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El drama de los partidos políticos

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Los partidos políticos con representación parlamentaria, están sufriendo un verdadero drama. Dictaron una nueva Ley de Partidos, con singular beneplácito, y  se colocaron la soga al cuello. La gente se afilia con dificultades a estas colectividades. Hay una crisis política ostensible. El refichaje fue poner en duda la existencia de la propia militancia. Eso lo dice la nueva ley. Los partidos terminaron cuestionando a su propia militancia, como si esta fuera fraudulenta. Grave error. La militancia histórica es cierta y fundamental por formación y convicción política. ¿Por qué los partidos dudaron de su existencia? pues nada menos y nada más porque se vieron sorprendidos y acorralados por una onda expansiva que fue la corrupción de algunos destacados miembros de los cuerpos políticos, lo que los obligó, o creyeron estar obligados, a entregar toda la conducción del rediseño de los partidos a personas sin competencia en la materia, para recibir a cambio el financiamiento público.

Lo anterior tiene mucha trascendencia en las próximas decisiones que tendrán obligatoriamente que adoptar las colectividades políticas. A solo 110 días y 250 días, aproximadamente, para la realización  – en teoría – de las primarias y la primera vuelta presidencial respectivamente, se está incurriendo con los partidos en una notable omisión: se han olvidado involuntariamente que el elemento esencial y determinante de éstos son sus militantes y sus adherentes inscritos y no sus representantes; sus bases, en las cuales se haya radicada la soberanía originaria, constituye el cuerpo electoral político que da vida a los partidos políticos y justifica y autoriza su existencia. ¿Qué ha sucedido?

Se discute en algunas colectividades y por algunos candidatos, si conviene participar en elecciones primarias o concurrir derechamente con candidaturas propias a la primera vuelta presidencial. Terminado el sistema binominal y la carga por dictadura que éste imponía, a las dos grandes agrupaciones políticas de llegar a acuerdos para distribuirse escaños parlamentarios, se llegó a diluir las identidades políticas de cada partido. La lógica política y electoral indica que se debiera abrir las puertas a una primera vuelta presidencial, como una opción válida y coherente y competir con las propias banderas, ideas y programas. Esto no es un camino propio, por cuanto después de la primera vuelta, quienes no alcancen los dos primeros lugares, estarán en condiciones democráticas verdaderas de construir acuerdos políticos y gobierno, con las fuerzas políticas y candidato más afínes. ¿Qué sucede con las primarias?

[cita tipo=»destaque»]Si en algunos partidos existen dudas en sus dirigentes, si participar o no a la primaria o iniciar la carrera presidencial de 7 meses para llegar a la primera vuelta; y si ésta es una materia ciertamente importante ¿Por qué marginar a las bases?[/cita]

En 110 días, aproximadamente que faltarían para ellas, es prácticamente imposible realizar una verdadera competencia, sobre todo cuando ya existen candidatos que vienen corriendo con independencia de los partidos desde hace más de ocho meses. Ahora no hay tiempo, en tan breve plazo y se trataría de una competencia que no entusiasmaría a la ciudadanía, porque allí competirán las colectividades que ya hayan acordado un programa. Sería una competencia de caras y simpatías. Pero en modo alguno, un debate de fondo sobre los grandes problemas del país y sus posibles soluciones. Serían debates en los cuales los precandidatos se guardarían de hacer planteamientos muy trascendentes, ya que estarían compitiendo dentro de una misma alianza o combinación política.

Esto es particularmente notorio en el grupo de partidos que sustentan el actual Gobierno, por razones bastante obvias.

Entendemos que estamos en un escenario plagado de complejidades. Un lento refichaje de militantes. Una seria falta de militantes nuevos en los partidos. ¿Por qué razones? Por muchas. Pero hay una muy relevante y que no puede olvidarse. La participación de las militancias en las grandes decisiones y opciones de los partidos, es muy débil o inexistente, se les cierra la puerta, en una época de cambios profundos en que la gente reclama más democracia y más participación.

Si en algunos partidos existen dudas en sus dirigentes, si participar o no a la primaria o iniciar la carrera presidencial de 7 meses para llegar a la primera vuelta; y si ésta es una materia ciertamente importante ¿Por qué marginar a las bases? ¿Por qué no dejar que la militancia en un proceso ampliamente participativo y movilizador – una auténtica movilización política – decida libre y soberanamente ir a la primaria u optar por la primera vuelta presidencial? Varios se asustan con las bases, temen que estas se manifiesten; prefieren que funcionen únicamente los instrumentos de la democracia representativa y no se incorpore una verdadera participación del pueblo soberano.

