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¿Chile sin montañas?

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Los paisajes están llenos de lugares que encarnan la experiencia y las aspiraciones de los seres humanos, estos lugares se transforman en centros de significados y en símbolos que expresan pensamientos, ideas y emociones de muy diverso tipo. El paisaje por tanto no sólo nos muestra cómo es el mundo, sino que es también una construcción, una composición, una forma de verlo y de vivirlo. Estos paisajes marcan nuestros espacios existenciales tanto o más que las geografías cartesianas, visibles y cartografiadas, propias de las lógicas territoriales hegemónicas.

Históricamente la montaña ha sido un espacio que desafía la capacidad de control humano, un elemento (casi) fijo al cual hemos tenido que adaptarnos. Surge también, por su magnificencia, como un paisaje donde se vierten las más profundas emociones, donde se establece todo lo sublime y todo lo terrible. A este obstinado aspecto de la naturaleza el hombre ha tendido a responder de una forma emocional, casi religiosa cuando menos, y aunque en los tiempos que corren la carga emocional de esa respuesta se ha debilitado mucho, todavía queda en nuestra actitud hacia la montaña un fuerte componente estético.

[cita tipo=»destaque»]Los proyectos privados que se desarrollan actualmente en el Cajón del Maipo debiesen tener la obligación de, por un lado asegurar el mantenimiento de caminos en buen estado y, por otro dar libre acceso para toda la tierra que está más allá de sus actividades. Constituye una obligación democrática asegurar el acceso libre a los espacios naturales y humanos donde se sostiene nuestra vida en común. Corresponde también eliminar las barreras físicas y jurídicas que impiden el ejercicio de soberanía a organismos nacionales y locales en la protección y desarrollo de nuestro heterogéneo territorio.[/cita]

La cotidianidad metropolitana de Santiago se desarrolla en abstracción de su entorno, dando la espalda al paisaje físico que lo rodea, lo que se traduce sobre todo, en una experiencia social y cultural desligada de la trastienda andina. Los hombres y mujeres que viven en Santiago se han ido sumergiendo como muchos otros, en la vorágine de los tiempos rápidos, dentro de una dinámica espacial que oscila a través de ámbitos cerrados, imposibilitando alcanzar visiones amplias e integradas. Así, la montaña ha sido invisibilizada junto a toda la construcción cultural que está ligada a ella. Su majestuosidad quedó relegada hacia lugares lejanos y, aunque muy cercana a la ciudad construida, se levanta como una frontera, como un espacio invisible, de difícil acceso.

Chile es predominantemente montañoso, la descomunal serpiente de Los Andes atraviesa el territorio de norte a sur, estableciéndose como el principal reservorio de agua dulce, la zona más rica en minerales y la fuente primera de material sedimentario para las tierras bajas. Su grandiosa altitud posee una tendencia casi continua de descenso norte sur. En el extremo norte se levanta como una meseta altiplánica con rasgos únicos en Sudamérica, al sur el activo volcanismo da vigor y fertilidad a las tierras labradas y al bosque templado lluvioso. Más al sur, la cordillera es desmembrada en miles de islas, islotes, fiordos y canales, albergando en su seno las dos masas de hielo más grandes del hemisferio sur después de la Antártica.

Por su parte, los Andes de Chile central con sus elevadas cumbres y fértiles valles alberga desde hace un tiempo una problemática territorial que nos atañe a todos, y que debemos lograr entender para poder anticiparnos a un desenlace donde ya no podamos actuar. Las cuencas altoandinas (sobre los 1500 msnm) del sector del Cajón del Maipo han sido cerradas, ya sea poniendo barreras y requisito de permisos para entrar o bien cobrando una entrada por un atractivo turístico puntual. Sea cual sea el motivo del cierre, el hecho es que ya no es posible pasar libremente a las diferentes cumbres y remontar los diferentes ríos y afluentes del Maipo. Terrenos de proyectos energéticos, mineros y turísticos surgen como una frontera para el disfrute de todo el territorio que está más allá, propiamente los Andes del Chile central.

