En el último año y al mejor estilo de un slogan publicitario, el artificio de “ideología de género” se ha repetido y circulado en los medios de comunicación asociado a declaraciones que nos advierten sobre una catástrofe inminente. Más recientemente, dicho eslogan ha circulado físicamente en forma de una intimidación escrita sobre un bus propagandístico que recorrió las calles de Santiago la semana pasada.
Si bien la noción que la ideología de género se cierne sobre nuestros hijos e hijas como un nuevo jinete del apocalipsis no resiste mayor análisis, sí nos permite ver que nuevamente estamos frente a la práctica de distorsionar el significado de los conceptos tan propio de los cultores de la posverdad. Y en este caso los conceptos de turno son el género y la ideología.
No es el objetivo aquí, por motivos de espacio, sostener una discusión respecto de dichos términos, pero si podemos tratar con cierta profundidad el tema que subyace su uso propagandístico, el de las familias homoparentales.
[cita tipo=»destaque»]Sin duda, la familia se ha convertido en arena de disputa simbólica, ideológica e incluso política, donde compiten por legitimidad distintos proyectos de sociedad que muchas veces resultan contrapuestos.[/cita]
Cuando vemos actualmente cómo se hace referencia a la familia dentro de una gran variedad de ámbitos, desde las políticas de Estado enfocadas en su promoción y apoyo hasta las publicaciones periódicas de las distintas Iglesias declarando idéntico fin e incluso a grupos que buscan delimitar lo que es “aceptable” definir como familia, surge naturalmente la pregunta acerca de qué distingue una u otra visión.
Sin duda, la familia se ha convertido en arena de disputa simbólica, ideológica e incluso política, donde compiten por legitimidad distintos proyectos de sociedad que muchas veces resultan contrapuestos.
Para la perspectiva de las ciencias sociales y de la teoría del género la familia en tanto institución social es la instancia por excelencia donde las personas somos socializadas y por ende adquirimos una identidad de género. La familia, además, se corresponde con la cultura y la historia, por ende, está siempre en transformación.
El hecho incontrovertible de este cambio puede constatarse hoy al ver la pluralidad de formas familiares. Las investigaciones sociales y los índices estadísticos, entre otros, hacen referencia a familias uni-personales, mono-parentales y bi-parentales, por mencionar sólo algunas.
Sin embargo, en este discurso “oficial”, que es culturalmente hegemónico y como tal comporta las leyes vigentes, las familias homosexuales no existen.
La subvaloración de la homosexualidad en nuestra sociedad se sustenta dentro de un orden moral establecido desde el patriarcalismo y dice relación con la condición de subalternidad que ocupan ciertos seres humanos dentro del entramado de relaciones de poder que se despliegan social y culturalmente en su interior.
En este contexto las mujeres y hombres no heterosexuales que hacen familia no solo enfrentan desafíos frente a la procreación que son inherentes a su condición de parejas del mismo sexo, además, enfrentan barreras que provienen de los prejuicios y la discriminación propios de la homofobia.
Pero para ambas cuestiones estos hombres y mujeres han encontrado maneras solidarias de formar familias y realizar sus legítimos anhelos. De hecho, la investigación sobre las familias homoparentales hecha en Chile y otros países ha encontrado que estas se construyen en base a negociaciones, compromisos y lealtades que muchas veces no existen en las familias tradicionales.
Esto sucede porque los hombres y mujeres no heterosexuales requieren planear cada paso del proceso que lleva a convertirse en padre y/o madre ya que no hay nada “natural” en la paternidad y/o maternidad creada fuera de la heteronorma. La heteronorma es el conjunto de creencias de la sociedad que ponen como único modelo válido para la orientación sexual, la estructura de la familia y multiples otras expresiones del comportamiento de los seres humados el de la heterosexualidad.
Para la filosofa Judith Butler el parentesco no es necesariamente heterosexual y se basa en “una serie de prácticas que instituyen relaciones de varios tipos mediante las cuales se negocian la reproducción de la vida y las demandas de la muerte”.
Según esta autora las familias homoparentales representan una ruptura respecto del parentesco tradicional porque desplazan las relaciones sexuales y bilógicas del lugar central que ocupan en su definición y “otorgan a la sexualidad un dominio separado del parentesco, lo que permite que un lazo duradero se pueda pensar fuera del marco conyugal”.
Es gracias a la crítica que han desplegado pensadoras como Butler y la acción política de personas y agrupaciones LGTB, quienes paulatinamente han avanzado en la igualdad de derechos en lo que respecta la formación de familias, que hoy el ejercicio de la maternidad y la paternidad se ha convertido en un terreno de disputa de legitimidad.
Lo anterior se da se da además en el marco de la globalización. Los modelos de sociabilidad que se extienden a través de los mass media desde unas sociedades a otras abren mayores posibilidades a los hombres y mujeres de la comunidad LGTB para realizar el legítimo anhelo de formar familias.
Sin embargo, en muchas sociedades existen barreras estructurales que hacen del proyecto de hacer familia para las personas no heterosexuales un desafío prácticamente imposible.
En Chile actualmente si una pareja de hombres decide formar una familia con hijos no tiene más alternativas que dejar el país para hacerlo. Esto porque las leyes y el sistema de adopción comportan una serie de áreas grises que se traducen en una virtual discriminación hacia ellos. Por otro lado, puesto que ninguno de los dos puede embarazarse, el costo médico de tener un hijo en otro país para ellos bordea los US$75.000.
El caso de las parejas de mujeres en el contexto chileno es distinto. Si ellas deciden seguir el camino de la adopción pueden hacerlo y de hecho existen casos en que se ha permitido la adopción a dichas parejas.
Pero este camino no está exento de problemas pues siempre la tuición legal le corresponde únicamente una de las dos. En el caso que opten por un hijo/a bilógico, nuevamente una de ellas queda en desigualdad frente a la otra pues será la madre bilógica quien goce de la tuición legal sobre los/as hijos/as (en Chile no existe el matrimonio homosexual a diferencia de otros países de la región como Argentina y Colombia). Además, no pueden hacer pública su opción sexual pues arriesgan perder la tuición de los hijos/as, como sucedió en el caso de la Jueza Karen Atala.
Más allá de estas restricciones, las familias homoparentales en Chile son una realidad. Cuando este hecho suscita campañas del miedo de parte de entidades, grupos y personas sin argumentos efectivos y consistentes, entonces estamos frente a una arremetida de la intolerancia y la discriminación, un problema que sin embargo no es nuevo para los chilenos.