Ampliar el frente es entonces más importante que solamente generar un grupo de adeptos, convencidos y ojalá sesudos votantes. Ampliar el frente, más que agrupar entes que ya se encuentran inmersos, aunque a contrapelo, en la política «relevante», es el resultado de la creación de un enraizamiento cultural, de hábitos, creencias y costumbres que nos otorguen una identidad. Un poder que penetra por debajo en los cimientos estructurales, capacitado para, fuera de los periodos de mandato y campaña, cambiar el sentido común y la moral de una sociedad en su conjunto, que pueda hacerse cargo primero de saber cuáles son las prioridades, para luego, más que llenar con mercancías y servicios, forjar un Proyecto País con mayúscula.
¿Podemos hacer política «fuera» de la política, para hacerla un ejercicio cultural y no institucional? Al parecer es algo absolutamente imposible frente a la «campaña permanente» en la que nos vemos involucrados, incluso siendo de aquellos que no saben o no contestan en las encuestas. Esa «es» la cultura en una Democracia Electoral, incluso para quienes pretenden llevar la visión de hacer la contrahegemonía tan poderosa como la hegemonía practicada por las élites.
Una alternativa REAL de poder que subvierta el «discurso del amo» necesariamente debe darse en la usual cancha, hasta ahora donde se la juegan dos equipos. Y pareciera que ese binarismo es completamente natural. Por eso la Tercera Vía o Fuerza Política que emerge con el Frente Amplio es la mayor de las voluntades de poder, justamente por la complejidad que implica vincularse en la escena política anquilosada en la dicotómica, pero endogámica, clase dominante.
Pero ¿por qué no prende más allá del cotilleo de la frustrada candidatura de Javiera Parada, y la latencia de que termine, a pesar de su militancia RD, apilando a Guillier, la pateadura de Kast a Mayol o la entrevista a «lo amigo» de Paulsen a Beatriz Sánchez? Uno de los problemas de la filosofía de quienes componen esta alternativa es la interpretación que hacen de Gramsci. Quizás una lectura demasiado sui generis basada a priori en la desconfianza de los territorios del poder y de lo popular.
Para ser justos, debemos reconocer que el sustrato de izquierda que lo refiere, también pertenece a circuitos hegemónicos, y su carácter contrahegemónico se manifiesta en rebelarse a ese «poder» que podría detentarse con bastante facilidad recurriendo a sus parentescos. De hecho, a juzgar por la fallida pero relevante participación de Crispi en el Mineduc, es una opción explorada. Pese a esto se han radicalizado las posturas gracias a los sectores más extremos del Frente Amplio. ¿Una conducta adolescente de matar al padre (Lagos) y a la madre (Bachelet)?
La «ética» entonces es autonomizarse (de hecho es el concepto principal que compone el FAM) de la casta en la que nacieron, desdeñando y desechando los beneficios de esa herencia. Puede ser verdaderamente heroico. Pero se ignora que, pese al esfuerzo que hagan, se sigue actuando dentro de un círculo al que no todos tienen acceso. Por ejemplo, el Frente Amplio quiere hacer una primaria virtual, siendo que el propio Alberto Mayol, precandidato de este conglomerado, sabe y advierte sobre la brecha tecnológica, y lo segregador que es ocupar este método que demostró fehacientemente reducir y complicar la participación en el Proceso Constituyente, generando expectativas y promesas rotas, que nuevamente dejaron a la participación más como una intención que como una realidad.
Podríamos concluir entonces que la tarea intelectual sigue perteneciéndole a la burguesía, aunque esta esté al alero de la ideología marxista. Y porque, aunque no queramos reconocer, estos sujetos del contexto académico serán siempre preferidos por sobre el roto o el meritócrata que nadie conoce y en realidad nadie valora por sus supuestos méritos.
[cita tipo=»destaque»]Una alternativa REAL de poder que subvierta el «discurso del amo» necesariamente debe darse en la usual cancha, hasta ahora donde se la juegan dos equipos. Y pareciera que ese binarismo es completamente natural. Por eso la Tercera Vía o Fuerza Política que emerge con el Frente Amplio es la mayor de las voluntades de poder, justamente por la complejidad que implica vincularse en la escena política anquilosada en la dicotómica, pero endogámica, clase dominante.[/cita]
Hasta ahora lo más lamentable es que el que cumplió con este criterio de «cambio cultural» fue Jaime Guzmán. ¿Quién podría siquiera dudar de que no tuvo y tiene poder? El Alfa y el Omega del «nuevo ciclo» que no pasa por las elecciones, pues ser «electo» no asegura PODER, solo el procedimental, pero no el que es capaz de transformar y dejar una huella en el tiempo.
Tomarse el poder y tener voluntad de poder, es el elemento central de lo político fuera de lo político, porque es un cambio cultural que no responde a soplidos de vientos electorales, aunque nos duela. Tampoco de la multiplicación de ONGs y Observatorios que de alguna manera han relevado la importancia del pueblo en su calidad de persona natural, monopolizando nuevamente la soberanía en una progre pero seudo institución «ciudadana», a veces con muy pocos de ellos.
Ampliar el frente es entonces más importante que solamente generar un grupo de adeptos, convencidos y ojalá sesudos votantes. Ampliar el frente, más que agrupar entes que ya se encuentran inmersos, aunque a contrapelo, en la política «relevante», es el resultado de la creación de un enraizamiento cultural, de hábitos, creencias y costumbres que nos otorguen una identidad. Un poder que penetra por debajo en los cimientos estructurales, capacitado para, fuera de los periodos de mandato y campaña, cambiar el sentido común y la moral de una sociedad en su conjunto, que pueda hacerse cargo primero de saber cuáles son las prioridades, para luego, más que llenar con mercancías y servicios, forjar un Proyecto País con mayúscula.
En mi opinión y tras dos malos pasos siendo vocera de candidatos, estimo que es el objetivo que debemos perseguir a un plazo menos acotado que el referido a 2017 y que el Frente Amplio sea el primer paso para ampliar el frente.