Somos de opinión que si se sigue el camino de las primarias, según la voz de las encuestas – que es el nuevo ídolo –  que ya no solo constituye una fotografía de un instante, sino que  verdaderos álbumes fotográficos que están indicando quien es el ganador de cada una de la primarias.

Pero esa alternativa por ejemplo no garantiza ganar la elección presidencial, por cuanto sectores de adhesión de los partidos no votarían después de las primarias necesariamente porque se haya escogido al margen de la militancia efectiva. Por ello, en este escenario, la candidatura opositora, en el juego erróneo descrito, con un bajo nivel de adhesión del electorado a favor del actual Gobierno (solo un 18%), podría vencer en una hipotética segunda vuelta. Obviamente a la inversa la imposición de un candidato de la actual oposición con poca o  nula participación de sus bases militantes, carecería de la potencia necesaria que se requiere particularmente en el cuadro de críticas masivas en que incurren en ese propio sector.

Algunos han  creído encontrar en este debate la solución. Que se aprueben las precandidaturas a las primarias bajo condiciones suspensivas de aprobación de las bases de un programa del gobierno, que serían algo así como una garantía que el candidato electo en las primarias tendría que seguir ese programa. Esto es un dislate. Las bases para los programas de Gobierno son pan para hoy y hambre para mañana. Las nuevas autoridades políticas son quienes aplicarán e interpretaran según su saber y entender tales bases. Dentro de este contexto todos los partidos que concurran a la primaria, para asegurar que ésta se realice, darán su aprobación, sin mucho cuidado, a cualquier base programática que se les proponga, ya que ello permitirá cazar a todos los partidos que concurran a las primarias y le cierran el camino a las postulaciones propias a una candidatura presidencial a la primera vuelta. Ocurrió en los últimos tres Gobiernos que se ha dado el país, en que ha sido notorio que los programas se han visto completamente sobrepasados por la contingencia política, quedando reducido a señales que cada uno interpreta a su manera.

Vivimos tiempos de decisiones. La peor decisión que se puede tomar, aunque es una contradicción lógica y política, es decidir no tomar ninguna decisión, dejar para un futuro evento la determinación si se va a una primaria o a la primera vuelta presidencial, es una cuestión que demuestra cierta debilidad al igual que demorar eternamente la decisión de participar en procesos electorales o hacerlos en la práctica mediante usos paralegales como usar fundaciones u otros mecanismos que están de hecho reemplazando a los partidos políticos. Para algunos políticos la búsqueda de una oportunidad óptima para tomar decisiones parece ser no tomarlas nunca o dejar las cosas a variantes causales que nadie sabe cómo opera en realidad.

Proclamada una candidatura presidencial en tales condiciones, es decir, sin decir cuál es el objetivo de la misma, la haría nacer con una debilidad, considerando, como ya se dijo que el breve tiempo que falta para ese evento y los resultados que están arrojando las encuentras que se están centrando en dos candidatos.

Si se aspira a romper ese cerco mediático  y establecer un nuevo tablero electoral y se medita que para la primera vuelta presidencial faltan 7 meses, pensamos que necesariamente,  se requiere un tiempo a lo menos igual al que han tenido otros candidatos que actuando de facto y como independientes se han instalado en la opinión pública a pesar de no haber hecho pronunciamiento de fondo de ninguna naturaleza. Esta competencia, deja así de ser verdaderamente política y los partidos políticos quedan relegados automáticamente a un segundo o tercer plano si se considera que los candidatos independientes, más allá de sus personalidades, tienen círculos íntimos que son los que verdaderamente terminan ejerciendo el poder. Los partidos políticos auto desacreditados y auto destruidos quedan relegados a un tercer lugar institucionalmente, con lo cual se transgreden las bases mismas que le dan el sustento a la democracia como lo ha conocido Chile.

Los miembros de los partidos políticos no han podido jamás tomar decisiones soberanas, directas y completamente informadas sobre alianzas y programas y al menos eso ocurre desde que se recuperó la democracia, con lo cual el rol efectivo de los partidos políticos se va disminuyendo de tal forma que se va produciendo por otra vía los íntimos deseos que tuvo la dictadura militar, que abrogó a los partidos políticos por 17 años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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