuerza por el trabajo que les toca hacer y sepan que tienen todo nuestro apoyo”. El gimnasio aplaudió fuerte y firme, y nuestras caras sólo miraban con admiración ese estadio repleto de los dirigentes de los sindicatos de la construcción del Uruguay. Cuánto aprendimos esa tarde, el par de militantes de Revolución Democrática y del PC de Chile que fuimos invitados para dialogar y encontrarnos.
Los sindicalistas, con la elocuencia de quien carga muchas luchas en el cuerpo, nos decían que lo que estamos haciendo en Chile lo estaban observando nuestros hermanos sudamericanos. Esos de la patria grande, esos que recibieron a los que fueron exiliados, esos con los que Allende hablaba todas las semanas para pensar cómo construir un camino próspero hacia una nueva sociedad democrática. Ellos y ellas nos observaban no porque seamos un ejemplo; nos están observando porque saben que lo que sucede en Chile determinará también lo que pueda suceder en Uruguay. Que lo que pasa en Brasil determina lo que pasa en Argentina y Bolivia. Que los movimientos de Venezuela impactan a Colombia y Ecuador. Que hemos sido parte, siempre, de las mismas tragedias y, sobre todo, de las mismas esperanzas.
[cita tipo=»destaque»]Las injusticias y desigualdades no tienen fronteras, y tampoco las debiesen tener nuestros sueños. El Frente Amplio tiene el desafío de no marginarse y ampliar su mirada por encima de la cordillera. Porque ya es hora que se acabe la estrecha época del aislamiento y comencemos a pensar que Chile necesita de los otros países para superar sus miserias, tanto como ellos nos necesitan a nosotros[/cita]
El Frente Amplio que hoy nació en Chile tiene la inevitable tarea de mirar fuera de Chile si quiere triunfar en su proyecto político y social. Pensar que podemos hacer cambios grandes -que vayan a contrapelo de los países más poderosos- y no contar con ayuda para hacerlo, es hipotecar nuestra alternativa y entregársela a quienes ya la han tenido por mucho tiempo.
Y aunque hoy en nuestro continente resuenan los tristes nombres de Trump, Temer, Macri y tantos otros que quieren mantener las reglas actuales, sí estamos en un momento en que podemos unirnos y prepararnos para cuando nos toque concretar el desafío de cambiar la realidad. Tanto en Uruguay como en Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil, México o Colombia nos están mirando. Y nosotros debiésemos mirarlos a ellos y tender una mano desde la gestación del Frente Amplio hacia el resto del continente, con la creación, por ejemplo, de una secretaría internacional; para que juntos, de la mano, estableciendo vínculos, amistades y trabajo común, generemos países preocupados por el bienestar de todas y todos los que nos rodean. Propiciando además intercambios concretos de experiencias, como aquella con el sindicalismo en Montevideo o como aquella que hace pocas semanas tuvieron Gabriel y Giorgio en España, y una mirada internacionalista tanto de nuestros problemas como de sus soluciones.
Las injusticias y desigualdades no tienen fronteras, y tampoco las debiesen tener nuestros sueños. El Frente Amplio tiene el desafío de no marginarse y ampliar su mirada por encima de la cordillera. Porque ya es hora que se acabe la estrecha época del aislamiento y comencemos a pensar que Chile necesita de los otros países para superar sus miserias, tanto como ellos nos necesitan a nosotros. No avancemos solos, que el desafío es grande y la carrera larga. Pensemos en grande un Frente Amplio para toda Latinoamérica.