Una de las ideas sobre psicopolítica, en la que nos adentra el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, es la de que el neoliberalismo, en lugar de dominar a través de la violencia, lo hace mediante la seducción, instalando un imaginario donde el éxito depende, única y exclusivamente, de nosotros mismos. Así, nos transformamos en amos y esclavos de una aparente libertad, que hace invisible la dependencia y las escasas alternativas o posibilidades que ofrece a las mayorías el modelo neoliberal.
Nuestra versión local de sociedad neoliberal expresa dramáticamente esta idea, en la aparente paradoja que muestran diversas encuestas de percepción sobre la política y la vida privada de las personas. En ellas se califica a lo público y a sus instituciones con una serie de adjetivos negativos, que provocan emociones negativas, las que se resumen en desprestigio y deslegitimación. En contrapartida, al ser consultados los chilenos por los niveles de satisfacción en sus vidas privadas, cambia radicalmente la opinión, predominando una cierta felicidad o satisfacción total en las vidas personales.
Esto que parece una suerte de contradicción vital, es, simplemente, el resultado de la operación simbólica que el neoliberalismo nos instala; donde la desafección por lo público y el malestar que nos provoca, es compensada en la aparente libertad del consumir. Y, como esa capacidad de consumo depende solo de nosotros mismos, de las individualidades, disolviendo el imaginario de lo colectivo. Así, el anhelo de ser comunidad con otro se diluye, como si en esa dimensión no existiera ninguna fuente de satisfacción con la propia vida.
[cita tipo=»destaque»]Intentar diluir el sentido de lo colectivo y desactivar sus posibilidades, restándole poder a todos los dispositivos que han sido tradicionalmente los encargados de articularlos, como los partidos políticos, ha sido el triunfo cultural de un sistema que lo ha privatizado todo. De allí que el lamentable vínculo entre dinero y política ha contribuido decisivamente en este resultado.[/cita]
Intentar diluir el sentido de lo colectivo y desactivar sus posibilidades, restándole poder a todos los dispositivos que han sido tradicionalmente los encargados de articularlos, como los partidos políticos, ha sido el triunfo cultural de un sistema que lo ha privatizado todo. De allí que el lamentable vínculo entre dinero y política ha contribuido decisivamente en este resultado.
Para quienes nos identificamos con el despliegue de una sociedad de derechos y profundización de la democracia, resulta imprescindible la restitución del vínculo entre individuo y sociedad.
El bienestar común depende de la realización de los anhelos colectivos y es ahí donde se expresa nuestra capacidad de actor social. Volver a encontrarse en espacios colectivos, de debate y conversación. Re valorizar a las ideas, a la política, y volver a abrazar proyectos que estén más allá de nosotros mismos, es parte fundamental del llamado nuevo ciclo que nos instala el presente, especialmente porque el malestar social no se repara con “felicidad privada”.