En este contexto no es raro que la nueva campaña, sin conocerse aún su contenido, fuera relacionada con el “peligro de contagio” que representaría la población migrante, especialmente la afrodescendiente que proviene de países como Haití, República Dominicana y Colombia. Una muestra de ello es que la publicación de la noticia en el portal Emol, el 28 de julio, provocó en la sección de comentarios de los lectores un intenso intercambio en el que predominaron las posiciones racistas que promueven la expulsión de los migrantes afrodescendientes. Se podrá argüir que estas secciones de los medios electrónicos no son representativos de la sociedad en su conjunto (también quiero creer que es así, porque el desprecio por la vida humana y animal que se lee allí da pie para pensar que la humanidad no merece seguir en este planeta), sin embargo, es un fenómeno que algo permite avizorar aquello tan manoseado y a la vez peligroso que hemos denominado como “opinión pública”.
“Más lo ignoramos, más fuerte se hace”, es el título de la nueva campaña del Ministerio Salud para prevenir el contagio del VIH, una campaña necesaria luego de dos años en que no hubo acciones comunicacionales de este tipo. Antes de este anuncio, nos remecíamos con la noticia de que los casos confirmados de VIH aumentaron en un 66% entre 2010 y 2016, una cifra en torno a la cual se produjo cierto debate donde se mencionó a la población migrante como uno de los factores que habría incidido en este peligroso aumento. Casi en paralelo los medios de prensa daban a conocer con estridencia el caso de un joven haitiano portador de lepra.
Ambas son noticias que por el enfoque y la grandilocuencia con que han sido tratadas mantienen en vilo a las organizaciones de migrantes, cuyos pronunciamientos públicos no han tenido, como era de esperarse, la misma repercusión pública, entre ellos el de la Comunidad Haitiana en Chile, que publicó en una red social “La lepra tiene tratamientos, tu xenofobia no”. También han sacado la voz investigadores que se han especializado en la historia de la medicina, los que publicaron el 9 de agosto recién pasado una declaración titulada “Migración y salud: la historia no nos absolverá”, en la que manifestaron su preocupación frente al uso de argumentos higienistas para sustentar posiciones xenófobas y nos instruyen de manera sensible y generosa sobre el histórico vínculo entre discurso científico y exclusión de los sectores sociales desempoderados. La declaración, firmada por nueve especialistas, en su mayoría historiadores, señala: “…insistimos en rechazar las expresiones xenofóbicas que, a partir de ciertos casos de enfermedades infecciosas, han generado un alarmismo que es necesario desarticular decididamente con las armas de la educación y la información. Es una tarea ardua, porque el prejuicio no requiere de evidencias. No obstante, existe un deber social por parte de quienes ejercemos el oficio de un pensamiento crítico que debe convocar a quienes creemos en la solidaridad como un eje de nuestra vida social”.
En este contexto no es raro que la nueva campaña, sin conocerse aún su contenido, fuera relacionada con el “peligro de contagio” que representaría la población migrante, especialmente la afrodescendiente que proviene de países como Haití, República Dominicana y Colombia. Una muestra de ello es que la publicación de la noticia en el portal Emol, el 28 de julio, provocó en la sección de comentarios de los lectores un intenso intercambio en el que predominaron las posiciones racistas que promueven la expulsión de los migrantes afrodescendientes. Se podrá argüir que estas secciones de los medios electrónicos no son representativos de la sociedad en su conjunto (también quiero creer que es así, porque el desprecio por la vida humana y animal que se lee allí da pie para pensar que la humanidad no merece seguir en este planeta), sin embargo, es un fenómeno que algo permite avizorar aquello tan manoseado y a la vez peligroso que hemos denominado como “opinión pública”.
Siguiendo con la crónica, el senador Guido Girardi, médico de profesión, ofreció una conferencia de prensa en la que desplegó un discurso crítico de las posturas conservadoras de la derecha sobre tan delicada materia, incluyendo a los migrantes entre los grupos de riesgo, acompañado de la consabida frase de resguardo “no es xenofobia…”. Y mucho antes de Girardi fue Sebastián Piñera, quien al otro día del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos ventiló públicamente su xenofobia al vincular a la población migrante con la comisión de delitos, condicionando sus derechos al comportamiento. Hoy, estos hechos parecen confirmar que de la xenofobia social a la biológica existe sólo un paso y que ambas configuran una situación innegable de racismo.
La campaña en cuestión fue conocida recientemente y ella consiste en afiches y avisos de televisión en los que se despliega un concepto agotado de minorías, relacionadas (otra vez) con los “problemas del país”, en este caso, con la crisis sanitaria que representa el aumento de los contagios de VIH y de todas las enfermedades de transmisión sexual. En estos avisos aparecen homosexuales, indígenas, mujeres en situación de prostitución y afrodescendientes. En el caso de estos últimos, la imagen que provoca esta columna es el de una pareja, afrodescendiente él, blanca ella, en situación de conquista, con frases de alerta como “Usando condón previenes infecciones de transmisión sexual como VIH, Gonorrea y Sífilis”. El contexto social y político señalado hasta aquí habilita una lectura predominante: la comprender al hombre como migrante (haitiano, dominicano o colombiano) y a la mujer blanca como chilena; al primero como un peligro de contagio y a la segunda como una posible receptora de la enfermedad. Ello sin contar otros estereotipos que habitan nuestro consciente e inconsciente colectivo en el que se relaciona a los afrodescendientes con la corporalidad y una sexualidad promiscua (la pedestre escena del humor local, la televisión y la publicidad nos recuerda la vigencia de esos estereotipos todos los días).
Es cierto que los contextos no determinan una sola lectura, pero también es cierto que las condiciona y que autoriza prácticas de exclusión cuando el discurso (el que sea) no se diferencia contundentemente de ellas. En eso consiste el equívoco de esta campaña, que replica la fórmula de un multiculturalismo que desproblematiza la diversidad para finalmente frivolizarla, que no reconoce los escenarios de tensión e incluso de violencia en los que esta se despliega y que es precisamente lo que estamos experimentando en Chile, donde el ascenso de la xenofobia se ha hecho evidente en los últimos años. Eso hace que sea imposible leer ingenuamente esta imagen como una pareja interracial, porque el problema no es la imagen (aunque también, porque el remedo del modelo publicitario de Benetton deja bastante que desear) sino el momento en el que al Minsal se le ocurre hacer una campaña «inclusiva», justo cuando se lleva más de un mes relacionando a la población afrodescendiente con los peores peligros biológicos: lepra, tuberculosis, sida, etc. Lo cierto es que queda muy raro ese gesto en un país donde la publicidad inclusiva no existe y donde la población afrodescendiente sólo aparece en los medios para hablar de ellos y de ellas como un problema. Así lo resienten las organizaciones, entre ellas la Coordinadora Nacional de Inmigrantes, que ha rechazado tajantemente la campaña y anunciado acciones legales para detenerla.
Y una última pregunta a los responsables de esta campaña: ¿por qué no hacer publicidad inclusiva con la donación de sangre, de plaquetas o de órganos, por mencionar solo algunos ejemplos? Pero no, la opción es volver a vincular a las minorías con las siete plagas de Egipto y aunque probablemente las intenciones fueron otras, en el caso de los migrantes se refuerzan estereotipos en lugar de combatirlos. Eso hace que la campaña no sólo sea desafortunada y mala sino políticamente negligente, razón por la cual debería ser inmediatamente retirada.