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Las incertidumbres de la era Trump

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Horacio Larraín Landaeta
Por : Horacio Larraín Landaeta Ingeniero de la Academia Politécnica Naval, Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Chile, Magíster en Estudios Políticos Europeos de la Universidad de Heidelberg y Magíster en Seguridad y Defensa de la ANEPE.
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Es posible que la presidencia de Trump, como la de Ronald Reagan, produzca sorpresas positivas como fue el término de la Guerra Fría, sin disparar un tiro. Pero también es posible que el riesgo de una guerra con empleo de armas atómicas aumente durante su mandato. Mucho dependerá del manejo e instinto de Trump en los temas político-militares, hasta ahora no muy claros. También dependerá de los asesores que lo acompañen. En su mayoría se trata de ex militares. Todo estará sujeto a cómo él responda a los consejos de su círculo más íntimo.


(*) En su obra “Liquid Times” (2007), el recientemente fallecido sociólogo y filósofo judío-polaco Zygmunt Bauman, nos describe una sociedad en la cual nada es permanente, todo fluye. La incertidumbre se convierte en el signo de nuestro tiempo.

Las formas sociales, las estructuras que limitan las preferencias de los individuos, las instituciones que velan por la continuidad de las costumbres y de los comportamientos aceptables, ya no perduran.

En segundo lugar, a nivel tanto planetario como local, la política es incapaz de controlar al poder económico. Aquella deja de tener extraterritorialidad. La movilidad mundial de la producción permite a las corporaciones localizarse allí en donde las regulaciones y las cargas tributarias son las menos costosas. Las fuerzas del mercado local y globalizado no solo contribuyen a crear más inseguridad, sino que terminan por convencer a los ciudadanos de la poca importancia que tiene la política para resolver sus problemas.

Las decisiones de “la cocina” prevalecen por sobre los miles de votos. En cierto momento, da la impresión de que los gobernantes “surfean” las olas que llegan a sus costas, incapaces de dar una dirección sustantiva a su gestión. Se manejan a tientas en el nivel táctico, pero difícilmente conducen la estrategia política.

En tercer lugar, el rol de protector social del Estado dejó de ser masivo para transformarse en subsidiario, un distribuidor selectivo de escasa importancia. Con ello, el sentido de solidaridad comunitaria se ha visto mermado, prevaleciendo el individualismo y la competencia por sobre el trabajo en equipo y la cooperación. La sociedad se ha transformado en una red de conexiones convenientes de corto plazo, en lugar de una estructura confiable.

En cuarto lugar, la planificación de largo plazo ha cedido lugar a la inmediatez del mercado. En nuestro caso, la promesa de superar nuestra economía primaria para transformarnos en economía de valor agregado, quedó en eso: una promesa eterna. Eufóricos con el crecimiento, cuando el precio del cobre está alto y pesimistas y depresivos cuando la tendencia baja. El Estado chileno es incapaz de presentar un proyecto país y un sistema de educación acorde.

Finalmente, la responsabilidad por sobrevivir en la inseguridad queda en manos de cada individuo. Los chilenos y chilenas ya estamos acostumbrados, y es parte de nuestro paisaje, ver a los jóvenes haciendo maromas y trucos en los semáforos de las esquinas, para ganar unos pocos pesos de sobrevivencia. Mientras, nuestros ricos aparecen en los rankings globales.

Mañana podría ser otro día, para bien o para mal

En la era que se inicia, tras la asunción de Donald Trump como 45º Presidente de los Estados Unidos, un inexperto en política que cree que el mundo se maneja como un negocio, la incertidumbre adquiere un rol estelar.

Más aun, se transforma en la herramienta preferida del mandatario. Cuando nadie sabe cómo va a reaccionar ante cualquier coyuntura, Trump saca provecho de ello, pues él es el único que posee la información de su decisión. Esto es tremendamente amedrentador tanto para sus enemigos políticos como para sus propios seguidores. Cualquiera haya sido su promesa de campaña, ello no constituye un programa vinculante para él.

La modalidad no es nueva, sin embargo. El presidente Richard Nixon, desarrolló a principios de los setenta la “teoría del loco” (madman theory), con la idea de que podría intimidar a sus adversarios haciéndoles creer que su volatilidad lo llevaría a cualquier decisión extrema si sus demandas no eran satisfechas.

La diferencia respecto a la situación mundial actual consiste en que, en la época de la Guerra Fría existía un equilibrio nuclear que actuaba como disuasivo ante cualquier amenaza de la contraparte. Un equilibrio entre las dos superpotencias que se basaba en el principio de la “destrucción mutua asegurada” (MAD).

Los poderes nucleares de hoy día están repartidos en varios ejes. Aparte de Estados Unidos y Rusia, poseen armas atómicas con capacidad portadora: Corea del Norte, el triángulo India, Pakistán y China, Inglaterra, Francia e Israel. Ello transforma al equilibrio de la seguridad mundial en una complicada red de relaciones peligrosas. La amenaza de Trump de desconocer el acuerdo nuclear con Irán, firmado por el Presidente Obama, añade aún más desconfianza.

Es posible que la presidencia de Trump, como la de Ronald Reagan, produzca sorpresas positivas como fue el término de la Guerra Fría, sin disparar un tiro. Pero también es posible que el riesgo de una guerra con empleo de armas atómicas aumente durante su mandato. Mucho dependerá del manejo e instinto de Trump en los temas político-militares, hasta ahora no muy claros. También dependerá de los asesores que lo acompañen. En su mayoría se trata de ex militares. Todo estará sujeto a cómo él responda a los consejos de su círculo más íntimo.

