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La Era Trump: ¿el suicidio de la democracia en EE.UU. o una oportunidad para (re)valorarlos?

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José Manuel Larraguibel
Por : José Manuel Larraguibel Licenciado en historia y miembro del CEAP-UDP
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Ha comenzado la Era Trump. Un periodo que probablemente estará cargado de polémicas, decepciones, acciones mediáticas y demasiadas tensiones entre la “excéntrica” forma de gobernar del nuevo mandatario de Estados Unidos y sus opositores dentro de la sociedad civil. En resumen, será un Gobierno muy difícil de gestionar.

Ahora bien, si se toma en consideración un artículo de análisis del periodista Luis Prados, a el diario español El País, bajo el título “El suicidio de la democracia”, publicado en noviembre de 2016, el autor no deja de tener razón en afirmar que el triunfo y recién iniciado Gobierno de Donald Trump como el 45.° Presidente de los Estados Unidos significa un fuerte rechazo a la tradición política e institucional de la nación, forjada hace más de doscientos años, tras su guerra de Independencia, por los Padres de la Patria, cuyo fin era asegurar que el nuevo país no caería en manos de una autoridad autocrática y demagógica.

Esto es porque Trump representaría absolutamente lo contrario a esa tradición política e institucional; al igual que a los valores esenciales de la democracia. En otras palabras, el nuevo presidente sigue un patrón semejante a los personeros de la extrema derecha que está arrasando en Europa, en respuesta contra la masiva ola de inmigrantes, por ejemplo los pertenecientes a partidos como “Alternativa para Alemania” y el francés “Frente Nacional”, presidido por Marine Le Pen, entre otros.

La comparación se debe a sus exacerbadas actitudes, comentarios y discursos de odio y prejuicio contra los musulmanes, los afroamericanos, los latinos, los homosexuales y los inmigrantes, sobre todo los ilegales, que residen en el país norteamericano. También está su comportamiento aparentemente inestable, emocional e irracional, que se contradice con la forma de hacer y gestionar la política y los asuntos de Estado, utilizando un criterio provocativo que despierta el apetito emocional en la gente en contra del sistema y del statu quo, pero de manera muy sesgada y dicotómica, como por ejemplo, pretender construir un muro que separe a los Estados Unidos de México para que, finalmente, sea este último el que deba pagar los costos de una iniciativa que no es suya; o que afirme que el cambio climático no es real y que solo es “un invento de los chinos para lograr que la industria norteamericana dejara de ser competitiva”; lo que apuntaría a que Trump pretende romper con los compromisos que la nación tiene en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

[cita tipo=»destaque»]Si bien Trump representa al conservador Partido Republicano, el cual cuenta con mayoría en ambas cámaras del Congreso Nacional estadounidense, no hay probabilidad de una cohesión unánime; vale decir, no todos sus militantes ven con buenos ojos al nuevo presidente, debido a su inestabilidad emocional, sus discursos provocativos, su rechazo al libre comercio neoliberal y globalizado, y su tendencia al proteccionismo. Por lo tanto, la figura de Trump produce una división interna dentro de sus partidarios[/cita]

Pero lo más importante, es que Trump se presenta como el “mesías” y la esperanza de los votantes descontentos con las falencias del neoliberalismo y la globalización, cuyos impactos negativos afectaron a mucha gente de la clase media, para así hacer que los Estados Unidos recuperase su “grandeza”; lo cual coincide con la percepción que la generación alemana de la década de 1930 tuvo de Adolf Hitler frente a la grave crisis que el país germánico vivió como efecto de las sanciones del Tratado de Versalles, tras el fin de la Primera Guerra Mundial y las secuelas económicas de la Gran Depresión de 1929.

Sí el presidente Trump contrariara al valioso legado de los Padres de la Patria estadounidense, se podría repetir la misma acción que cometió el líder nazi al asumir el poder como Canciller de Alemania en 1933, tras ganar las elecciones generales y “democráticas”; vale decir, desmantelar y destruir la institucionalidad creada con la Constitución de Weimar en 1919 para crear una nueva, forjada en el autoritarismo, la demagogia y el totalitarismo, cuyas desastrosas consecuencias llevaron a la nación germánica a la Segunda Guerra Mundial.

En todo caso, la Constitución de Weimar no tuvo apoyo popular porque no logró responder a los desafíos del país durante la década de 1920 al 30, por lo que su institucionalidad fue fácilmente desmantelada por Hitler con el apoyo de quienes votaron por él. Sin embargo, la Constitución de Estados Unidos, sancionada en 1787, cuenta con precedentes y mecanismos difíciles de desmantelar ante cualquier intento de un gobernante con dotes de autoritario, que pretenda imponerse sobre la tradición institucional. Por alguna razón la Constitución cuenta con más de 200 años sin sufrir ninguna modificación. Además, la Carta Fundamental fue redactada bajo el acuerdo, la voluntad y la participación del pueblo estadounidense (en aquella época conformado por burgueses, terratenientes, comerciantes y trabajadores) en su afán de ser una nación libre.

Además, si bien Trump representa al conservador Partido Republicano, el cual cuenta con mayoría en ambas cámaras del Congreso Nacional estadounidense, no hay probabilidad de una cohesión unánime; vale decir, no todos sus militantes ven con buenos ojos al nuevo presidente, debido a su inestabilidad emocional, sus discursos provocativos, su rechazo al libre comercio neoliberal y globalizado, y su tendencia al proteccionismo. Por lo tanto, la figura de Trump produce una división interna dentro de sus partidarios.

¿Cuál será el futuro de los Estados Unidos con la Era Trump? A decir verdad, hay más preguntas que respuestas, al igual que demasiada incertidumbre. Sin embargo, una cosa es segura: sean cuales sean sus consecuencias, una vez efectuadas, y como lo dijo el ex Secretario de Estado, Henry Kissinger, serán juzgadas por la opinión pública y por la historia según la sabiduría con que se haya enfrentado a las circunstancias. Si comete errores, estos pueden ser difíciles de reparar. Por ejemplo, el nuevo Presidente decretó la revocación del programa médico de su antecesor, el Obamacare; lo mismo pretende hacer con políticas implementadas hace poco tiempo, como el matrimonio igualitario e importantes acuerdos en torno a la lucha contra el cambio climático.

No obstante, nunca se sabe si el sucesor de Trump puede volver a implementar determinadas medidas; después de todo, así funciona la alternancia en el poder. Por lo tanto, la ciudadanía tendrá que tener los ojos bien abiertos para leer los pasos del nuevo mandatario. Ellos lo juzgarán, reflexionarán y sacarán sus propias conclusiones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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