En apenas 48 horas, la Sala de la Cámara de Diputados no pudo sesionar por falta de cuórum. ¿Se imagina que el lugar de trabajo al que usted o yo asistimos a diario debiera cerrarse porque no se presentaron suficientes empleados como para permitir su mínimo funcionamiento? ¿Qué pasaría con esos trabajadores? La respuesta es obvia para la gente común y corriente.
Pareciera que nuestros diputados hubiesen hecho un pacto transversal para terminar de destruir la pobre imagen y reputación del Congreso Nacional. En la última encuesta de Adimark –diciembre 2016–, el Senado es evaluado con un 12% de aprobación y la Cámara obtiene apenas un 10%. Las erráticas conductas de los honorables, en estas últimas semanas, parecen pronosticar que estas cifras pronto bajarán de los dos dígitos.
Vamos a los hechos. A partir del 1 de enero, diputados y senadores comenzaron a recibir un 3% de reajuste para financiar sus gastos operacionales, como arriendo de oficinas, cuentas telefónicas, alojamiento, combustible, entre otros. La medida se aprobó de manera simple y rápida por el Consejo Resolutivo de Asignaciones Parlamentarias. Sin discusión, ni declaraciones y, menos, disputas. Resolución unánime. Esto contrasta fuertemente con el paro y movilizaciones sostenidos por los Empleados Públicos, durante cuatro semanas, para lograr un aumento en sus salarios de 3.2%.
El reajuste exprés de los parlamentarios no hace más que reforzar la visión de desigualdad que se palpita a diario entre los ciudadanos, pero –lo que es peor– deja una preocupante duda respecto de que esto, más bien, se trató de una hábil y poco transparente estrategia para burlar el acuerdo que congeló los salarios de aquellos cargos públicos con ingresos por sobre los 4.4M$. Además, la pregunta inmediata que surge es cómo el Congreso va a poder mantener el compromiso de no alterar su presupuesto, pese a la llegada de 47 nuevos parlamentarios. De seguro, en los próximos años darán la batalla por un aumento.
En segundo lugar, está la dura defensa de los diputados –a diferencia de los senadores– por mantener un odioso privilegio para la elección de los futuros Intendentes, que en realidad se llamarán Gobernadores Regionales. En términos simples, pretenden conservar el escaño y salario mientras sean candidatos, lo que hoy no rige para aquellos congresistas que aspiren a la Presidencia. Los parlamentarios, incluso, rechazaron la propuesta del Ejecutivo de que se les otorgara un permiso Constitucional para dejar el cargo por tres meses. Para salir del impasse, el Gobierno pretende, ahora, que puedan competir con esta ventaja solo para las elecciones de 2017. Triunfo honorable.
[cita tipo= «destaque»]El Parlamento que será elegido en noviembre representa una esperanza de cambio. El nuevo sistema electoral permitirá el ingreso de nuevos rostros y mayor diversidad. Para lo que resta del año, esperamos que los diputados y senadores actuales tengan la posibilidad de preguntarse por qué esta institución es la peor evaluada del país. Al menos, tienen un mes completo de vacaciones para reflexionar. Suerte la de ellos.[/cita]
El tercer evento podría quedar registrado en los récords Guinness. En apenas 48 horas, la Sala de la Cámara de Diputados no pudo sesionar por falta de cuórum. ¿Se imagina que el lugar de trabajo al que usted o yo asistimos a diario debiera cerrarse porque no se presentaron suficientes empleados como para permitir su mínimo funcionamiento? ¿Qué pasaría con esos trabajadores? La respuesta es obvia para la gente común y corriente.
Pero lo peor del bochorno cuórum es que estos eventos se hayan repetido en menos de una semana. Por lo visto, en la Cámara las advertencias y los llamados a cumplir con las obligaciones, realizados por el presidente de la Corporación, no surtieron efecto alguno. Tal vez, porque el propio Andrade no estuvo presente en la primera sesión que fracasó por baja asistencia. La amenaza de descuento –apenas un 1% de las remuneraciones– tampoco parece actuar como desincentivo a faltar al trabajo.
Más allá de los aspectos formales, sorprende el mal manejo comunicacional de este organismo público en situaciones complejas. Considerando que todas las antenas –medios, redes, ciudadanos– estarían puestas en la cantidad de diputados que se presentarían en los días siguientes, hubiese sido esperable una recomendación que advirtiera del riesgo. También uno supondría que el presidente de la Cámara ha sido entrenado en manejo de crisis, de manera de mostrar un tono adecuado y plantear un relato que se haga cargo del problema. Las excusas acá no valen, más aun considerando la mala evaluación pública del Parlamento.
En el primer episodio, Andrade se preocupó de justificar su propia inasistencia. Dos días después, el socialista saldría a explicar que hubo un error de “conteo”, señalando que también debió sumarse a quienes estaban participando en paralelo –¿no será posible una mejor distribución de actividades? – en comisiones. En el caso de quienes analizaban la situación de Arcis, estaban presentes solo 8 de sus 13 integrantes. Pero el error principal consistió en bajarle el perfil al problema e intentar pasar inadvertidos. El área de comunicaciones emitió un mensaje en que destacaba los positivos resultados de la jornada, pero, claro, nada decía acerca de que la sesión se había suspendido y luego reanudado, cuando lograron acarrear a un par de parlamentarios. Como era esperable, los medios estaban atentos y no dejaron pasar la “omisión”.
En 2015, el Parlamento realizó una inédita cuenta pública. El mismo año se encargó una asesoría que incluía un diagnóstico y la elaboración de una estrategia comunicacional que permitiera “gestionar la imagen y posicionamiento del Senado y la Cámara en un contexto ciudadano adverso y de desconfianza”. El 2016 se conoció el manual de crisis que fue repartido a todos los representantes de la ciudadanía. Esfuerzos inútiles si no existe un cambio de fondo de quienes ostentan estos cargos. Las comunicaciones son solo un complemento, una ayuda para explicar de mejor forma una idea. Nada más que eso.
Creo que, mientras no exista conciencia del daño en la imagen, se seguirán cometiendo estos graves errores. El Parlamento que será elegido en noviembre representa una esperanza de cambio. El nuevo sistema electoral permitirá el ingreso de nuevos rostros y mayor diversidad. Para lo que resta del año, esperamos que los diputados y senadores actuales tengan la posibilidad de preguntarse por qué esta institución es la peor evaluada del país. Al menos, tienen un mes completo de vacaciones para reflexionar. Suerte la de ellos.