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Bienvenido el pluralismo religioso

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Jorge Costadoat
Por : Jorge Costadoat Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín.
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Alguna vez se ha pensado que el avance de la modernidad traería aparejada la reducción de las religiones. Esto no se ha cumplido. La secularización europea no es la regla. Por todas partes del mundo se constata, no obstante el predominio de la racionalidad científica y técnica, el florecimiento del pluralismo religioso. Normalmente las religiones son fuerzas de paz, a no ser que los Estados u otros grupos de poder las utilicen con otros fines. El pluralismo religioso prospera especialmente de la mano de los migrantes que llevan sus creencias por doquier.

Chile es un país pobre en la materia. Faltan aquí judíos, musulmanes, budistas, hindúes y otras versiones de cristianismo como acervo de humanidad. El cristianismo ha nutrido a los chilenos de respeto por la dignidad humana, de amor al prójimo, de  interioridad, de inquietud por la justicia social y el bien común, de esperanza y de capacidad de sobreponerse a las adversidades, y de sentido de agradecimiento por la vida. ¿Pero no podría el país enriquecerse aún más si acogiera otras tradiciones religiosas? Los inmigrantes haitianos han comenzado a celebrar sus eucaristías con tambores y cantos muy alegres. ¿Qué es de los coreanos? No sé. ¿Y de los chinos e indios? Tampoco sé. Los budistas son lamentablemente pocos. Los musulmanes también son pocos. Habrá que esperarlos con los brazos abiertos.

[cita tipo=»destaque»]Hoy, por el contrario, se impone la convicción de que las religiones humanizan a un nivel muy profundo. No siempre. No en todos los casos. Ninguna de ellas debiera eximirse a priori del escrutinio público. Pero, en términos generales, las religiones, con sus ritos y sus mitos, expresan las necesidades más hondas de amor, de perdón, de purificación, de integración al cosmos, de oración, de agradecimiento, de justicia y de paz de las personas.[/cita]

Desde un punto de vista teológico la apertura de los cristianos a descubrir la grandeza religiosa de la humanidad tiene fecha de comienzo. El concilio Vaticano II, de un modo impresionante, aseguró que Dios “salva” a los seres humanos por vías que la Iglesia puede desconocer. La Iglesia Católica, en consecuencia, no tiene el monopolio de la verdad. El mismo Vaticano II derribó el muro con los judíos. Hoy las relaciones interreligiosas entre ambos credos son más que fraternas. Algo parecido ha ocurrido con las otras confesiones cristianas. El ecumenismo es casi obvio. Después de polémicas, e incluso de guerras entre ellos, católicos y protestantes descubren que comparten lo fundamental. Por último, el Concilio terminó con las religiones estatales. Desde entonces las iglesias locales no debieran procurar de los Estados ningún tipo de privilegios. A partir del Vaticano II las jerarquías eclesiásticas han debido respetar la conciencia de los políticos católicos en el ejercicio de sus cargos.

La modernidad y sus modernizaciones sin duda han elevado las condiciones de vida de la humanidad. Han forjado también valores extraordinarios: la democracia y los derechos humanos. Pero, por otra parte, sobre todo a ancas del capitalismo, han devastado al mismo ser humano que pretende mejorar. La crisis socio-ambiental es una prueba palmaria de su fracaso. Hoy, por el contrario, se impone la convicción de que las religiones humanizan a un nivel muy profundo. No siempre. No en todos los casos. Ninguna de ellas debiera eximirse a priori del escrutinio público. Pero, en términos generales, las religiones, con sus ritos y sus mitos, expresan las necesidades más hondas de amor, de perdón, de purificación, de integración al cosmos, de oración, de agradecimiento, de justicia y de paz de las personas.

Esto así, me pregunto si en Chile no pudiéramos fomentar el mejor de los pluralismos religiosos. Se me ocurren dos ejemplos. ¿No sería posible innovar en el Te Deum? Todos los 18 de septiembre la Iglesia Católica da gracias a Dios por la patria. Últimamente esta oración ha incorporado, con expresiones de gran belleza, a otras denominaciones religiosas y culturales. ¿No podría un año hacerse esta misma ceremonia el día 19, en la catedral evangélica? Podría presidir las oraciones el pastor de Jotabeche. Lo mismo pudiera hacerse en el nuevo templo bahá’í que domina la ciudad desde los pies de la cordillera. El templo, de lejos, se ve hermoso. Los bahá’í procuran precisamente una amistad religiosa mundial. O llevar las ceremonias a Coquimbo. Allí se construyó una mezquita. Se dirá que bromeo. No. El Papa Francisco lo haría. Sería un gesto potente de voluntad de amor, de diálogo y de paz.

Otra propuesta. ¿Qué hace necesario que siga habiendo capellanes en el palacio de la Moneda? ¿No significa esto un trato privilegiado con una o dos religiones? Se trata de un cargo ya algo arcaico. ¿Es útil? No es inútil que haya un obispo castrense. El obispado católico castrense presta un servicio a la enorme familia militar. ¿Pero por qué a una religión particular se le facilita este acceso y a las demás no?

Última propuesta, y con esto termino. Me parece que el Estado de Chile debiera actualizar su relación con las religiones. Sería muy conveniente que concentrara sus ayudas en favor de todas las religiones, que fomentara su desarrollo y el encuentro entre ellas, en vez de apoyar cargos y ritos que van perdiendo razón de ser o que se han vuelto odiosos por su parcialidad. Esta sería la mejor expresión de la neutralidad que la República debe a sus ciudadanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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