¿Cuáles son los problemas que hoy enfrenta Chile?, es una pregunta que todo el espectro político chileno debe responder para así dar cuenta de sus alternativas a esos problemas. La irrupción de los movimientos sociales luego del bienio 2006-2007 ha marcado la agenda política y ha llevado al exaltamiento del progresismo chileno, el que ha apostado a su incorporación al sistema político para cristalizar los cambios que los movimientos propulsaron.
Hace algunos años, el progresismo de la Concertación sostenía que con el gobierno de Michelle Bachelet había llegado la hora de los políticos profesionales; y ahora el Frente Amplio, como una expresión más del progresismo fuera de la Nueva Mayoría, sostiene que ha llegado el momento político de las movilizaciones. Y es que nadie quiere sostener su apuesta en los movimientos sociales, pues pareciera ser que estos no tienen el potencial transformador que se requiere. Y he ahí exactamente el problema: las mayorías que el progresismo dice representar, participan de un movimiento estructuralmente debilitado que no permite que el pueblo sea, efectivamente, protagonista de las transformaciones. Los progresismos, como tantas otras alternativas en tantas otras ocasiones, apuestan una vez más a los cantos de sirena del despotismo ilustrado: todo para el pueblo, pero sin el pueblo.
En el Centro de Investigación Fragua sostenemos que el problema estratégico del actual periodo, para las fuerzas opositoras a las clases dominantes, es la debilidad estructural de los movimientos sociales y populares. Esta debilidad se expresa en la dinámica de las movilizaciones, las que emergen y decaen rápidamente, ancladas en coyunturas específicas que amenazan las formas de vida de las familias. Ante estas amenazas, las familias tienden a responder mecánicamente; es decir, cuando están presentes, las familias salen a las calles, y cuando son resueltas, estas regresan a sus hogares.
[cita tipo=»destaque»]Con esto no negamos a priori la participación dentro del sistema político, sino que negamos la posibilidad de que una apuesta tal aporte a la superación de la debilidad estructural del movimiento, condición necesaria para poder continuar la lucha revolucionaria una vez las escaramuzas del Estado resulten derrotadas.[/cita]
No existe hoy por hoy organizaciones políticas, ni territoriales ni partidarias, que puedan imprimir una orientación estratégica a los movimientos más allá de las demandas por las que las familias están dispuestas a salir en primera instancia. Fue lo que vimos con el alza del gas en Magallanes, el endeudamiento entre los estudiantes universitarias, las bajas pensiones y el movimiento No+AFP, la crisis ambiental en Chiloé, la contaminación en Freirina, etc. Por más que algunos grupos quisieron imprimir al movimiento demandas de mayor magnitud, el movimiento se desmovilizaba una vez las demandas urgentes eran resueltas.
Es a esta debilidad la que llamamos el gobierno de los hogares, en tanto no existen organizaciones ni recursos (económico-infraestructurales, sociales, organizacionales, y simbólicos) acumulados que otorguen al movimiento popular una orientación estratégica. Esta orientación implica respuestas del movimiento menos mecánicas, es decir, que la lucha se pueda sostener por demandas que van más allá de los problemas directos que enfrentan los hogares y para los cuales el Estado rápidamente tiende a dar cierta solución. En la dinámica del movimiento, este carácter menos mecánico se expresaría en ascensos y caídas más lentas de las movilizaciones.
De hecho, movilizaciones que no emergen producto de coyunturas que amenazan las formas de vida de las familias, sino que de la acción acumulada de múltiples organizaciones políticas, tienden a emerger de forma sumamente lenta, pues la coordinación requiere de más tiempo; sin embargo, suelen sostenerse por períodos más prolongados, así como también, a ser más resistentes frente a los embates del enemigo.
Para Chile Avanza y para los sectores no progresistas de la Nueva Mayoría, la debilidad estructural del movimiento es una ventaja. Ambos conglomerados participan del bloque en el poder (articulación de las clases dominantes), con lo que un movimiento popular débil les permite contener de mejor forma los conflictos que se producen tras las exigencias de la acumulación capitalista. Es más, tal debilidad permite que dichas fuerzas políticas puedan incluso disputar las orientaciones del movimiento. La creación de la CONES en el movimiento pingüino es un ejemplo, así como también lo es el fuerte control que tienen las clases dominantes sobre el discurso de la corrupción política, discurso que el progresismo no ha parado de reproducir y potenciar.
Pareciera ser que olvida que son organismos como Ciper (de La Tercera) y CNN Chile quienes han liderado las denuncias.
Por su parte, para el progresismo la debilidad estructural del movimiento popular sí constituye un problema, ya sea que se trate del progresismo de la Nueva Mayoría o del externo a ella. Su apuesta es llevar adelante transformaciones radicales que nos lleven a una sociedad post-neoliberal, tal como lo han osado hacer varios gobiernos latinoamericanos, como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Argentina y Brasil. Y es que luego de dos décadas de iniciado el proceso progresista, con el triunfo de Chávez en 1996, es factible afirmar que el problema no ha sido si se puede mejorar las condiciones del pueblo desde el Estado, sino más bien si se pueden sostener esos avances una vez reviente una crisis económica o venga el contragolpe, tal como sucedió con Temer en Brasil y Macri en Argentina. Sin una fuerza popular, las élites progresistas apuestan a representar al pueblo en los salones de la burguesía, mientras realizan cantos de sirenas ante prebendas que el pueblo podrá disfrutar solo por un corto plazo.
En contraste con las alternativas anteriores, para una apuesta revolucionaria la debilidad estructural del movimiento popular deviene en el problema del periodo, pues ante ella el pueblo no puede constituirse como el protagonista de los cambios. Pero aquí el problema no es solo que el pueblo no tiene las capacidades de producir una nueva sociedad, sino que también que, dada la debilidad el movimiento, este es fácilmente coaptable por las élites de turno, sean estas de los estratos medios (como en el movimiento estudiantil del 2011), o derechamente de los estratos altos y de los capitalistas (como ocurriera con la CPC de Magallanes y el movimiento contra el alza del gas en 2011 o con los discursos de la corrupción a través de Ciper y CNN Chile).
Que sostengamos que el gobierno de los hogares del movimiento popular es hoy por hoy el problema político central, significa que la estrategia política para el periodo remite a la superación de tal debilidad estructural. Para ello, promovemos, en el marco de la recomposición del movimiento popular, la construcción de organización popular en el sentido fuerte del término: duraderas, con división funcional y coordinación de sus partes, con estabilidad estratégica y táctica, etc. Solo la acumulación a nivel organizacional posibilitará una orientación más estratégica de los movimientos sociales y populares, pudiendo llevar adelante batallas más allá de las urgencias que presenten las familias.
Con esto no negamos a priori la participación dentro del sistema político, sino que negamos la posibilidad de que una apuesta tal aporte a la superación de la debilidad estructural del movimiento, condición necesaria para poder continuar la lucha revolucionaria una vez las escaramuzas del Estado resulten derrotadas. Como dijeran Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, eran factibles e incluso deseables las alianzas con las burguesías nacionales contra las fuerzas restauradoras en el siglo XVIII, sin embargo el proletariado debía tener una autonomía estratégica y una acumulación orgánica e ideológica tal, como para «que en el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience, automáticamente, la lucha contra la burguesía».