En América Latina y en Chile en particular, la relación de los evangélicos con la política ha sido históricamente ambivalente. El clásico estudio de Christian Lalive d’Epinay (1968) plantea que el movimiento pentecostal, que representa la mayor parte de las iglesias evangélicas chilenas, surge como “el refugio de las masas” proletarias frente al riesgo de la anomia producida por los vertiginosos cambios de la época. La religión evangélica así, aparece tradicionalmente asociada a las clases populares, mismas que en territorios como la zona del carbón en la región del Bio Bio (capital evangélica nacional para algunos), impulsaron grandes movilizaciones sindicales y luchas sociales asociadas a la izquierda. Sin embargo, al interior de las iglesias evangélicas hubo también importantes muestras de apoyo a la dictadura de Pinochet, y se observan hoy de forma bastante extendida, corrientes teológicas que promueven el apoliticismo, en algunos casos de forma explícita y en otros, por omisión.
La vinculación entre política y religiosidad evangélica es entonces, variopinta. Sin embargo, pareciera ser que en Chile tienden a preponderar hoy sus versiones apolítica y conservadora. Ello puede estar asociado al hecho de que sus corrientes teológicas más influyentes provienen hoy principalmente del mundo de habla inglesa y especialmente de Estados Unidos. Estas tienden a poner énfasis en una espiritualidad individual o limitada a la comunidad eclesiástica, a las experiencias carismáticas, a la búsqueda de éxito económico y material en el caso de la teología de la prosperidad, y solo en casos excepcionales se hace énfasis en la participación política activa como parte de la vida espiritual.
En este contexto, resulta interesante que cuando evangélicos incursionan hoy en política desde movimientos o partidos de izquierda, tienden a ser criticados por sus correligionarios, lo que al parecer no ocurre cuando se insertan en partidos de derecha.
Esto tiene una explicación bastante obvia: los movimientos y partidos de izquierda contemporáneos tienden a ser mucho más liberales en aspectos de moral sexual y reproductiva que la derecha, y las iglesias evangélicas chilenas parecen tener cierta fijación en el conjunto de temas que han denominado “agenda valórica”, que básicamente se traduce en reacciones en contra del reconocimiento de la diversidad en las concepciones y prácticas sobre la sexualidad humana, es decir, en la negación de la diferencia. De esta manera, las iglesias evangélicas parecieran hoy estar más asociadas a la derecha tradicional, que en términos generales se muestra más proclive a defender esta “agenda valórica”.
[cita tipo=»destaque»]La vinculación entre política y religiosidad evangélica es entonces, variopinta. Sin embargo, pareciera ser que en Chile tienden a preponderar hoy sus versiones apolítica y conservadora. Ello puede estar asociado al hecho de que sus corrientes teológicas más influyentes provienen hoy principalmente del mundo de habla inglesa y especialmente de Estados Unidos. Estas tienden a poner énfasis en una espiritualidad individual o limitada a la comunidad eclesiástica, a las experiencias carismáticas, a la búsqueda de éxito económico y material en el caso de la teología de la prosperidad, y solo en casos excepcionales se hace énfasis en la participación política activa como parte de la vida espiritual.[/cita]
Ahora bien, este respaldo a la derecha a raíz de este reducido conjunto de temas, significa también, quiérase o no, un apoyo a una determinada concepción de la vida en la que el ser humano es entendido principalmente como individuo, y donde los fines son predominantemente el bienestar personal más que colectivo, por lo que asuntos como las diversas expresiones de la desigualdad social en la que Chile presenta cifras alarmantes, no son vistos como problemas de los que preocuparse. De esta manera se avala también un tipo de Estado limitado lo más posible y políticas públicas que dejan a merced del mercado aspectos cruciales para el bienestar social, como la vivienda, el ordenamiento urbano, la educación, la salud, la seguridad social, entre otros.
Lo paradójico es que los países en los que se desarrolló la Reforma de la que son herederas las iglesias evangélicas chilenas, hoy tienen Estados que aseguran amplios derechos universales, y que se diferencian de forma radical respecto del Estado subsidiario impuesto por la dictadura en Chile. ¿Cuánto de lo que hoy son esos países se encuentra influido por la cultura de las religiones protestantes y evangélicas que allí se forjaron?
Pareciera ser que entre el amplio espectro de iglesias evangélicas chilenas hay ciertos énfasis de los reformadores que se han perdido, y que han sido reemplazados por teologías exitistas e individualistas norteamericanas. Si Lutero no solo clavó las 95 tesis en Wittenberg, sino que escribió también de forma crítica sobre malas prácticas en el comercio y la usura de su tiempo, ¿no debieran los cristianos actuales pensar en las implicancias políticas de su cosmovisión, y en la política como algo que no se restringe únicamente a lo sexual? Si respondemos afirmativamente, entonces es necesario poner en tela de juicio un apoyo incuestionado a la derecha por el solo hecho de representar la mal llamada “agenda valórica” evangélica.