Si Alejandro Guillier no se apura en solidificar su expectante posición con contenidos y propuestas de gestión concretas para su Gobierno, la elección la gana Piñera. Los ánimos están más por apuestas seguras, aunque de menor retorno, que para ilusiones que arriesgan devenir en castillos de naipes.
Si la elección presidencial fuera el próximo domingo entre Sebastián Piñera y Alejandro Guillier, gana el primero. Esa es mi afirmación, no lo que dicen las encuestas, incluida la Criteria, que –puntos más o menos– hablan de un empate técnico entre ambos.
Miremos bajo el agua. Estando a más de 10 meses de la elección, uno de los candidatos, Piñera, no ha explicitado su disposición a postularse y el otro, Guillier, aún no materializa una oferta programática. En este contexto, lo que esos números de diversas encuestas refieren, mucho antes que la intención real de voto, es una expresión de deseo. El deseo de la ciudadanía, lo que los chilenos buscamos hoy.
Y pareciera que ella, la ciudadanía, estaría buscando poner a la dupla en una juguera, licuarla y que de ello emergiera un candidato óptimo. Una cara nueva, honesta, cercana, reformista y, al mismo tiempo, un gestor eficiente, dinamizador, experimentado en las artes del poder y capaz de devolvernos, si no la confianza, algo de optimismo sobre el devenir del país.
En lo ideal, la apelación es a un líder tan honesto como, asimismo, capaz de gestionar. Pero hoy esa figura idealizada no parece disponible. Mientras Piñera está lejos de caracterizarse por su honestidad, de Guillier se duda de su capacidad de gestión y no se lo proyecta dinamizando la economía y el empleo (ver estudio de opinión Criteria, febrero 2017, www.criteria.cl ).
Piñera proyecta un liderazgo activo, centrado en atributos de gestión más que en valores personales, y Guillier, hasta hoy, un liderazgo más bien pasivo, centrado en la promesa de los valores que representa o se le proyectan, más que en una propuesta concreta de Gobierno.
Si la elección los enfrentara, los electores tendrán que concurrir a las urnas para optar entre dos alternativas cuyos posicionamientos se perciben en las antípodas.
En esa ecuación de costos y beneficios entre idealismo y pragmatismo, hoy gana Piñera. Sí, pues a pesar de que los vientos ciudadanos corren en la dirección idealizada de la cercanía y la honestidad, hoy los soplos del pragmatismo político y económico empujan con más fuerza a favor del ex Presidente, en particular entre la minoría que finalmente vota.
[cita tipo=»destaque»]Piñera se ve favorecido por la mala evaluación del actual Gobierno. Uno que en 2013 fue elegido con muchas expectativas reformistas, depositadas fundamentalmente sobre los hombros de una Presidenta que, si bien no era adalid de la buena gestión, se proyectaba honesta, cercana y con legítimas intenciones para el uso del poder.[/cita]
A Piñera le favorece la idea extendida de una economía alicaída, aparejada de expectativas a la baja y exacerbadas por un estado de ánimo deprimido por la percepción de un país estancado, golpeado por la corrupción y la sensación de una ineficiente gestión gubernamental.
Para más abundamiento, Piñera se ve favorecido por la mala evaluación del actual Gobierno. Uno que en 2013 fue elegido con muchas expectativas reformistas, depositadas fundamentalmente sobre los hombros de una Presidenta que, si bien no era adalid de la buena gestión, se proyectaba honesta, cercana y con legítimas intenciones para el uso del poder.
Ese sueño desmoronado es el que una parte de la población querría reencarnar en el candidato Guillier, con la expectativa de recuperar la ilusión reformista y/o de sentirse menos vulnerable ante el abusivo poder del dinero. Pero aquello de que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, no deja de tener sentido para ese mismo segmento desencantado con el actual Gobierno y del que su candidato Guillier sería continuador.
La desconfianza institucional también aporta al molino de Piñera. Una ciudadanía profundamente descreída de la clase política y en alerta permanente ante la traición y el desengaño, tendría que poder ver muy nítidamente el por qué dar crédito a una promesa guillierista que hasta hoy se expresa, por sobre todo, en el espacio simbólico.
Si Alejandro Guillier no se apura en solidificar su expectante posición con contenidos y propuestas de gestión concretas para su Gobierno, la elección la gana Piñera. Los ánimos están más por apuestas seguras, aunque de menor retorno, que para ilusiones que arriesgan devenir en castillos de naipes.
Esto, a no ser que algún otro candidato o candidata ofrezca una alternativa que reúna los atributos actualmente esperados pero escindidos, ecualizando mejor los costos de la ilusión con los beneficios de las decisiones pragmáticas.