El Teatro Municipal de Santiago, rebautizado hace meses como “Municipal de Santiago. Ópera Nacional de Chile”, atraviesa en la hora presente por la peor crisis de su historia, y pocos lo saben: la principal culpable se llama Carolina Tohá Morales, y el directorio de personas para nada idóneas que la acompañaron como parte de su grupo cercano de apoyo y de colaboradores, durante los cuatro años en que el centro de la ciudad, debió padecer su mandato.
Felipe Alessandri Vergara, actual edil de la comuna, y por ende presidente por derecho propio de la Corporación Cultural de la Ilustre Municipalidad de Santiago (ente del cual depende el establecimiento), ha intentado revertir este diagnóstico penoso y lamentable, en la antesala de que el mítico proscenio de la calle Agustinas, celebre su aniversario 160º.
Carolina Schmidt -ex ministra de Educación del gobierno de Sebastián Piñera-, Mauricio Larraín –antiguo presidente del Banco Santander-, Francisco José Folch Verdugo -hombre fuerte de “El Mercurio”, y subsecretario de Justicia del régimen militar-, e Ignacio Yarur –alto personero del BCI-, son los elegidos por el alcalde Alessandri, a fin de intentar dar marcha atrás, y de corregir, con un equipo de alta calidad intelectual y profesionalización ejecutiva, la perniciosa herencia nacida de las confusas y erradas estrategias culturales en la materia, del otrora poder local.
¿De qué se trataba y consistía, en grandes rasgos, esa política cultural?
Primero, en el cambio de denominación forzosa y arbitraria de la institución.
Anunciado en septiembre del año pasado, la mudanza de patronímico del Teatro Municipal de Santiago (hacia Municipal de Santiago. Ópera Nacional de Chile), involucró sin duda una decisión de carácter ideológica, con consecuencias de trascendencia histórica y simbólica: la administración de la derrotada Carolina Tohá (en su último acto oficial como tal, antes de buscar su fallida reelección popular y en compañía del Ministro Presidente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de la Nueva Mayoría, Ernesto Ottone Ramírez), se propuso, así, borrar cualquier vestigio del proyecto cultural y público de mayor éxito nacido al interior del gobierno cívico-militar (1973-1990): el reconocido prestigio artístico del escenario de la calle Agustinas, forjado e impulsado desde ese cuerpo autónomo e intermedio de la sociedad civil del centro de la ciudad, que fue la mencionada Corporación Cultural de la Ilustre Municipalidad de Santiago, fundada por Enrique Campos Menéndez y por Carlos Bombal Otaegui, entre otros.
[cita tipo=»destaque»]El decreto de la ex alcaldesa Carolina Tohá (el citado cambio de nombre) elude enfrentar los problemas de fondo que urgen al antiquísimo y céntrico proscenio en este minuto: la pérdida masiva de abonados en el último lustro, en desmedro de la oferta musical docta de otros teatros, que son su encarnizada y loable competencia; el declive en la calidad artística y estética de sus cuerpos estables, persistente en algunos de sus espectáculos (en la ópera, principalmente), y las crisis presupuestarias recurrentes, hechos que para la antigua dirección, igualmente, representaron un constante y verdadero dolor de cabeza.[/cita]
Segundo, la errada decisión de confundir la democratización en el acceso a las actividades del Teatro, con el hecho de manipular su parrilla programática hacia otros formatos que le son ajenos, tanto por razones estatuarias como de misión fidedigna y conceptual. Esos géneros y manifestaciones musicales, que por su origen, e incluso por la estructura arquitectónica y edilicia del Municipal, se encuentran lejos de corresponderle, han dañado irreversiblemente su infraestructura mobiliaria y patrimonial (la construcción que lo acoge es hoy Monumento Histórico), y han generado, además, un trastorno en sus finanzas que equivalen a números rojos, según es posible de analizar en los balances económicos de su gestión, que son de público conocimiento, a través de la página web de la institución.
Asimismo, el decreto de la ex alcaldesa Carolina Tohá (el citado cambio de nombre) elude enfrentar los problemas de fondo que urgen al antiquísimo y céntrico proscenio en este minuto: la pérdida masiva de abonados en el último lustro, en desmedro de la oferta musical docta de otros teatros, que son su encarnizada y loable competencia; el declive en la calidad artística y estética de sus cuerpos estables, persistente en algunos de sus espectáculos (en la ópera, principalmente), y las crisis presupuestarias recurrentes, hechos que para la antigua dirección, igualmente, representaron un constante y verdadero dolor de cabeza.
Esos déficits han hecho que se desprofesionalicen algunas funciones vitales dentro del organigrama interno del recinto: las áreas de coordinación artística, producción, y comunicaciones y relaciones públicas, sin ir más lejos, han sido las más afectadas, evidenciándose la última arista de esta crisis, en la escandalosa e irregular entrega de cortesías destinadas a la prensa especializada, que recurre a cubrir los eventos que se exhiben en su proscenio, de acuerdo a criterios ajenos a los intereses comerciales y técnicos del organismo.
El Municipal de Santiago utiliza fondos estatales para su funcionamiento administrativo, de los cuales debe dar cuenta ante la comunidad, instancia de la que recibe generosas exenciones impositivas, a fin de satisfacer sus obligaciones con ésta, y con su tarea de engrandecer y de difundir el acervo musical universal y de las artes escénicas, para con quienes no pueden asistir a los espectáculos montados en sus tablas, debido a impedimentos de diversa índole: de ahí la labor (y la necesidad) de un periodismo cultural especializado, ecuánime, independiente y de alta calidad, que difunda, informe y que analice la totalidad de su temporada.
Hoy, el debate debería centrarse, como bien dijo la ilustre Marta Cruz-Coke, en la discusión propia a raíz de la permutación en el calificativo de la entidad, hace unos meses: “de estudiar cuál es el rol que este teatro debe jugar en el futuro del arte musical chileno”.
Felipe Alessandri tiene la palabra, y desde luego, que la batuta en sus manos: lo escuchamos atentos y expectantes.