Miramos seis años atrás y sentimos, qué duda cabe, un fuerte golpe de nostalgia. Ya no son los tiempos donde los estudiantes tienen influencia en la política pública, en grandes decisiones políticas o son tema obligado de medios y conversaciones casuales. La responsabilidad del decaimiento del movimiento estudiantil recae en gran parte sobre los hombros de los mismos estudiantes. Si el 2011 fue el momento para instalar nuevos principios que reencauzaran el futuro de la educación en Chile, desde el gobierno de la Nueva Mayoría -que se aferró improvisadamente a las demandas de la calle- nos hemos visto enfrentados a un nuevo capítulo donde las consignas que a tantos convocaron ya no son suficientes.
Si tuviera que quedarme con un gran logro del movimiento estudiantil, sin duda sería haber aportado a la reconstrucción de la política en Chile. La dictadura cívico-militar y su ramificación en el continuismo de la transición inhabilitó a la ciudadanía como un poder capaz de darle dirección a los gobiernos: Solo militares e intelectuales de derecha, luego tecnócratas y jefes de partido, eran voces autorizadas para dar lecciones de buen gobierno en el país. Obsesionados con la gobernabilidad, olvidaron muchas veces lo que de verdad era gobernar, esto es, decidir, con la aprobación del pueblo, lo que es mejor para todos. La Revolución Pinguina y el 2011 demostraron que había más actores válidos de los que el discurso oficial quería reconocer. Eso significó recuperar, después de tanto tiempo, el lugar que los estudiantes han tenido en la historia de Chile. Desde las luchas contra la dictadura de Carlos Ibáñez hasta la resistencia contra Pinochet, la organización estudiantil chilena puede decir con orgullo que ha sabido mantenerse en pie incluso en las horas más oscuras de nuestro convivir.
Nuestro largo camino no puede prometernos que el devenir de la historia podrá regalarnos nuestro lugar sin mayor esfuerzo. El trabajo y la unidad es crucial en un momento en que nuevos rostros sin contenido y dirigentes del pasado intentan ganarse el apoyo de la ciudadanía confiados en que las reglas del juego no han cambiado y que sabrán, una vez más, mover sus fichas con la misma astucia de siempre. Es importante entender que el potencial del movimiento estudiantil pasa por preservar su autonomía. Es vital comprender que la organización de estudiantes trasciende la contingencia política y está llamada a defender los derechos de todos los compañeros y compañeras de Chile, en la diversidad e independiente de todo proyecto político particular. Como mencionaba, la gran virtud del movimiento estudiantil está en su capacidad de movilizar a amplios sectores de la población y así enriquecer la discusión pública, muchas veces cooptada por intereses electorales.
[cita tipo=»destaque»]Es vital comprender que la organización de estudiantes trasciende la contingencia política y está llamada a defender los derechos de todos los compañeros y compañeras de Chile, en la diversidad e independiente de todo proyecto político particular.[/cita]
Durante el 2016, el movimiento estudiantil se entrampó en una infértil discusión sobre “incidir o no incidir” en la reforma presentada por el gobierno de Bachelet. Mientras la reforma nos pasaba por encima, nos dedicamos a resolver una falsa dicotomía: el poner la discusión bajo los términos de involucramiento/vía propia presuponía que ya teníamos la capacidad para poder comentar y corregir el proyecto o bien levantar una propuesta diferente e independiente de la institucionalidad. Ambas opciones pasaban de largo el hecho que como movimiento estudiantil hemos mostrado carencias a la hora de levantar nuevas ideas que tengan impacto en la ciudadanía. Debemos ser capaces de generar una visión general del sistema de educación que sea capaz de ofrecer un modelo que supere al mercado desregulado y sin redistribución. Esto último pasa por reivindicar un sistema público que corrija las estructuras que perpetuaban un sistema de educación que reproducía las ventajas de la cuna y castigaba a quienes menos tenían. Un sistema público es aquel que reconoce la diversidad de proyectos educativos, a la vez que sitúa a estos dentro de un marco común de exigencias y oportunidades que los incentiven a alcanzar una matrícula inclusiva, participación efectiva de la comunidad universitaria y un desarrollo orientado a las grandes necesidades del país. Este desafío no ha sido completamente atendido; las referencias a las universidades privadas no-tradicionales y a los centros de formación técnica e institutos profesionales siempre han sido tangenciales. Se hace necesario – si queremos una reforma que nos devuelva un verdadero sistema público de educación- levantar más propuestas para (¡y con!) estos sectores, entendiendo que ahí está gran parte de la matrícula y que una reforma en serio no puede terminar legitimando el libre albedrío que dichas instituciones han disfrutado por más de 30 años, y que han significado grandes injusticias para sus estudiantes. Solo convocando a más compañeros podrá el movimiento estudiantil reflejar la enorme diversidad que representa el actual panorama de la educación en Chile.
Otro de los principales desafíos del movimiento estudiantil es su capacidad de dialogar y cooperar con otros actores y movimientos sociales. Siendo un movimiento que por esencia es de jóvenes, se hace latente la complejidad que vive la democracia contemporánea y que tanto se ha comentado en los últimos meses. Somos de una generación profundamente tocada por la aceleración tecnológica de los últimos años. La ampliación de internet y las redes sociales han sido una herramienta fundamental de organización y difusión, pero también han mostrado sus propias contradicciones. El mundo digital es muy distinto al mundo político, en el primero nos acostumbramos a rodearnos de personas y contenidos que nos son afines y que nos construyen un mundo ad hoc a nuestros gustos e intereses. La política, sin embargo, es ante todo el mundo donde los distintos se encuentran y contraponen sus diferencias e ideales. Si el movimiento estudiantil quiere recuperar el dinamismo que le dio a la política chilena, debe entender que su discurso debe ser amplio y accesible y que debe conectarse con otras demandas. Ser parte de la reconstrucción política (y no solo institucional) del país implica no perder la mirada al panorama general del momento político: revindicar las demandas particulares de uno u otro sector no debe perdernos del desafío que engloba a todas estas, esto es, transformar radicalmente las formas y lógicas democráticas y por consiguiente el modelo de toma de decisiones que determina el destino de lo que exigen los movimientos sociales. El debate constitucional, claro está, será una de las principales tareas del próximo gobierno, y es de suma importancia que los jóvenes seamos parte activa de un proceso cuyo resultado afectará a la educación, como tantas otras áreas centrales del país.
Chile pasa por una clausura de la política. Quienes están llamados a ser nuestros representantes y referentes éticos tienen su prestigio en bancarrota. Las instituciones diseñadas para procesar las demandas populares se encuentran suspendidas por la judicialización de la política. El gobierno que llegó a La Moneda con un discurso de justicia e igualdad terminó contradicho por el actuar de sus mismas figuras. El movimiento estudiantil está llamado, entonces, ha mostrar la madurez que otros por muy viejos que sean nunca alcanzaron. Está llamado a devolverle la esperanza a los niños y jóvenes de Chile demasiado acostumbrados a verse decepcionados por quienes debían inspirarlos. Digamos todos fuerte y claro que nuestra lucha recién comienza y que nuestra marcha no se detendrá por lograr una escuela y universidad que no sea reflejo de la sociedad que tenemos, sino de la que soñamos.