Durante años explicábamos a nuestros alumnos que, sorprendentemente, Marx instalaba en las “fuerzas productivas”, la mano de obra, la materia prima y el recurso tecnológico, mientras que, en las “relaciones de producción”, la manera en que estas fuerzas se organizaban. Organización que, a su juicio, obedecía de manera central al “derecho de propiedad privada de los bienes de producción”. Esto constituía la “Base Económica”, que determinaba de manera unívoca, el devenir de la “Superestructura”, o el modo de producción y/o tipo de sociedad en cuestión.
Según Marx, el salto a la Superestructura se producía cuando las “fuerzas productivas” se desarrollaban mucho más que las “relaciones de producción”, haciendo que estas últimas se convirtieran en un obstáculo para las primeras. Era la re-traducción de la dialéctica hegeliana que Marx aplicaba al devenir de la historia y que lo conducía a prever el salto final del capitalismo a la sociedad desalienada y el comunismo. Una construcción “predictiva” realmente sorprendente.
Sin embargo, en su modelo determinista hay algo llamativo: la ciencia se sitúa en la Superestructura, haciendo, inexplicablemente, que ésta aparezca de contrabando (como tecnología) tanto en la “Base económica” como en la Superestructura, generando una confusión entre causa y efecto… ¿Olvidó acaso Marx que la tecnología es “un producto” del conocimiento y la ciencia?
¿Cómo un hombre inteligente y culto, hijo de la “Revolución Industrial”, cuya esencia estaba radicada en el conocimiento y desarrollo tecnológico, no pudo advertir que la dominación de unos sobre otros, no podía estar sustentada solo en el factor de la propiedad privada de los bienes de producción, base, incluso, para establecer la dicotomía de las clases sociales? ¿Cómo no advirtió el papel del conocimiento (información adquirida por la experiencia) en el fenómeno de dominación, a la manera como pocos años más tarde M. Weber lo sugeriría?
Si bien, el materialismo dialéctico en Marx pareció un intento original por explicar el traspaso de un modo de producción a otro (feudal, mercantil, capitalista), la contrastación de ese modelo con la moderna experiencia occidental y el avance de la ciencia, lo hizo insuficiente para comprender el fenómeno. Sin embargo, P. Mason (“PostCapitalismo”, Paidos Ibérica, 2016) nos descubre algo que ignorábamos.
Marx el año 1858 había escrito unos “Fragmentos sobre las máquinas”, salvados por Engels, comprados por la Unión Soviética y recién descubiertos y leídos por occidente hacia 1973, año de su traducción al inglés. Allí, Marx advertía sobre los efectos de la “naturaleza” del conocimiento, su carácter social acumulativo y el surgimiento de un “intelecto colectivo” que, quizás sin saberlo, auguraría serias dificultades para poder establecer el tipo de valor a asignar en los bienes que produciría, generando además, un nuevo tipo de hombre (el “ciudadano culto”), muy similar a la figura que un siglo más tarde delineaba el propio Peter Drucker, insinuando la configuración de un nuevo tipo de vida, aún enteramente impredecible. Desde luego, en esa línea, no era ya el proletariado el germen de autodestrucción del capitalismo.
¿Por qué Marx nunca ahondó nada de esto en su obra “El Capital”? Un misterio. Quizás no tenía opción, ya sea por desconocimiento de los fenómenos propios de la dinámica de ciertos sistemas, tales como los sistemas sociales complejos, o bien, aún ignorándolo, se impuso en él la intuición de ver derrumbada toda su obra predictiva y, con ello, la ilusión de todos quienes adherían a ella. Esto implicaba, incorporar una interpretación bastante más general y profunda, particularmente, si se desea aventurar el devenir de los sistemas. Desde luego, Marx nunca pudo prever nada de esto, ni sus herederos tampoco.
Sin embargo, pareciera que no solo Marx no tenía razón, sino que -al parecer- tampoco los defensores de las “bondades” de las fuerzas de “destrucción-creativa” del Capitalismo (Schumpeter) que lo harían incombustible por siempre. El Marxismo nunca advirtió que cualquier sistema social opera como “Sistema Complejo Adaptativo” y, que como tal, es un sistema abierto que interactúa con su entorno incorporando información en su organización a manera de un “software social” (aumentando su complejidad), lo que le permite su adaptación e innovación continua, aunque nunca eternamente. La mantención de su organización es sumamente costosa en un universo que espontáneamente se desordena, por eso, tarde o temprano, la organización que lo define desaparecerá, dando lugar a un sistema distinto. Sin embargo, es ese gradiente de desorden universal el que permite al sistema acumular información y expresar novedades. Esto, por cierto, atenta contra las esperanzas de cualquier sistema, sempiterno.
