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El posneoliberalismo de Bachelet Opinión

El posneoliberalismo de Bachelet

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Resulta evidente que la aseveración en prensa de la Presidenta, sobre que las reformas de su Gobierno han ido terminando los últimos vestigios del modelo neoliberal, no es más que un exceso de entusiasmo o, utilizando su propia idea, un mero wishful thinking, pues el neoliberalismo goza de muy buena salud por estos lados. Mucho más interesante pareciera ser explorar los argumentos que permiten sostener dicho entusiasmo, el que es compartido por no pocas figuras relevantes de la academia y la política, lo que nos permitiría comprender los estrechos márgenes en que se encierra al neoliberalismo y, por extensión, lo que no logran ver estas aproximaciones.


Pareciera ser del todo evidente que la mesura y la templanza no son virtudes usuales en el lenguaje de la política, más aún si se está en un contexto de campaña. En el lenguaje de la política tiende a primar lo categórico, la generalización, lo perentorio, ya que, mal que mal, se está en el negocio de trazar fronteras, de establecer distinciones, y ahí hay poco lugar para las medias tintas. Rebelarse contra eso no es solo una muestra de candidez sino también una ignorancia respecto al propio funcionamiento de la política. Que esto sea así no implica, sin embargo, que se pueda decir cualquier cosa, algo que parece haber olvidado la Presidenta Bachelet.

La semana pasada, en entrevista con la Agencia EFE, la Mandataria sostuvo: “Había, todavía, algunos vestigios del modelo neoliberal que hemos ido terminando a través de algunas de las reformas. Hay otras que se terminaron en los gobiernos democráticos previos a este, pero tal vez era en la educación donde quedaba el vestigio más fuerte, más potente”. ¡Vaya noticia! La Jefa de Estado esperó hasta el último período de su mandato para informarnos que los gobiernos de la posdictadura tenían una agenda antineoliberal que ella terminó por cumplir. Así las cosas, pareciera ser que el país que sirvió de laboratorio para poner a prueba el neoliberalismo es el mismo que ahora ha desarrollado la cura contra sus males.

Ironías aparte, resulta evidente que lo de la Presidenta no es más que un exceso de entusiasmo o, utilizando su propia idea, mero wishful thinking. Por tanto, un camino a seguir sería el de mostrar que el neoliberalismo goza de muy buena salud por estos lados, pero dicho esfuerzo lo han realizado múltiples autores, incluso yo mismo, y es poco lo que puede aportar al debate. Mucho más interesante pareciera ser explorar los argumentos que permiten sostener dicho entusiasmo, el que es compartido por no pocas figuras relevantes de la academia y la política, lo que nos permitiría comprender los estrechos márgenes en que se encierra al neoliberalismo y, por extensión, lo que no logran ver estas aproximaciones.

En 2009, y a raíz de la crisis financiera que explotó el año anterior, el historiador Eric Hobsbawm sostuvo que el capitalismo de libre mercado que se había iniciado con los gobiernos de Thatcher y Reagan, vale decir el neoliberalismo, había llegado a su fin. Por la misma causa, Joseph Stiglitz ha señalado en múltiples ocasiones que el neoliberalismo está en su ocaso, dado que tanto en la academia como en las políticas públicas el principio de que los mercados funcionan bien prácticamente en todo momento está cediendo lugar a la visión contraria, lo que ha traído consigo una relegitimación de la acción gubernamental en los mercados. Es por ello que el Premio Nobel de Economía afirmó en 2016 que “el neoliberalismo está muerto tanto en países en desarrollo como desarrollados”.

[cita tipo=»destaque»]Así como es errado presentar al Estado y al mercado como elementos antitéticos, es también un error pensar al neoliberalismo como un mecanismo de dominación que simplemente se deja caer sobre las personas y que solo se sostiene por los beneficios económicos que reporta para un pequeño pero poderoso segmento de la sociedad.[/cita]

La línea argumental de Hobsbawm y Stiglitz es simple: el colapso financiero de 2008 fue la muestra de los límites de la “euforia neoliberal” y su fe ciega en la ampliación y desregulación de los mercados, lo que habría dado una nueva vitalidad al Estado en la dinámica económica, la que en ese momento se expresó en paquetes de rescate de compañías privadas y una serie de nacionalizaciones. Para Bachelet la lógica es la misma: desde el retorno a la democracia se habrían puesto en marcha mecanismos para regular esferas sociales que estaban entregadas al mercado bajo el argumento de que ello reproducía y profundizaba la desigualdad social. Por tanto, en ambos casos, se sostiene que la presencia del Estado constituye un triunfo sobre el neoliberalismo.

Probablemente nunca se insistirá con suficiente fuerza sobre este punto: constituye un profundo error creer que el neoliberalismo es lo mismo que el mercado desatado para actuar como se le dé la gana, así como también creer que el Estado es siempre y en todo momento un agente desmercantilizador. Basta con analizar los mecanismos de instauración y expansión del neoliberalismo en Chile para darse cuenta de cómo, prácticamente en cada uno de ellos, es posible encontrar la mano visible del Estado privatizando, introduciendo competencia, garantizando utilidades, creando mercados. Por tanto, si hay algo que caracteriza al neoliberalismo es su plasticidad para producir innovaciones institucionales que le permitan expandir su lógica y, en ese contexto, el uso del Estado es la norma más que la excepción.

Pero existe otro punto que es necesario destacar. Así como es errado presentar al Estado y al mercado como elementos antitéticos, es también un error pensar al neoliberalismo como un mecanismo de dominación que simplemente se deja caer sobre las personas y que solo se sostiene por los beneficios económicos que reporta para un pequeño pero poderoso segmento de la sociedad. Esta visión, bastante extendida, pierde de vista algo fundamental y es que el neoliberalismo no solo debe evaluarse sobre la base de su rendimiento económico, sino que sobre todo por su capacidad de instaurar una normatividad ad hoc a sus principios, vale decir, por construir un tipo de sociedad y de subjetividad determinada por la competencia y la gestión empresarial. Es esta racionalidad neoliberal la que permite comprender cómo dicho sistema ha logrado resistir de forma duradera embates externos y crisis internas.

El psicoanalista argentino Jorge Alemán ha insistido en innumerables oportunidades en que el botín de guerra del neoliberalismo es el sujeto, lo que equivale a decir que su principal objetivo no es la ampliación de los mercados, la introducción de competencia y la extensión de la gestión empresarial, sino que establecer mecanismos y narrativas que permitan a las personas desear el mercado, la competencia y la gestión empresarial, ya que ello posibilita sostener el sistema incluso cuando muestra su peor cara.

Así las cosas, el presunto contexto posneoliberal que nos presenta Bachelet podría ser una oportunidad para cuestionar no solo el rol del Estado en el mantenimiento de una institucionalidad afín al neoliberalismo, sino también aquellos mecanismos que desde el propio Estado construyen y reproducen una subjetividad neoliberal.

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