El candidato de un sector del oficialismo no es el dueño de la casa, puesto que él se dice independiente, y la casa común a la que se refiere está conformada por diversas piezas, que son partidos políticos. Y esta casa común no le ha autorizado a organizar invitaciones que pueden ser hechas con buena voluntad, pero que revelan una equivocada óptica de la política contingente e histórica.
En una entrevista radial, Guillier, de un sector del actual Gobierno, deslizó una frase que va a quedar en los anales de los errores que se pueden cometer en una campaña. Señaló que, considerando que Goic y la Democracia Cristiana que ella preside habían abandonado la casa común, él invitaba a que volviesen al hogar común y que para ello las puertas y brazos estaban abiertos.
Lo primero que llama la atención de estas expresiones es que revelan una forma de relacionarse entre personas que tiene un claro tinte machista y, al comparar lo ocurrido o lo que está ocurriendo en los que formamos parte de la Nueva Mayoría con el abandono del hogar común, es decir, una separación conyugal, revela una curiosa óptica que, por lo demás, tratándose de una candidata, resulta particularmente preocupante.
Podríamos decir que eso es lo anecdótico. Pero hay más, Guillier invita a volver a una casa que no le pertenece y esto es más de fondo. El candidato de un sector del oficialismo no es el dueño de la casa, puesto que él se dice independiente, y la casa común a la que él se refiere está conformada por diversas piezas, que son partidos políticos, y esta casa común no le ha autorizado a organizar invitaciones que pueden ser hechas con buena voluntad, pero que revelan una equivocada óptica de la política contingente e histórica.
La casa común no es otra cosa que un acuerdo inicialmente de carácter instrumental ocurrido en el decurso de los últimos años de la dictadura militar. Los constructores de esa casa fueron principalmente los socialistas renovados, llamados ‘de Núñez’, y entre los cuales Lagos era un miembro destacado, y la Democracia Cristiana bajo la conducción de sus líderes históricos, entre los cuales destacamos a Patricio Aylwin, que no solo fue un constructor sino también el principal arquitecto de la casa, y en cuyos planos trabajaron muchos destacados militantes de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista, entre quienes estaban los que escribimos esta nota.
En esa época, el PPD no existía y solo fue un partido instrumental. Un sector de los socialistas no creía en la vía electoral y el Partido Comunista creía en todas las formas de lucha. Solo un pequeño Partido Radical, que mantenía una existencia un tanto agónica pero leal a sus principios, se mantuvo en esa época en el centro político.
Dicho lo anterior, que para muchos es historia, pero que hoy rescatamos como pedagogía para los más jóvenes, resulta incuestionable que la casa a la que invita Guillier a Goic, no fue construida por él ni por los independientes, sino por una vieja guardia política que con un enorme realismo asumió, como generación, la necesidad de darle una salida pacífica a Chile construyendo una casa común.
[cita tipo=»destaque»]Es preciso consultarse, a estas alturas, si el candidato ha olvidado esta historia, porque él es candidato del Partido Socialista y del Partido Radical, que eran parte de los elementos con que se construyó una casa común. Hoy día él invita, como si lo hiciera a una ex pareja, a volver a una casa que no es la misma que se construyó y a un hogar que ya no tiene los lazos de fidelidad y de compromiso necesarios para una cohabitación.[/cita]
Es preciso preguntarse, a estas alturas, si el candidato ha olvidado esta historia, porque él es candidato del Partido Socialista y del Partido Radical, que eran parte de los elementos con que se construyó la casa común. Hoy día él invita, como si lo hiciera a una ex pareja, a volver a una casa que no es la misma que se construyó y a un hogar que ya no tiene los lazos de fidelidad y de compromiso necesarios para una cohabitación. La invitación, de haberla realmente, debería provenir de los partidos que conforman su base de apoyo, pero ellos están entusiasmados con un proyecto de izquierda que creen será suficiente para entusiasmar al Chile del siglo XXI.
En realidad, ya no existe un hogar común y tampoco hay una casa que habitar, y por eso la invitación resulta más absurda si se considera que esta pareja separada aún sostiene dificultosamente al actual Gobierno.
Los cohabitantes de la actual casa que cree conducir Guillier no han trepidado de festinar con la figura de uno de los fundadores de la salida democrática de 1988. El PS, usando un mecanismo extraño al margen de sus bases, operó brutalmente, y el PPD, como instrumento político que es, pasó a la otra etapa sin decir nada serio frente al descomunal desaire que había sufrido su candidato por parte de sus aliados históricos.
La Democracia Cristiana no ha hecho ningún abandono de su casa, porque lo que representa está vigente y ese es un hogar común al que se invita a todos los chilenos de buena voluntad que quieran hacer cambios serios y profundos con la debida gradualidad y respetando los derechos adquiridos. No somos ex parejas de nadie y son otros los que han decidido excluir los vestigios de la moderación de su accionar político, para lo cual han iniciado una suerte de competencia con sectores en desarrollo político, sobre los que todavía es prematuro señalar en qué terminarán. La decisión de la Democracia Cristiana, de ofrecer una alternativa, es altamente meritoria y no obedece a cálculos pequeños, sino a la necesidad urgente de reorientar el quehacer político que ya, a estas alturas, no podemos decir que se está derrumbando sino que ya está derrumbado.
Lo que procede es que Guillier les pregunte a sus partidos de qué forma le devuelven a la Democracia Cristiana lo que le pertenece, porque los arquitectos y constructores principales de la transición y de lo ocurrido con posterioridad, han sido los democratacristianos. Esta es la verdad que muchos olvidan.