Surge aquí la pregunta obvia: ¿hasta dónde debiese existir la propiedad privada?, ¿es justo según el juicio de los comunes, entregar en propiedad o posesión exclusiva cumbres y lechos de ríos? o mejor, ¿está bien que algunos tengan la capacidad de cerrar un valle y restringir el ingreso hacia los espacios de la montaña que se extienden ampliamente hasta la frontera con Argentina e incluso más allá de las altas cumbres que dividen aguas?

El mejor y más dramático ejemplo lo constituye el mismo valle del río Maipo a la altura de la central Queltehues. Más allá de la central está el fundo Cruz de Piedra propiedad de Gasco, por donde atraviesa el gaseoducto que viene de Argentina y que abastece de gas natural a Santiago. El camino vehicular sigue remontando el río por su vertiente occidental y llega muy cerca del volcán Maipo y la laguna del Diamante, formas heredadas de una mega erupción que formó la caldera del diamante y que sedimentó el valle de Santiago.

Este extenso valle de más de 60 km de largo está cerrado y sólo es posible ingresar con un permiso que incluye una serie de requisitos. En resumen, un fundo privado es capaz de negar el ingreso a la naciente del río Maipo, al origen de la cuenca más importante de la capital ¿cómo podremos entonces enterarnos de la importancia del agua, de los recursos que vienen de la montaña, si no es posible siquiera conocer estos espacios?
La cordillera, los territorios montañosos, están siendo usurpados y cerrados de forma sigilosa y constante.

Hemos llegado a un momento crítico, ya casi no existen valles o cuencas altoandinas donde puedas ingresar sin permisos ni cuotas. Permisos, dicho sea de paso, que de ser favorables demoran semanas en ser tramitados. Y esto no sólo atañe a montañeros y a quienes gustan de caminar, a científicos de diversas disciplinas y sus actividades de investigación y difusión, a avistadores de aves o grupos familiares de paseo dominical, a organizaciones y ciudadanos que quieran conocer e inspeccionar el estado de nuestro patrimonio natural, entre muchos otros; sino que a todos los que nos interesa frenar la escandalosa privatización de todo, y establecer lugares, espacios y territorios comunes.

La gestión de los espacios de montaña es, en este contexto, un tema clave, ¿hacia dónde nos dirigimos cuando pensamos en la ocupación de la montaña? No es sólo un tema económico sino también cultural. Cada vez hay más gente interesada en disfrutar de los paisajes montañosos, de ríos y glaciares, de toda la quebrada geografía que se puede encontrar en el Cajón del Maipo. También, cada vez surgen más proyectos energéticos y mineros que colisionan con los intereses de locales y visitantes. ¿Seguirá siendo sólo la propiedad privada y la ganancia inmediata la que mediará el uso del territorio?

Si bien no pretendemos tener la respuesta a todas las preguntas, sí tenemos una visión que se centra en la certeza de poder mantener la libertad de desplazamiento por el territorio, y en especial por los espacios que encierran experiencias culturales potentes, valor científico incalculable o representan reservorios de agua y vida fundamentales para el desarrollo humano aguas abajo.

Los proyectos privados que se desarrollan actualmente en el Cajón del Maipo debiesen tener la obligación de, por un lado asegurar el mantenimiento de caminos en buen estado y, por otro dar libre acceso para toda la tierra que está más allá de sus actividades. Constituye una obligación democrática asegurar el acceso libre a los espacios naturales y humanos donde se sostiene nuestra vida en común. Corresponde también eliminar las barreras físicas y jurídicas que impiden el ejercicio de soberanía a organismos nacionales y locales en la protección y desarrollo de nuestro heterogéneo territorio.

Como dijo el gran geógrafo francés Eliseo Reclus: “La montaña, por la magnificencia de sus horizontes, la frescura de sus vientos y la pureza de sus fuentes, ha sido y continúa siendo la gran educadora y no ha cesado de llamar a las naciones a la armonía y a la conquista de la libertad”. ¿Hasta cuándo seguiremos nosotros restringiendo ese espacio vital?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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