Respecto a las intervenciones con armas convencionales, especialmente, aunque no únicamente en Medio Oriente, la nueva política de Trump consiste en descentralizar las decisiones desde el escalón político hacia el nivel militar, ello se materializaría en un mayor peso del Pentágono con relación al Consejo de Seguridad Nacional en este ámbito. Un vuelco en ciento ochenta grados en relación a la política de seguridad y defensa aplicada durante la administración Obama.

Lo anterior, se ha traducido en un mayor margen de maniobra para los comandantes en terreno. Técnicamente, se trataría de un cambio importante en las Reglas de Enfrentamiento (RDE), en inglés rules of engagement (ROE).

En las pocas semanas que van desde la implementación de esta nueva política militar, se han verificado dos casos gravísimos de matanzas a civiles inocentes en Medio Oriente.

El 16 de marzo recién pasado, un ataque aéreo llevado a cabo por cazabombarderos estadounidenses en Siria, con la misión de abatir a miembros del Estado Islámico, por equivocación destruyó una mezquita, pereciendo una cincuentena de civiles e hiriendo a otros tantos. (NYT.16.03.17)

Un nuevo bombardeo aéreo americano llevado a cabo el 23 de marzo, esta vez en Mosul, Irak, aparentemente costó la vida de unos doscientos civiles inocentes. El objetivo era unos francotiradores del Estado Islámico en la techumbre de un edificio habitado. El Comando Central norteamericano abrió una investigación acerca de las causas de la tragedia, según informa el New York Times. (NYT.24.03.17)

En el campo diplomático, la reciente visita oficial de la Canciller alemana Ángela Merkel a los Estados Unidos y su entrevista con el Presidente, fue poco cubierta por los medios de comunicación en lo relativo a los contenidos más importantes del encuentro. Fue más destacada la imagen del mal educado gesto de Trump de negarse a estrechar la mano de Merkel ante las cámaras y dejarla con la diestra estirada haciéndose, literalmente, el sordo.

Se supo que Trump habría reafirmado su compromiso con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pese a que en su campaña política la calificó como una alianza obsoleta. Pero insistió ante la Canciller en exigirle a Alemania y a sus socios europeos, un mayor aporte económico en el ámbito de la defensa.

Regreso al proteccionismo

Respecto a la economía global, es posible que la postura proteccionista de Donald Trump aliente a otros países a liberarse, de alguna manera, de las presiones del libre mercado globalizado que los obliga a tener que claudicar del carácter social de sus sistemas, como es el caso de la economía social de mercado alemana y su ordo capitalismo.

De hecho, el rápido ascenso en las encuestas del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), desde 20% hasta 32% en pocos meses, se debe en buena medida a la popularidad que ha adquirido su recientemente elegido líder, Martin Schulz, ex presidente del Parlamento Europeo, quien representa una corriente pro Unión Europea, pero con la variante de orientar la economía hacia el bienestar social más que hacia las políticas de austeridad de la actual Canciller. Ambos se enfrentarán en las elecciones generales en la República Federal, programadas para el otoño alemán.

Martin Schulz, en su discurso inicial, puso el acento en las políticas sociales, consciente de que una parte importante de la clase media alemana está muy desencantada con la política tradicional, como consecuencia de varios años de ajustes económicos y de la pérdida de estándares de bienestar.

¿Principio del fin del laissez-faire global?

Según escribió John Gray en “Falso Amanecer: las Ilusiones del Capitalismo Global” (2009), las repercusiones políticas de un gran ensimismamiento de la economía norteamericana no se pueden reconocer de antemano. Sin embargo, se sabe que el compromiso de los Estados Unidos con el libre mercado global no es de extensa data. Es más bien una excepción en la larga historia de este país, en la cual el proteccionismo y aislacionismo han sido políticas recurrentes.

Cualquier retroceso económico que sea agudo, profundo y sostenido, someterá a una prueba devastadora a la mantención de la supuesta veneración hacia el libre mercado global en la vida política norteamericana. Su abrupto reemplazo por un nacionalismo económico sería un irónico viraje en los eventos, dada la mesiánica devoción al libre mercado universal exhibido por los formuladores neo-clásicos de las políticas públicas en los años recientes.

La asunción de Donald Trump y su repudio a tratados de libre comercio, ya sean vigentes como el NAFTA o tratados en proyecto, como el TPP, al parecer constituye un paso decisivo hacia el desmantelamiento de la red económica global.

En otras palabras, en la era de Trump se daría inicio a la consumación de los peores augurios para el libre mercado global, expresados por Gray.

La consecuencia práctica de la política norteamericana actual sólo puede resultar en que los otros poderes mundiales actúen unilateralmente, desde el momento en que la inestabilidad del mercado globalizado se haga intolerable. En este punto, el edificio del laissez-faire global comenzaría a derrumbarse.

De hecho, la incertidumbre sembrada por Donald Trump ha potenciado los nacionalismos estrechos en Europa, ha posicionado a China aparentemente como la abanderada del comercio global, ha puesto a Rusia a la expectativa, a Latinoamérica suspicaz y al resto del mundo, en guardia.

(*) Publicado en RedSeca

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