La acumulación de información, u orden, en el CAS es lo que engendra potencialidades, algunas útiles, otras inútiles, desde un punto de vista adaptativo, pero siempre, imposibles de ser anticipadas por la observación de los componentes del sistema de forma desagregada, sólo comprensibles desde una configuración más elevada, mirando al sistema como un todo. Una mirada aceptada recién ya entrado el Siglo XX en la Mecánica Estadística pero muy lejos de ser internalizada cuando el análisis significa tratar con “nosotros”, los seres humanos. Pareciera que aún “duele” dejar de lado los sofisticados atributos humanos para entender el comportamiento del sistema que conformamos.
[cita tipo=»destaque»]Es precisamente este nuevo paradigma el que sugiere que lo que realmente observamos hoy en día, respecto al sistema social, independiente de cual sea, no es más que su exploración y adaptación, gracias a su propia complejidad adquirida. Sería este comportamiento el que colocará en jaque las bases del propio sistema que, sin lugar a dudas, lo hará saltar (literalmente) a una forma de sociedad futura muy distinta, totalmente impredecible y, también, a la larga, de caducidad garantizada.[/cita]
Por cierto, el materialismo histórico de Marx suena muy distante de esto, lo cual es comprensible, dado que sólo hace unos pocos años se ha desarrollado un incipiente conocimiento de lo que la “Complejidad” significa realmente, en particular de su universalidad, que parece teñir prácticamente todo lo que nos rodea. Lo interesante según G. Nicolis es que la “Complejidad” es un fenómeno profundamente enraizado en las leyes de la naturaleza donde comportamientos ubicuos aparecen cuando los (muchos) componentes de un sistema interactúan, independientes de la naturaleza de éste. El desarrollo de las llamadas “Ciencias de la Complejidad” ha significado aumentar la capacidad para comprender el comportamiento de sistemas de distinto tipo, incluidos los sociales (económicos y políticos), como “Sistemas Complejos” (como lo advierte E. Morín), donde el comportamiento colectivo cobra protagonismo por sobre el comportamiento individual. Conceptos como “Termo-dinámica” y “Entropía” pertenecientes a la Física, se entremezclan con algunos de tradición biológica como la “Evolución”, y con otros netamente sociales como la “Destrucción Creativa” (J. Schumpeter) en economía, o las “Coyunturas críticas fluidas (Crisis)”, el “Conflicto Social” y los “Juegos de lenguajes” en Sociología y Teoría de la Comunicación Política, en un nuevo paradigma científico.
Es precisamente este nuevo paradigma el que sugiere que lo que realmente observamos hoy en día, respecto al sistema social, independiente de cual sea, no es más que su exploración y adaptación, gracias a su propia complejidad adquirida. Sería este comportamiento el que colocará en jaque las bases del propio sistema que, sin lugar a dudas, lo hará saltar (literalmente) a una forma de sociedad futura muy distinta, totalmente impredecible y, también, a la larga, de caducidad garantizada.
Es el fenómeno de la información (su producción, acumulación y utilización por parte del sistema) el que se instala como el gatillante de ese cambio. No a la manera como el análisis marxista lo insinuó en su ortodoxia historicista, ni tampoco, como el Capitalismo parece comprenderlo en un intento de domesticación del cambio.
Es el desarrollo de la “sociedad de la información” el que ha generado serias sospechas sobre un proceso de alcance mucho mayor al hasta ahora previsto. Por lo pronto, pareciera que tiende a romper el principio de escasez, al instalar un bien como la “información” como algo creciente y aceleradamente disponible, del cual es posible crear riqueza, por ejemplo, a través de un producto comercializable… la “imaginación cristalizada” según C. Hidalgo (“Why Information Grows”, Basic Books, 2015). Sin embargo, es necesario advertir que, pese al aumento en la disponibilidad de información, es la capacidad de utilizarla por parte del sistema (el uso de su “software social”) la que determinará las (muy distintas) capacidades para generar estos “paquetes de información” comercializables. De ahí las grandes asimetrías que han existido, existen y existirán entre las sociedades, países y continentes, por lo menos mientras operen bajo las reglas que la complejidad parece imponer.
Si analizamos la historia desde esta perspectiva, nos daremos cuenta que los procesos asociados al cambio social que vivimos hoy en día no son novedosos, han ocurrido siempre. Los modelos sociales son transitorios, se crean y se destruyen constantemente, evolucionan tal cual los seres vivos, acarreando en su “ADN” la historia pasada. No obstante, hoy en día, con el desarrollo de las Tecnologías de la Información, la sociedad está más en red que nunca, la información fluye con mayor eficiencia y por lo tanto la frecuencia de innovaciones, serán cada vez mayor, tal como lo señala R. Kurzweil. Pero no sólo las innovaciones serán cada vez más frecuentes, las crisis y otros procesos del mismo tipo sujetos a la complejidad, también lo serán. Esto dará paso a una cada vez mayor inestabilidad de los sistemas sociales, un cambio constante e incierto que ya podemos constatar. Tal vez, ha llegado la hora de dejar de bautizar los sistemas sociales con un apellido (“Socialistas”, “Comunistas”, “Capitalistas”, o Post-Capitalistas”, etc.), y hablar simplemente de lo que somos, un Sistema Social “Complejo”, comprensible sólo a partir de las propiedades que lo definen.