Se impone ante nuestros ojos una necesidad de crítica y la exigencia de un mandato cívico: los parlamentarios que quieran jugar el juego presidencial, ya sea en sus precandidaturas o luego en las eventuales candidaturas a primarias y luego a primera vuelta, deben renunciar a sus cargos. Es un acto de respeto a una ciudadanía que tiene que tolerar un derecho a los congresistas que es absurdo: poder mantenerse en el cargo mientras son candidatos presidenciables.
Un diputado o un senador, en Chile, puede ser candidato presidencial sin dejar su cargo. Eso es lo que faculta la ley, pues no parece haber una incompatibilidad formal. Aferrados a este hecho, varios precandidatos presidenciables provienen de las filas del Congreso Nacional, mientras siguen recibiendo sus salarios parlamentarios y sus beneficios como tal. Carolina Goic ha sido la última en sumarse a la lista del fenómeno de moda, quien desde el Senado acompaña a sus colegas Alejandro Guillier y Manuel José Ossandón. Desde la Cámara de Diputados, la familia Kast se anota con dos precandidaturas. En total, cinco precandidatos que ostentan un cargo público de elección popular y que han decidido, mientras ejercen su labor, ser precandidatos presidenciales.
Si un funcionario público cualquiera, por ejemplo, quisiera ser precandidato al principal cargo de elección popular del país, tendría que ejercer sus labores fuera del horario de funcionamiento de la unidad donde trabaja. Aprovechar así antes de las 9 de la mañana y después de las 19 horas, además de los fines de semana. Es decir, no tendría ninguna opción de generar la cantidad de trabajo que una candidatura requiere. Otros tienen inhabilidades formales: Ministros tienen un año e insólitamente los fiscales (ley a medida del fiscal Gajardo hecho justo después del caso Penta) tienen dos años. Sin embargo, los congresistas no tienen inhabilidad alguna. Y tampoco tienen que cumplir horario. Su tarea es ir a las sesiones en sala o comisiones y ni siquiera eso es realmente obligatorio. Una ausencia simplemente es un registro. Es poco más (o menos) que faltar al colegio.
Sin embargo, la tarea parlamentaria, bien hecha, es difícil: hay que estudiar muchísimo los proyectos, dirigir equipos para la redacción, informarse de antecedentes con los asesores, entrevistar personas adecuadas en las comisiones, es verdaderamente una tarea difícil y relevante. Pero los congresistas parecen decirnos que no están dispuestos a tanto desgaste, que se puede ser congresista y presidenciable al mismo tiempo, sin siquiera una discusión ética sobre el punto.
[cita tipo=»destaque»]Los congresistas presidenciables son un misterioso caso de incompatibilidad que nadie reguló, un misterioso caso que no se consideró necesario legislar, un misterioso caso que se legisló por… congresistas.[/cita]
Se impone ante nuestros ojos una necesidad de crítica y la exigencia de un mandato cívico: los parlamentarios que quieran jugar el juego presidencial, ya sea en sus precandidaturas o luego en las eventuales candidaturas a primarias y luego a primera vuelta, deben renunciar a sus cargos. Es un acto de respeto a una ciudadanía que tiene que tolerar un derecho a los congresistas que es absurdo: poder mantenerse en el cargo mientras son candidatos presidenciables, generando una distorsión tanto en el cumplimiento de sus tareas (no es real que se puedan hacer ambas cosas a la vez), como además en el financiamiento (en la práctica, los contribuyentes estamos financiando su candidatura presidencial). Esta exigencia debe ser radical. Esto es aún más grave cuando se trata de senadores cuyos cargos no se reeligen este año, pues ellos están apostando a un juego de ganar en todas las maniobras: llegar a ser Presidente(a) de la República o seguir en el Senado de la República con cuatro años más garantizados, hasta la próxima aventura. Esto es intolerable. Si realmente queremos una política nueva, distinta, debemos ser más exigentes con nosotros mismos. Los congresistas presidenciables son un misterioso caso de incompatibilidad que nadie reguló, un misterioso caso que no se consideró necesario legislar, un misterioso caso que se legisló por… congresistas. Y ellos, quizás por qué razón, no se “dieron cuenta” que es incompatible ser congresista y presidenciable. Pero hoy pueden reparar ese hecho, demostrando su vocación y probidad: renunciando al Congreso Nacional para ser precandidatos o candidatos presidenciales.